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Diario YA


 

ADOLFO SUÁREZ : LEAL PUEDE ¿PERO A QUIÉN?

Suárez en lo militar, religioso y político

Pedro Sáez Martínez de Ubago. Cuenta Patrick O´Brian en su novela Capitán de mar y guerra que “Cuando alguien se moría mandaban a buscar a Chelsin; ponían sobre el pecho del muerto un trozo de pan y Chelsin se lo comía y cargaba así con los pecados de éste. Entonces a Chelsin le echaban en la mano una moneda  de plata de la casa y lo sacaban a empujones de la casa, y lo ofendían y le lanzaban piedras mientras se alejaba”

Finalizando la década de los cincuenta, Salvador de Madariaga ya había escrito durante su exilio en Argentina que derribar el Régimen de Franco era algo imposible para la izquierda española. “Para derribarlo se necesita la ayuda y, si es posible, la iniciativa de la derecha neofranquista” . En esta idea profundizaría y la ampliaría posteriormente el que, con la UCD había sido ministro de Presidencia y de Educación, José Manuel Otero Novas, a quien debemos testimonios como: El régimen de Franco era un régimen fuerte que era imposible abatir; el único enemigo serio era la desafección de la Iglesia Católica; o bien, los demócratacristianos no éramos más que algo ornamental . A decir de uno y otro, parece ser que sólo desde el seno del franquismo o desde la única institución de España que éste no podía controlar, podía venir la subversión y el derribo del sistema político instaurado en España a partir del Alzamiento Nacional del 18 de Julio.
Así, en 1975, según el historiador Raymond Carr , “la alternativa planteada no era –como en los días del asesinato de Carrero- entre el inmovilismo y la apertura de los reformistas. El dilema de la oposición era ahora reforma o ruptura.  La reforma desde arriba no podía satisfacer en ningún caso a la oposición. Sin embargo la ruptura democrática entrañaba incalculables riesgos políticos y la división de la sociedad entre vencedores y vencidos de nuevo tipo”.
En cualquier caso, esta reforma o ruptura sólo podía hacerse desde dentro y desde posiciones tan consolidadas como la de su sucesor a título de Rey en la Jefatura del Estado. Así afirma José Ignacio Escobar, Marqués de Valdeiglesias y monárquico visceral, en su Testamento político, tal y como recoge para su estudio Ricardo de la Cierva : “Es preciso haberse dado cuenta del reconcomio, la irritación, el rencor interno de don Jan y su hijo al estar rumiando durante cuarenta años que lo que consideraban un derecho exclusivamente suyo sólo lo iban a poder ejercer por obra y gracia de Franco […]  Franco construyó un Estado de Derecho, pero no el aparato para defenderlo. Y menos que nada pudo prever que después de haber jurado el futuro Rey lealtad a Franco y a los Principios fundamentales del Movimiento tomase él mismo la iniciativa de violar esos Principios y barrenar el Régimen que le había hecho Rey. Tal caso de Perjurio tuvo que estar totalmente ausente de la mente de Franco”.
Todo esto es  un apunte de lo que se venía fraguando y se materializó en ese proceso que se ha dado en llamar la Transición política española. Una forma pacífica de subvertir todo un orden, pero desde la entraña misma de ese orden, en quizá un cumplimiento meramente farisaico del articulado de sus leyes, que permitiría el tránsito, con palabras de Torcuato Fernández Miranda “De la ley a la ley”, que quizá cumpliendo la letra del articulado de las leyes del Movimiento, ignoraba completamente los preámbulos, exposiciones de motivos, etc. de éstas, traicionando así su espíritu y lo esencial.
Para llevar a cabo su resentimiento, y no pudiendo controlar la Iglesia , el Rey se sirvió de una serie de hombres de su confianza, extraídos del catolicismo militante, del seno del Movimiento y del Ejército.

