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Diario YA


 

Pesadilla en san Jerónimo’s street

Laureano Benítez Grande-Caballero Quisimos ser europeos, mirar a los ojos a las democracias nórdicas, presumir de modernidad, inventar pasmosas transiciones que transmutaran requetés en sociatas de pana y corbata. Quisimos dejar de ser diferentes, ser alguien en los versallescos salones donde se juega el futuro del mundo entre valses y canapés. Quisimos cubri’nos e glo’ia, y nos emoh cubi’etto ‘idículo, como dirían los piratas de Astérix.

Es cierto que África ya no empieza en los Pirineos, y que ningún mono puede atravesar la Península de norte a sur brincando de encina en encina; pero ahora tenemos algo peor: a feroces mandriles saltando de banano en banano, empuñando peligrosísimos revólveres, enseñando ferozmente sus dientes a los españolitos acojonados… Antes de ser europeos, fuimos imperiales, y, por medio de una espeluznante transición pasmo del mundo, hemos acabado siendo un país bananero: Bananaspaña.

Si, porque lo que empieza en los Pirineos es una franquicia caribeña, donde, cha ves, nos atiborramos de platanitos Maduros; donde ninis tatuados, okupas rastafeados, femens brujeriles, gorilas cheguevarianos y kamaradas puñoenalto pretenden sembrar el terror en hemiciclos y estepas, escracheando hasta al lucero de la aurora, cavando trincheras en plazas y tertulias, sembrando de barrikadas las calles de unas ciudades acobardadas bajo su matonismo barriobajero.

Ahí van, con sus guayaberas, como zarrapastrosos cosacos de comandos leninistas. Ahí les tenemos: insultando, escupiendo, apalizando, amenazando, escracheando, acosando… ahí van, como una estampida de bisontes o búfalos cafres, haciendo retumbar los tambores de la selva, corneando impunemente las libertades, los valores de España, las tradiciones patrias. Aquí vienen, como una carga de mamelukos, bolchevikes de mariscada y puño en alto…

Decían que venían a regenerar la democracia, a asaltar los cielos, a rescatar a la gente, a hacer gobiernos de cambio y progreso. Pero empezamos siendo España y ahora nos hemos trocado en Bananaspaña o Españistán, denominaciones bajo las cuales, no sólo no asaltaremos los cielos, sino que haremos una sobrecogedora transición a los infiernos, el verdadero objetivo de esta jauría depredadora que campa a sus anchas por nuestros solares.

Perdieron las elecciones, y también han perdido la jefatura de la oposición, pero, poniéndose sus navajas cachicuernas en sus feroces mandíbulas, incapaces de aceptar su irrelevancia parlamentaria, han dejado su disfraz socialdemócrata para organizar montoneras, razzias, banderías escracheadoras, violencias callejeras, con el fin de salir en la foto, de chupar cámara, de excitar a sus borreguiles audiencias con «performances» pseudorrevolucionarias, organizando conspiraciones golpistas que les mantengan en el candelero y lo lobotomicen todavía más a las masas ignorantes que les ríen las gracias y aplauden sus patéticos numeritos.

¿Y qué esperábamos, en un país donde nada es delito?

¿Que esperábamos que sucediera en el país de las bananas y los mandriles, donde sus mafiosas actividades siempre son sobreseídas y archivadas por jueces modernísimos para los que todo constituye un simple y democrático ejercicio del derecho a la libertad de expresión?

¿Nos sorprende acaso estar a merced de estos comancheros, que han invadido España como una banda de forajidos entrando a sangre y fuego en un poblado del «Salvaje Oeste»?

¿Nos puede causar pasmo que seamos un país bananero, cuando entre una derecha acomplejada, una ciudadanía acobardada o acomodaticia y una judicatura incapaz de enchironar a uno solo de estos energúmenos ―Bódalo aparte―, estos comanches se han dado cuenta de que pueden hacer lo que les venga en gana con total impunidad?: silbar el himno, quemar banderas, desborbonizar España, asaltar capillas, apalizar a derechosos, amenazar de muerte a periodistas críticos, romper constituciones, desobedecer las leyes, escrachear a quien les cae mal, reventar conferencias de quienes ellos consideran «casta», desear la muerte a los toreros y sus familias, apoyar a los manteros contra la policía, privilegiar a a okupas, blasfemar con coñoinsumisas, mancillar el Kongreso con «shows» esperpénticos que deshonran nuestra democracia, decir que azotarían sanguinariamente a mujeres, untarse escandalosamente con capitales caribeños e islámicos, tramposear con Hacienda, irse de juerga con etarras, burlarse de las festividades religiosas, defecar en la hispanidad…

De la España imperial hemos desembocado en la España comanche, Españamanche, territorio antaño gallardo, y ahora un simple infierno de pusilánimes donde el gran Coleta Sentada va como un caballo loco disparando sus flechas incendiarias sobre sombreros de copa, mitras de obispo y boinas castizas… sobre todo lo que le suene a derecha y español. Henos aquí en «Fort Apache», con una tribu de comanches asediando un poblado de españolitos que creen que la democracia consiste en que cada uno haga lo que le dé la gana, por aquello de que queremos ser el país más libérrimo del mundo. Hemos criado cuervos, monstruos hallowenianos, hasta llegar a una pavorosa «Pesadilla en san Jerónimo’s street».

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