Principal

Diario YA


 

SANTA TERESA: LA SANTA DE LA HISPANIDAD

Fr. Luis de León formuló al poco tiempo de morir Teresa de Jesús  la crítica literaria más solvente y profunda de la escritura teresiana. En un texto admirable por su brevedad y profundidad escribe en La Carta dedicatoria a la Madres Prioras Ana de Jesús y Religiosas Carmelitas Descalzas del Monasterio de Madrid “No es menos clara ni milagrosa la segunda imagen los libros (la primera era los conventos fundados); en los cuales, sin duda, quiso el Espíritu Santo que la Madre Teresa fuese un ejemplo extraor-dinario (rarísimo). Porque en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que las trata excede  a muchos ingenios; y en la forma de decir y en la pureza y facilidad de estilo y elegancia y compostura de las palabras, y en una elegancia desafei-tada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ella se iguale”

Aquí podemos encontrar  cómo Luis de León da una valor a la escritura teresiana partiendo de la unidad esencial entre materia y forma literarias sin romper la unidad esencial que existen entre ellas, lo que escribe Santa Teresa de  los pormenores de su vida forman una unidad esencial con sus experiencias místicas y estas sólo puede narrar o describir como ella o cuenta.

Para analizar la singularidad de la escritura teresiana debemos tener en cuenta su formación  (teológica) espiritual y su formación literaria.  Teresa se lamenta con frecuencia de sus carencias literarias y teológicas regladas.  Salva honrosas excepciones como Beatriz Galindo, las mujeres de su tiempo no cursaban ningún tipo de estudio reglado. Por eso escribe: “las mujeres no tenemos letras (estudios) o “como no tengo letras, mi torpeza, no sabe decir nada”.

Sin embargo esta carencia de letras filosóficas y teológicas la suplió con creces de la única manera que  podía como mujer y religiosa: en la dirección espiritual y confesionario con los más cualifi-cados teólogos de su tiempo. Ella no ocultaba nada a sus confesores y nada ejecutaba sin el consejo de  grandes letrados. Este trato directo o indirecto con grandes teólogos y/o experimentados directores espirituales supuso para ella un auténtico aprendizaje basado en la comunicación oral  directa que sustituía a los libros, poco asequibles con frecuencia por su elevado tono magisterial y abstracto. Otra forma de aprendizaje fue la predicación de la que Santa Teresa gustaba mucho, especialmente  cuando el predicador se servía de la retórica de la persuasión no estilo sublime, sino el llano, más asequible  según los preceptistas para acomodarse  a las personas  sencillas. La lectura de libros espirituales  como el Tercer Abecedario del franciscano Osuna, que le sirvió de un buen ejemplo para adentrarse y comprender los rudimentos de la práctica de la oración mental, de la que llegó a ser la Maestra insuperable con su famosa definición: no es otra cosa oración a mi parecer sino estar muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.


    Lecturas  de Santa Teresa. La Doctora  mística fue siempre desde la más tierna infancia una entusiasta lectora. En el libro de la Vida  nos cuenta: cómo en su casa su padre  era aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos. Y  cómo con su hermano  Rodrigo compañero de lecturas y aventuras  se recogían a leer las vidas de los santos: “Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer vidas de Santos (que era al que yo más quería, aunque  a todos tenía gran amor y ellos a mí).
En su adolescencia se enfrascó en la  lecturas de los libros de caballerías junto con su madre de quien dice: “Era aficionada a libros de  caballerías (…) de esto le pesaba mucho a mi padre que se había de tener aviso  a que no lo viese. Yo comencé a quedar-me en costumbre de leerlos; y aquella pequeña falta que veía en mi madre, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en los demás; y parecíame no era tan malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio aunque a escondidas de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía que, si no tenía libro nuevo no me parece que tenía contento.”
En los duros momentos de su juventud y enferma leyó el famoso tratado de San Gregorio Magno, Las Morales, pues afirma: mucho me aprovechó haber leído la historia de Job en las Morales de San Gregorio.
Hacer un recuento de los muchos libros que leyó especialmente relacionados con la ascética nos llevaría toda la conferencia, basta que tener en cuenta lo que nos dice: aunque he leído muchos libros, espirituales declárase muy poco (aquí se refiere las expe-riencias místicas, que muchos libros no las aclaraban, incluso las consideraban sospechosas)
Entre los muchos autores  cuyas obras leyó de todas las tendencias y escuelas espirituales se pueden citar: los Franciscanos, Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, San Pedro de Alcántara. Dominicos: Luis de Granada, San Vicente Ferrer (…) Jesuitas: Rodrigo  Álvarez, San Francisco de Borja.  Un autor que con seguridad leyó fue el gran San Juan de Ávila a quien consultaba todas sus grandes gracias místicas.
Una pena muy grande para ella fue la medida del Inquisidor General Valdés quien en 1559 publicó un Índice  prohibiendo la lectura no sólo de libros que contenían herejías, sino muchos otros escritos en romance, que a Juicio de Valdés, podían hacer daño a las almas sencillas, por eso escribe : “Cuando quitaron  muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algu-nos me daban recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor: No tengas pena yo te daré  libro vivo. EL LIBRO VIVO SERÍA EN ADEANTE EL MISMO JESÚS.

Fidel Garcia Martinez