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Diario YA


 

Nos queda la oración


Manuel María Bru. 20 de agosto.

http://blogs.cope.es/Diosesprovidente/

Decía esta tarde en la emotiva entrevista mantenida con Sofía Gonzalo en la COPE el capellán del Aeropuerto de Barajas, don Alberto García, que viendo pasar miles y miles de pasajeros todos los días por el aereopuerto, y sabiendo como los accidentes aéreas son casí siempre tan trágicos como el ocurrido esta tarde, él todos los días pide por ellos, porque nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando se sube a un avión.

Yo he viajado más de doce veces en avión en estos últimos tres meses, y siempre al despegar he ofrecido una sencilla oración: “que sea tu voluntad, aquí me tienes”, porque aunque sean muchos más los fallecidos por accidente de carretera que por avión, del avión raramente puede uno escapar de un desenlace final.

Con esa misma conformidad, con esa misma constatación realista de nuestra fragilidad e inseguridad, dentro o fuera de un avión, debemos todos unirnos a estas familias a las que hoy les ha llegado el día más doloroso de su vida.

La manera con que los obispos César Franco, auxiliar de Madrid, y Francisco Cases, obispo de Gran Canaria, han vivido y están viviendo este momento, al lado de los familiares de la víctimas, o como están entregándose los sacerdotes de Madrid en Ifema, los voluntarios, el personal del aeropueto, uno al menos ve que, aunque no sirva de consuelo, al menos ese calor humano de la fraternidad y de la unidad, es de agradecer. Más para todos aquellos que con fe ven como la comunión eclesial en estos casos se palpa con una sóla mirada, unas manos unidas, o unas lágrimas compartidas que no expresan desesperación, sino, con todo el dolor del mundo, un atisbo de esperanza.

Lo más importante, con todo, es lo que se ve menos, la oración. Porque si aunque se vean las lágrimas, no se ve el dolor, y aunque se vea el caos de un accidente así, no se ve la tragedia, y aunque se vean y se oigan tantas cosas, no tenemos ni idea de lo que realmente pasa por dentro de todos los que viven en primera persona una situación así, del mismo modo, tampoco se ve la fe, la plegaría, la suplica, aunque se viesen -que no se ven fácilmente por el pudor arreligioso de los medios- los pocos signos externos de esa oración.

Tampoco se ve a Dios. Sin embargo Dios esta. Esta aparentemente ausente, pero está. Esta como estuvo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, en la cruz, en ese momento que dividio la historia de la humanidad y de cada persona en dos, en ese momento en que por su mirada y su corazón pasaron todos los dolores y todas las tragedias de la historia, también la de esta tarde en el Barajas, en ese momento en que el mismo Hijo de Dios sintió el silencio del Padre -¡Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado!-, como tantos hoy también lo sentirán, pero en ese momento en el que también la muerte fue vencida, y esa inseguridad y fragilidad humanas, por las que un avión puede estrellarse como hoy ha ocurrido, no han sido anulados, pero si han sido salvados.

Sin esa cruz, sin ese crucificado, sin ese Dios silencioso, no habría resurrección. Todos vamos a morir, y todos antes de morir vamos a sufrir por la muerte de otros. Pero también todos, desde aquel momento, podemos vencer el dolor y la muerte, o mejor dicho, podemos acoger la victoria sobre el dolor y la muerte, porque desde aquel momento no igonramos la suerte de los difuntos, para que no nos aflijamos como los hombres sin esperanza, sino que, muy al contrario, “si creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él” (Tes. 4, 12-16).

Por eso, de puntillas y sabiendo que su fin no es la audición de los hombres, sobre todo de los que hoy viven en la confusa y dolorosa situación de la tragedia, sino el Dios que con su providencia nos da la vida y permite que las causas segundas sean ocasión para dejar la presencia de esa vida en este mundo, me atrevo a musitar una oración:

Padre Eterno, Señor de la vida y de la muerte,
Señor de la historia de cada hombre y de todos los hombres,

Señor de tu creación portentosa, y de nuestras recreaciones limitadas,

Señor del dolor y del silencio, de la noche y la oscuridad,
pero también de la paz, la luz y la Palabra,

no sabemos porque con tu brazo clemente y misericordioso no has evitado este accidente,

no sabemos porque no has dejado que estos hijos tuyos, más de 150,

no hayan podido encontrarse con los suyos esta tarde,
y sus cuerpos hayan acabado entre los golpes y las llamas.

Pero si sabemos que tu los conoces y los quieres más que nadie en este mundo,

si sabemos que tu no ves nuestras vidas como nosotros las vemos,

si sabemos que tú tienes preparada para nosotros -nos lo dijo tu Hijo- una morada eterna en tu casa.

No lo entendemos, pero lo aceptamos.
Y nos postramos ante el misterio de tu amor,
que supera todo dolor y todo amor humano,
y te pedimos por cada uno de ellos,
por su vida después de esta tarde, por su vida eterna,

pero sobre todo te pedimos por nostros, los que aquí seguimos,

en medio de la fragilidad de este mundo,

te pedimos sobre todo por los padres, las madres, los hermanos, los hijos, los abuelos, los nietos, los amigos, por todos…

Te pedimos por todos los que hoy lloran, sin parar, sin medida,

Te pedimos para que también tengan esperanza,
para que un atisbo de fe sea como una pequeña llama
que abra una pequeña ventana en sus vidas,

y para que por esa ventana te cueles tú, Dios de todo consuelo, con tu luz,

la única luz capaz de vencer esta oscuridad,

la única luz que puede alumbrar vida allí donde se ha derramado la muerte,

la única luz que puede despertar complacencia donde sólo hay sinsentido,

y que puede, en medio del dolor,
provocar un gesto de paz, de serenidad, de esperanza. Amén.
 
 
 

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