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Santiago Matamoros: La batalla de clavijo y dos gritos de guerra

Pedro Sáez Martínez de Ubago. La historia del Camino de Santiago se remonta a los albores del siglo IX con el descubrimiento del sepulcro de Santiago el Mayor, evangelizador de España. El hallazgo de este santo mausoleo está rodeado de una rica imaginería popular que en vez de distorsionar ha preservado y llenado de colorido la narración histórica.

Una de estas leyendas populares sitúa el extraordinario suceso en la primitiva diócesis de Iria Flavia, cuando el ermitaño Pelayo tuvo una "revelación divina": en la espesura del bosque ve unas "luminarias" y "oye canciones de ángeles". Los feligreses de la antigua iglesia de San Félix de Solobio, al pie del bosque, participan de esas visiones.
        
El obispo iriense Teodomiro acude al bosque y halla el mausoleo sepulcral, identificándolo como el túmulo funerario del Apóstol Santiago. Este hallazgo fue un hecho trascendental que deslumbró y conmovió profundamente a los pueblos del Occidente Medieval. Fue tan importante este hallazgo en el viejo continente que el Camino de Santiago ha significado en la historia europea el primer elemento vertebrador del viejo continente. El hallazgo del sepulcro del primer apóstol mártir, supuso encontrar un punto de referencia indiscutible en el que podía converger la pluralidad de concepciones de distintos pueblos ya cristianizados, pero necesitados en aquel entonces de unidad.

En este Camino y 15 km. al Sur de Logroño se alza el castillo de Clavijo, vigilando los campos donde, según la tradición, el 22 de marzo del año 844, tuvo lugar la batalla en la que apareció el apóstol Santiago, sobre un caballo blanco, en apoyo de las huestes cristianas, a las que condujo a una gran victoria en el paraje hoy conocido como Campo de la Matanza.

En esta gesta de nuestra historia nacional tienen su origen la advocación que damos a nuestro Patrón como Santiago Matamoros; el grito bélico de “¡[Je]Sus y a ellos! ¡Santiago y cierra España!”; o  el Voto de Santiago, por el cual se recaudaba entre los fieles de Castilla y León un tributo que se entregaba anualmente a los Canónigos de Compostela. Este voto se mantuvo ininterrumpido hasta su supresión en 1812 por las cortes de Cádiz.
La leyenda afirma que la batalla fue planteada para acabar con el vergonzoso Tributo de las Cien Doncellas que los cristianos entregaban, cada año, al emir de Córdoba  desde los tiempos del rey Mauregato (783–789) hijo natural de Alfonso I y una esclava mora. Todavía hoy, en Sorzano, se puede asistir, el tercer domingo de mayo, a la procesión de las Cien Doncellas, en la que jóvenes vestidas de blanco y con ramos de acebo en sus manos, mantienen vivo el recuerdo de aquel tributo medieval. Y una procesión semejante se celebra cada 12 de mayo en santo Domingo de La Calzada.
Hoy, ante el avance y la amenaza del islamismo, que, desde el momento que predica como una obligación -igual que dar limosna o peregrinar a La Meca- el hacer la “guerra santa”, nada puede decirse que tenga de civilización de paz, como estamos viendo cada día en los medios de comunicación; ante el continuo martirio de cristianos, más cruel que cualquiera de las persecuciones padecidas en la antigua Roma; ante el hecho de que cada cinco minutos un mártir cristiano muera asesinado a manos de fanáticos seguidores de Mahoma y su falsa doctrina, incompatible con cualquier ilusoria “alianza de civilizaciones”.
Y puede ser, también, un buen momento para volver los ojos al Apóstol y reflexionar sobre cuánto ha significado el Camino en nuestra civilización, así como sobre el papel jugado históricamente por España en la defensa de la misma, con hitos como Clavijo, Las Navas, Lepanto...
Para ello creo que pocas cosas mejor que estos fragmentos del poema de Adriano del Valle titulado “Canto al apóstol Santiago, Patrón de España”:

Francos, normandos, medos, irlandeses,
Flamencos, provenzales y romanos,
Godos, armenios, grecos, calabreses,
Dacios, corintios, libios y aquitanos,

Húngaros, chipriotas y antioqueos,
Sirios y sardos, persas y efesinos,
Etíopes, egipcios, galileos,
Registraban los censos calixtinos…

Inflando iba su fol la cornamusa;
La gaita el caramillo, silbadores;
Saudades quejumbrosas en lengua lusa;
Felibres, provenzales, trovadores…

Himnarios y zampoñas y añafiles,
El pífano, la flauta y la vihuela,
Las cítaras, la flor de los atriles…
El aire era orquestal en Compostela.

El aire era un camino jacobeo,
Innúmera calzada a Compostela…
Deudo de dios, Hijo del Zebedeo.
Hijo del Trueno, a la batalla vuela…

Resplandeciente de pluviales oros,
Entre el cristal galaico del orvallo,
Contra el infiel cargaba Matamoros,
Blanco el pendón y blanco su caballo.

¡Señor Santiago! ¡Señor santiago! ¡Hijo
del Zebedeo y Salomé, en Judea,
y alférez del Señor, cuando en Clavijo
fuiste el Hijo del Trueno en la pelea!

¡Santiago Patrón! ¡Apóstol de los cielos!
¡Tromba de Dios! ¡Repítenos tu hazaña!
¡Alas para el Pegaso de tus vuelos!
¡Y el grito augur: <Santiago y cierra España>!

PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO
 

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