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Diario YA


 

Gato por liebre

Originalidad y plagio

Enrique De la Puente. Como continuación a la información publicada sobre el plagio de la Tesis Doctoral de nuestro presidente, he leído en periódicos y escuchado en radio, o en televisión, muchos comentarios sobre lo que es originalidad y lo que es plagio, a personas con formación y estudios, a las que se ve preparadas; y a otras personas que no parecen tener ningún tipo de conocimiento sobre el tema. De todas estas personas hay individuos a los que, por lo que manifiestan, es su ideología y no su preparación la que aparentemente dicta su opinión, como consecuencia de un razonamiento que se pueda calificar de inteligente; y algunas de las sandeces con las que contestan a las preguntas que se les formulan son dignas de aparecer en esos libros que recopilan disparates de estudiantes. Procuraré opinar sobre el tema, que no considero fácil, sin decir que soy un experto en el mismo, porque no lo soy, pero sin dejarme influir por ideología alguna y procurando no decir tonterías que me hicieran acreedor de aparecer en esos libros.
Un ingeniero o un arquitecto proyectan y construyen un barco o un edificio, utilizando en sus trabajos teoremas, principios, y fórmulas matemáticas, sin que entrecomillen o citen al autor del teorema, principio o fórmula que hayan empleado en sus cálculos. En el mundo de la técnica se aprovechan todos los conocimientos existentes hasta el momento para crear algo mejor; por supuesto que hay, por ejemplo, patentes que mantienen el derecho del creador de un artilugio o de un proceso durante un tiempo, y cuando se hace uso de lo patentado, se paga por ello, pero por lo general, el ingeniero o el arquitecto no cobran derechos de autor por sus obras, trabajan y cobran su sueldo. No estaría mal que al igual que, como al autor de una obra teatral se le retribuye de alguna forma cuando se representa su obra, al ingeniero naval que proyectó un trasatlántico, se le retribuyera cada vez que buque realizara una travesía, pero no, doy fe de que no es así. En general, se puede afirmar que el mundo de la técnica es más concreto y se trabaja con conceptos más definidos o, por lo menos, más admitidos como oficiales.
En otros ámbitos como el de la creación artística la cosa es más compleja ¿se podría decir que el artista que pinta un paisaje en un cuadro, está plagiando a Dios o a la naturaleza cuando reproduce en el cuadro el paisaje? Según las rotundas afirmaciones de alguna de las personas citadas en el primer párrafo, habría que contestar que sí, pero es evidente que no. Por eso en ese ámbito menos concreto, se han tenido que establecer reglas para determinar cuándo hay plagio y cuándo no, y cuándo algo es original o no. Muchos maestros de la pintura han pintado el mismo tema, sin que eso sea considerado como plagio, a pesar de que a veces la semejanza es casi total, pero esto no ha sido considerado como plagio; pero qué decir de la originalidad, ¿tendrían éxito un Velázquez o un Goya, pintando ahora o saldría un crítico despreciándolos y diciendo que así ya se pintaba antes y no era original su estilo?  Algunos  escritores han creado sus obras tomando como base un hecho histórico concreto, pero esto tampoco ha sido considerado como plagio, a pesar de que el hecho histórico es el  mismo. En el mundo de la pintura hay copistas que han reproducido cuadros famosos y eso no se considera plagio, también hay falsificadores que reproducen y venden como auténticas copias de cuadros y esto ya es un delito. En el mundo de la literatura algunos autores se han aprovechado del trabajo de otros, publicando como suyas creaciones presentadas a concurso o directamente, encargando a otro una determinada obra, llamándose en estos casos “negro” a este último.
En lo relativo al mundo de las leyes, en algunos países, las sentencias crean jurisprudencia, al menos en algunos tribunales, y los jueces se basan en ellas para emitir sentencia; en España sólo crea jurisprudencia el Supremo, pero en Estados Unidos son mas tribunales los que lo hacen. No sé cómo es la carrera de abogacía allí, pero seguro que tienen algún programa informático, como los que se han usado aquí para determinar el porcentaje de plagio de la tesis de Pedro Sánchez, para comparar casos en estudio con sentencias anteriores y así poder hacer uso de ellas. Es evidente que las sentencias pronunciadas, basándose en las anteriormente emitidas no son plagio, aunque aquí sí está claro que la original es la primera.
