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Diario YA


 

Rusia y su historia: una lección que aprender

Carlos Gregorio Hernández. 01 de enero.

Rusia, a pesar de su importancia energética, está sufriendo como pocas naciones las consecuencias de la crisis económica mundial. Según explican los economistas, esta cuestión se debe a su dependencia de las importaciones y a la pareja depreciación del rublo, que resta valor a sus mercancías. La víctima principal de este escenario está siendo, como no, la población más desfavorecida, aunque tampoco han estado exentos de sus efectos las fortunas más importantes, como la del conocido magnate Abramovich. Esa conjunción de factores parecería explicar, especialmente para los nostálgicos europeos del comunismo, el renacer público de algunas figuras del régimen soviético como Lenin y Stalin. En este sentido se ha interpretado el resultado de un concurso celebrado por una televisión rusa, que ha situado al criminal Josef Stalin como tercer personaje más importante de su historia.

Si contemplamos ese concurso en su conjunto, o mejor, si lo situamos en el contexto de los últimos años, creo que podremos obtener una perspectiva más clara de lo que acaece en Rusia. Entiendo que el concurso es parte de una política que viene de atrás, que coincide plenamente con las acciones gubernamentales, y que está pretendiendo, al margen de las cuestiones ideológicas, restituir la cohesión del pueblo ruso y vivificar el sentimiento nacional.

Entre las medidas tomadas por las autoridades está la recuperación de la simbología anterior a 1917, la restitución de la nacionalidad a la familia real, destronada y asesinada por la Revolución, la continuación de la búsqueda de los restos de todos los parientes del zar Nicolás II e igualmente la difusión de todo un legado cultural de siglos asociado a la monarquía. Pero todo ello no ha supuesto un obstáculo para la conservación de la herencia, los símbolos y los lugares del pasado soviético. Un recientemente congreso sobre Stalin puso de relieve la promoción que el propio gobierno y no una reacción de signo contrario al mismo viene haciendo del jerarca que proyectó la ideología comunista a todo el mundo. Pero, ¿qué se destaca del mayor asesino del siglo XX? Algunos, ponderando su voto, han expresado sus reservas hacia el criminal Stalin, pero sin que ello fuera óbice para eclipsar al hombre y al tiempo en el que Rusia ocupó un lugar preponderante en la política mundial.

Fue Stalin quien convirtió a su país en superpotencia y quien sostuvo una pugna por la hegemonía mundial frente a Estados Unidos, en lo que fue algo más que un enfrentamiento ideológico. Conflictos como el de Georgia o la cuestión de Ucrania, que han trascendido de un problema puramente regional, muestran como Putin y Medveded quieren reconstruir el peso y el protagonismo ruso en las relaciones internacionales, que no ha sido el predominante en la historia de la nación, al menos hasta el siglo XIX. La caída del muro de Berlín, que escenificó el final del comunismo, concatenada con la disolución de la URSS, puso también de manifiesto el declinar de la estrella rusa, a pesar de seguir manteniendo intacta su potencia nuclear y militar. Curiosamente esos tiempos, los previos a la democracia, tampoco se añoran y no han tenido presencia en la mirada atrás del pueblo ruso mostrada a través de este concurso.

Pero no hay que olvidar que Stalin es el tercero de una lista definitiva de doce nombres. Antes de Stalin los rusos también han preferido a Piotr Stolypin, ministro del zar Nicolás II que puso coto a los revolucionarios de principios del siglo XX y que murió precisamente a manos de éstos. La inquina de los socialistas a Stolypin residió en que fue precisamente él quien les combatió con mano más firme y también de forma más exitosa. Contó con el apoyo del campesinado, al que otorgó derechos, educación y tierras e hizo compatible la reforma con la Monarquía, enfrentándose a los terratenientes de las provincias occidentales a las que pretendió rusificar.

El primer lugar lo ha ocupado un santo ortodoxo, Alexandr Nevsky, que obtuvo este apodo en su victoria contra los suecos en el río Neva y que se enfrentó igualmente a los mongoles y a los teutones en el siglo XIX. Es tremendamente conocido el uso que ya el régimen de Stalin hizo del héroe ruso. No en vano, el director Sergei Eisenstein, que llevaba más de una década sin realizar ninguna película, regresó para poner su sapiencia al servicio del partido, realizando el relato épico de la defensa de Rusia frente a los teutones. A Nevsky, no obstante, se le hizo cambiar sus diálogos en las sucesivas reediciones de la cinta en función de los vaivenes de los intereses soviéticos en la política internacional de los años treinta. Y es que el Ejército rojo que se enfrentó a Hitler fue mucho más Ejército ruso que otra cosa. En aquella contienda se apeló constantemente a la salvación de la patria en peligro más que a una guerra ideológica. Así lo pone de manifiesto la mencionada obra de Eisenstein o libros como los de Vassili Grossman, uno de los escritores más sobresalientes del siglo XX y por entonces comprometido con el sistema.

El mismísimo Stalin tuvo que tener en cuenta, más allá de la Revolución, el componente nacional y la fe ortodoxa vinculada al pueblo ruso. Este y no otro, es el auténtico resultado del concurso, que permite contrastar como un hecho el renacido ascendiente que tiene la fe ortodoxa en un país que fue obligado al ateísmo por la Revolución, tal y como ha destacado Kiril, metropolitano de Smolensk y Kalinigrado, y posible sucesor al frente de la Iglesia ortodoxa del fallecido patriarca Alexis II.  

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