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Diario YA


 

ORAR Y EMBESTIR


    Manuel Parra Celaya.                                       

No pasa un día sin que los medios nos informen de sucesos deleznables que son moneda corriente, como esa aberrante moda de las violaciones en masa, es decir, de que un grupo de energúmenos ejerza violencia sexual sobre una mujer; poco importan las circunstancias que rodeen estos hechos y otros de distinto jaez, mientras se dé esta nota de violencia, esto es, de coacción de la libertad, sea física, psicológica u ocasionada por algún tipo de obnubilación interna o externa de la víctima. No entremos, de momento, en catalogaciones morales, aunque estas constituyen un aspecto esencial de la cuestión, como veremos.
    Es sabida la hipocresía social que sigue como colofón a cada una de estas acciones: va a depender de los orígenes de los delincuentes, de la publicidad que le den los medios y hasta de las posibles veleidades de jueces y jurados. En el terreno de las evidencias, es un fenómeno que se ha disparado en nuestra sociedad y ante el que parecen inútiles los elementos coercitivos y represivos con que cuenta un supuesto Estado de Derecho, incluyendo un posible endurecimiento de la legislación y el constante postureo de los políticos sobre el tema.
    No solo estas abominables prácticas mencionadas están cundiendo por doquier. Basta ojear las páginas de los periódicos y aguantar cualquier telediario para comprobar que buena parte de las informaciones se refieren a otros actos delictivos y violentos que tienen lugar cerca de nosotros. La morbosidad del hombre masa se va retroalimentando a placer con estos despliegues informativos y no sería descartable que estos actuaran a modo de sibilinas sugerencias para que los más osados, incívicos o tarados probaran su suerte en este asqueroso protagonismo.
    Hace muchos años que han desaparecido de los periódicos las secciones de sucesos, que hacían las delicias de curiosos, desocupados y comadres, en gradación ascendente cuanto más sangrienta o escandalosa fuera la noticia; el éxito que alcanzó El Caso fue seguido de su declive y desaparición cuando llegó un momento en que este tipo de informaciones coparon la prensa y la televisión, y, más recientemente, los mensajes de Internet. Altercados, peleas -a brazo partido, a cuchilladas o con armas de fuego- asaltos, robos y agresiones parecen estar al orden del día. Ya en el orden político, existe un tipo de violencia -escasamente de carácter físico, a Dios gracias, pero in crescendo en lo psicológico, que da la impresión de que estamos viviendo en un marco de libertad vigilada, y prestos a ser el blanco del primer energúmeno que se considere en posesión de esas posverdades que confiere el Pensamiento Único.
    De aquella libertad sin ira que cantaban ingenuamente los chicos de Jarcha estamos pasando a una ira sin libertad real en cuyo marco la normal manifestación se confunde con el tumulto, la discrepancia con una ocasión de linchamiento y la protesta en ocasión de odio sarraceno, y donde el delito hace su agosto.
    Solemos conocer los efectos, pero difícilmente analizaremos con valentía las causas, y aquí sí que cabe entrar en el terreno de lo moral más que en el de lo jurídico. El vacío axiológico se ha rellenado con el reinado de las apetencias e instintos desbocados; el civismo ha sido sustituido por la coacción del más fuerte y la educación por el imperio de la ordinariez, la picaresca exacerbada y la ruindad. Si generalizamos todas estas notas, podríamos llegar a la conclusión de que estamos viviendo en un seno de una sociedad crispada; menos mal que sabemos que toda generalización encierra una mentira, aunque esta venga servida a diario por los medios.
    A modo de tópico, alguien podría repetir los versos de Machado sobre el español que ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza. Pero ya escribió, hace bastante años, el gran pensador y poeta Aquilino Duque que el pueblo nunca ora y embiste a la vez; cuando embiste, no ora y, cuando ora, no embiste. Podemos ir un poco más allá: los que embisten -en todas las gamas y niveles de embestir, desde violadores en grupo, delincuentes en cualquier faceta del Código Penal, energúmenos prestos a usar de la violencia física o moral…- lo hacen, en gran medida, porque se ha considerado pasado de moda el orar. Es decir, porque la moral y la religiosidad han prescrito como guía de conducta en amplios sectores de la sociedad.
    Cuando San Juan Bosco se afanaba por reconducir a aquellos niños y adolescentes que iban recayendo en la delincuencia en las calles de la Italia del XIX, se hizo proverbial su sentencia alternativa: O religión o palo, esto es, o el convencimiento del civismo y el buen comportamiento que otorga la Fe o la coacción que pueden llegar a imponer las leyes.
    En la España de hoy, el laicismo militante hace lo posible para que desaparezca la primera opción y, al mismo tiempo, se muestra incapaz de crear una legislación, o aplicar la existente, para que por lo menos el temor al palo frene a violadores y delincuentes de toda laya.