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la gallera

Naturaleza y mal moral

José Escandell. 10 de enero. Los ecologismos dominantes hoy tienen en su entraña una fuerte componente antihumana. Muchos ecologistas ven en el hombre principalmente un enemigo de la naturaleza, como una enfermedad, como una anomalía. Se siente más simpatía por un polluelo de águila o por una cría de hipopótamo que por un niño, y se prefiere la compañía de un perro o un caballo a la de una persona. Estas mentalidades hacen compatible un sentido reverencial hacia plantas y animales de toda clase con la aprobación del aborto humano provocado o de la eutanasia.

Es posible ver en la naturaleza no humana el paraíso perdido, la reserva originaria de la inocencia. Esto pasa en tales ecologismos. No consisten meramente en actitudes de afición o afecto, sino en una especie de regreso a lo puro y limpio. La naturaleza, a pesar de que incluye en su dinámica la muerte de unos en provecho de otros, es el ámbito del equilibrio. En donde la muerte se corresponde con la vida: como la de la gacela se recupera en la vida del león. El mal encuentra sentido en el conjunto de lo viviente. El conjunto es la verdad, porque es la justicia.

Que el hombre sea, en tales condiciones, un elemento perturbador, deriva del hecho de que el hombre se niega a vivir como una pieza más del ciclo de la vida. No lo es por su condición de trabajador, sino por algo aún más radical. Con el trabajo el hombre humaniza la naturaleza, la incorpora a sí mismo, la hace humana. Pero la naturaleza humanizada no salva al hombre. En el trabajo el hombre cumple con ciertas necesidades, pero no con todas. O, quizás mejor, no con la necesidad más dramática. Es la de suprimir el mal que anida en su corazón.

Es demasiado evidente que el mal moral es el mal en su sentido más fuerte. Ni siquiera la muerte es apenas mal al lado de la ruptura del alma cuando se adhiere a lo inmoral. Hasta la muerte puede ser honorable, mientras que el mal cometido permanece siempre siendo mal, por muchos esfuerzos que se hagan por justificarlo, envolverlo u olvidarlo. El mal que hace insufrible el vivir es el mal derivado de la libertad.

Pero es evidente que la naturaleza que nos envuelve no puede dar la paz. El mal moral no puede ser reconducido a nada en el mundo. El equilibrio ecológico no resuelve el problema del corazón del hombre. El hombre, por la libertad, sobresale de la naturaleza. Esto significa que el existir humano de ninguna manera encuentra su sentido en el marco de los ciclos naturales. El hombre es «sobre»-natural. 

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