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Diario YA


 

al día de hoy podría sonar a persona aldeana y analfabeta

Santa Cunegunda, una de las personas más poderosas e influyentes de su época

Javier Paredes. La protagonista del día es santa Cunegunda, que dicho así y con ese nombre, al día de hoy podría sonar a persona aldeana y analfabeta. Y sin embargo, nuestra santa Cunegunda, que falleció el 3 de marzo del año 1033, fue una de las personas más poderosas e influyentes de su época. Había nacido el año 998 y su padre  fue el conde Sigfredo de Luxemburgo. Se casó con el nieto de Carlomagno, Enrique de Baviera, que en el año 1014, junto con su esposa Cunegunda, fueron coronados emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, por el Papa Benedicto VIII. Y se da la circunstancia de que el marido de Cunegunda también está canonizado; su fiesta se celebra el 13 de julio. Este santo matrimonio impulsó la civilización occidental y colaboró estrechamente con el papado y con los monjes del Cluny, de cuyo abad San Odilón fueron grandes amigos. 

 Tanto santa Cunegunda como su marido, Enrique el Santo, dirigieron todas sus imperiales influencias, por supuesto al bien material, pero sobre todo al bien espiritual de sus súbitos. Porque si el objetivo de nuestros Estados actuales consiste, como dicen alguna de sus Constituciones, en procurar la felicidad de los ciudadanos, y esta felicidad se reduce a la pura materialidad, por cuanto nuestros dirigentes nos tienen en tan poco que nos consideran pura materia; en consecuencia, y por lo que a mí respecta, sugiero a los dirigentes de tan seboso Estado bienhechor, pertenezcan unos a la izquierda laicista del PSOE y otros a la derecha pagana e hipocritona del PP, que conmigo se ahorren el esfuerzo, porque el fin de mi de existencia es bastante más elevado, ya que aspiro a algo más trascendente a que me llenen la andorga de garbanzos.

 Santa Cunegunda tuvo claro a lo largo de toda su vida, que sus riquezas, honores y cargos no tenían otro sentido que ponerlos al servicio de Dios y de las almas. Su asesor de imagen y a quien tanto ella como su marido querían parecerse era  Jesucristo, por eso la Iglesia los presenta como modelos, para que los católicos que tengan cargos públicos traten de imitarles. A lo mejor es mucho pedirles a los católicos españoles de la izquierda laicista o de la derecha pagana, que funden monasterios o que profesen en uno de ellos, como hizo Santa Cunegunda cuando se quedó viuda. Me conformaría con que fueran coherentes con la doctrina social de la Iglesia y, en el hipotético caso de que les diera vergüenza  dar la cara por Jesucristo no vaya a ser que les llamen carcas o ultras, lo más aconsejable es que abandonen el partido. Y es que a los votantes católicos puede acabar sucediéndoles como a aquellos vecinos de la leyenda, que concedieron a un herrero el privilegio de que instalara en medio de la calle el potro y el bramadero; pero como el artesano abandonase su trabajo, por hablar con unos y con otros, los vecinos defraudados acabaron conminando a quien habían entregado su confianza y le dieron un ultimátum, en forma de esta sentencia: “O herrar, o quitar el banco”

 
 

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