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Diario YA


 

Ningún tiempo pasado fue mejor

José Escandell. 6 de diciembre. 

La añoranza de lo pasado brota cuando el presente es desagradable o el futuro es inquietante. Cuando las cosas van bien y el espíritu otea un porvenir soleado, el pasado permanece cubierto por un velo. Sin embargo, estos estados del ánimo son casi siempre superficiales.

Lamento haber obrado el mal y verme como sucio, tener una carga sobre mi conciencia. Echo de menos los tiempos en los cuales era yo inocente y estaba limpio. También oprimen el alma acontecimientos que, sin tener un valor moral, contienen algo enorme. Si un día rompí sin querer un jarrón precioso, si vi llorar a mi madre, si encontré a un hombre roto en un rincón; entonces quedé para siempre marcado. Para siempre seré «aquel que rompió el jarrón». Lo inevitable es el pasado.

El pasado no vuelve. El presente puede ser rectificado tan sólo en lo que puede llegar a acontecer, no en lo que ya nunca más será. Porque tan sólo puede volver lo que, según su naturaleza, puede repetirse, lo que puede ser (de) nuevo. O puede también volver lo que nunca vuelve porque siempre es presente: lo eterno. No hay vuelta atrás.

El tradicionalismo, en el sentido espontáneo de la palabra, es plausible en cuanto que consiste en un homenaje al bien pasado, pero no lo es si contiene un apego tal a lo pretérito que desemboca en el deseo de una reversión del tiempo. No puede ser, porque tempus fugit. La fugacidad del presente hace inaceptable todo tradicionalismo nostálgico. La vida es tarea, es futuro.

En el orden individual, un regreso al pasado es una puerilidad. El adulto infantil quiere volver al seno materno porque le disgusta el mundo que le ha tocado vivir y no quiere afrontar su responsabilidad. En el orden social, la pretensión de revivir el pasado es real y definitivamente un no vivir. El presente es la inminencia del futuro y, sobre él, gravita la totalidad del pasado. Nadie puede volver atrás, ni los individuos ni los pueblos, porque el pasado ya está en ellos incorporado. Vivir virilmente es armarse de valor para afrontar el futuro, apoyados en el pasado. Inventar a cada momento la humanidad conservando, paradójicamente, la verdad de lo que somos.

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