En mi trabajo como profesional, en ocasiones he creado solo o en equipo, productos o procesos nuevos, pero nunca he sentido esa necesidad de ser original, casi todo lo que sé lo he ido poco a poco aprendiendo de los demás, siempre he procurado aprovechar las buenas ideas, o las formas de realizar un trabajo, sin que me preocupara el hecho de no haber sido original, independientemente del nivel, profesión o categoría que tuviera, el creador de la idea, o el realizador del trabajo, ahora, eso sí, sin robar ni ideas ni trabajos. Otra cosa es que siempre me han gustado las clases, ya como alumno o como profesor y me encanta transmitir, siempre que puedo, conocimientos a mis hijos, nietos o a cualquiera que me lo pida, o adquirir otros nuevos. Por eso escribo este artículo, porque me han preguntado sobre la originalidad y el plagio, aunque, como ya he advertido, no soy experto en ninguno de los dos temas, ahora bien como también ya he afirmado, no escribo maniatado por ninguna ideología, por lo que espero que lo que vaya escribiendo sea lo suficientemente objetivo.
Ya he escrito en algún otro artículo que la especialización ha llevado a dividir las carreras profesionales de antes en varias, de forma que al incorporarse al mundo del trabajo, los nuevos profesionales tienen que ir adquiriendo, mediante uno o más másteres, lo que antes formaba parte de los programas de esas carreras previamente a la especialización. Sé que alguno al leer esta última afirmación no estará de acuerdo, pero como no es asunto de este artículo, le remito a otro de mis artículos “Polímatas”. No quiero decir que no se asistiera a cursos o cursillos una vez terminadas las carreras de antes, hasta nos daban un diploma, acreditando no sólo la asistencia al mismo, sino también el aprovechamiento logrado, pero entonces no se llamaban máster ni estaban acompañados de tanta parafernalia como los de ahora. Como ya he comentado, siempre me han gustado las clases donde podía aprender algo como alumno, o enseñar algo como profesor y he participado de una forma o de otra en muchos de estos cursos y he recibido y repartido muchos diplomas. La asistencia a estos cursos se incorporaba al currículo, pero nada más.
Nuestras universidades, además de impartir los conocimientos de cada carrera, han sido las garantes, cara a la sociedad, de que aquellas personas a las que se les concedía  el título académico correspondiente habían acreditado el conocimiento de las materias contenidas en los programas de cada carrera y habían mostrado suficiencia para asumir las responsabilidades que el título acreditaba. Por ello los protocolos de concesión de los títulos estaban regulados y los diferentes controles, no sólo los exámenes, a que se sometía todo aquel que pretendiera conseguir el título, eran conocidos; el que la universidad hiciera público que el alumno los había superado, abría para éste unas perspectivas que antes no tenía en su vida profesional, lo que representa una ventaja sobre los que no tienen el título. Pero hemos asistido últimamente a una serie de noticias que han puesto en entredicho ese papel de la universidad, como garante ante la sociedad, por algunos de los títulos que ha concedido.
 En la actualidad, la carencia de formación académica de muchos de nuestros políticos y su afán por llenar su currículo con títulos, se ha ido tapando de distintas maneras y una de ellas ha sido la de obtención de un máster sobre cualquier cosa, pero que pudiera añadirse como un mérito. Ya fueron capaces de poner en el currículo que eran, por ejemplo, Licenciado en Física, cuando sólo habían cursado dos años de la carrera, pero como eso era fácilmente detectable y como ya se habían destapado los engaños con los que muchos de ellos habían pretendido impresionar a la gente que podía votarles, en los últimos tiempos han recurrido al máster; para ello han creado recovecos en el sistema académico para obtenerlos. A nadie le puede extrañar que, por ejemplo, a un ingeniero informático se le exima, en un curso de máster, de una asignatura que fuera “Introducción a los ordenadores” y de ahí las convalidaciones que se hacían en algunos máster a algunas personas; otro tanto pasa con la asistencia a clase, en las que, en algún caso era posible que el alumno supiera más que el profesor que la impartía. Pero lo que se ha publicado en algunos medios ha puesto de manifiesto los excesos que se han cometido en lo que he llamado recovecos del sistema académico, convalidando en algunos casos asignaturas de forma arbitraria o eximiendo del deber de la asistencia a los cursos en otros. Los escándalos publicados últimamente, han perjudicado a la credibilidad de alguna de nuestras universidades.
Mis opiniones al respecto son solamente consecuencia de mi experiencia y de la lógica, pero cuando leo lo que escriben sobre el tema los que son verdaderos expertos en el tema, evidenciando no sólo la poca calidad de la tesis de nuestro presidente, sino las irregularidades que se han cometido en lo relacionado con su concesión del grado de doctor, no logro entender cómo la Universidad no investiga en profundidad, para suprimir esos que he llamado recovecos y retira todos los títulos trampa que se han conseguido mediante ellos, de forma fraudulenta, ofreciendo si se quiere, eso sí, la posibilidad de repetir la obtención de esos títulos, pero con las garantías a que nos tenía acostumbrados.