En lo religioso, sobre algunos católicos militantes, conviene recordar que, citando a Ricardo de la Cierva , “no cabe la menor duda, sean cualesquiera los orígenes de esa hostilidad de Pablo VI contra España, que se desplegó con fuerza obsesiva desde 1966 y llegó a extremos difícilmente explicables en los años siguientes. No era solamente por lograr que la Iglesia se situase para el periodo posterior a la muerte de Franco […] parecía algo más profundo, más personal, más inexplicable”. Y para ello, el mismo  Giovanni Battista Montini que había propiciado el encumbramiento en Italia de Aldo Moro, intentaría una maniobra semejante en España. El Equipo de la Democracia Cristiana Española, posteriormente renombrado a Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español, fue una agrupación de partidos democristianos españoles que militaba en la oposición a la dictadura franquista, a cuyos miembros, como Calvo Serer o García Trevijano, se pudo ver acercarse al PCE o CCOO, primero, en la llamada “Junta Democrática” y luego, en la Plataforma de Convergencia Democrática, con el PSOE, la UGT, el PSC, la USDE de Ridruejo, la Izquierda Democrática de Ruiz Jiménez y el mismo Carlos Hugo de Borbón .
Este Equipo se formó en Taormina (Italia) durante el XVII Congreso Europeo de los Partidos Demócratacristianos, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1965. La creación del Equipo fue una exigencia del organismo que agrupaba a los partidos democristianos europeos, que sólo contemplaba un afiliado por país. Los miembros iniciales del Equipo fueron Izquierda Democrática, de Joaquín Ruiz-Giménez; Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Unió Democràtica de Catalunya (UDC). Poco después se unió la Democracia Social Cristiana, de José María Gil-Robles; algo más tarde ingresaría en el Equipo Unió Democràtica del País Valencià (UDPV), en tanto que Democracia Social Cristiana se transformaba en la Federación Popular Democrática (FPD) en 1975.
Pero en las elecciones generales de 1977, la candidatura del Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español fue una coalición entre el FPD e ID, incluyendo a UDPV en la actual Comunidad Valenciana pero sin contar con al Partido Popular Galego aunque apoyándolo, ni presentarse en Cataluña, donde quien lo hacía era la Unió del Centre i la Democràcia Cristiana de Catalunya, una coalición que incluía a UDC, ni el País Vasco, donde apoyaba a Democracia Cristiana Vasca. Los resultados fueron muy malos (215.841 votos, 1,18%), sin conseguir el Equipo ningún escaño en el Congreso, razón por la cual se disolvió y sus miembros se pasaron a la Unión de Centro Democrático o a Alianza Popular.

En lo militar y la destrucción del Ejército, junto a Gutiérrez Mellado, jugaría un papel no menos esencial, un civil llamado Eduardo Serra Rexach. Eduardo Serra en 1977 entró a trabajar en el gabinete técnico del Ministro de Industria, Alberto Oliart, siendo presidente Adolfo Suárez, de la Unión de Centro Democrático. En 1982, el nuevo presidente Leopoldo Calvo-Sotelo, también de la UCD, nombró a Oliart ministro de Defensa, y éste escogió a Serra como subsecretario. En 1982, el Partido Socialista Obrero Español ganó las elecciones. El presidente Felipe González Márquez nombró ministro de Defensa a Narcís Serra, quien mantuvo a Serra en el cargo de Subsecretario hasta que en 1984 lo nombró secretario de Estado de Defensa. En julio de 1987, se incorporó a la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) junto al entonces teniente general Manuel Gutiérrez Mellado. Entre 1993 y 1996 fue presidente del Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (INCIPE).En 1996 ganó las elecciones el Partido Popular, y el nuevo presidente José María Aznar López nombró a Serra ministro de Defensa, hasta el año 2000, en que fue sustituido por Federico Trillo-Figueroa ¿Demasiadas coincidencias o demasiada perfidia?

En lo político, habiendo sido uno de los encargados de la tarea de educar políticamente al entonces príncipe de España Juan Carlos, siendo su profesor de Derecho político, y a partir de ese momento uno de sus consejeros políticos más cercanos; así como vicepresidente del Gobierno con Carrero Blanco y presidente interino tras el asesinato de éste, Fernández-Miranda fue consultado por el rey sobre sus preferencias en cuanto a ser nombrado Presidente del Gobierno o Presidente de las Cortes. Su respuesta fue: “Majestad, el animal político que llevo dentro me pide la presidencia del gobierno, pero creo que le seré más útil desde la presidencia de las Cortes”, tras lo que fue nombrado Presidente de las Cortes, cargo que llevaba aparejada la Presidencia del Consejo del Reino, sucediendo a Alejandro Rodríguez de Valcárcel. Desde esta posición pudo orientar al rey acerca de los entresijos del sistema político postfranquista controlando y desmontando, desde dentro, los resortes de poder de un gobierno cuya presidencia se encomendaría a un amigo del Rey, otro exministro secretario general del Movimiento,  con menos luces que Torcuato y más fácil de ser manipulado gracias a su ambición: el ahora fallecido Adolfo Suárez. Un hombre que no se sabe bien cómo vino, ni nunca se querrá aclarar cómo, una vez utilizado, se le echó, no sin ruido de sables, a empujones y pedradas, como a un comedor de pecados.
Pero, en su momento y contexto, la designación un hombre como Adolfo Suárez para la presidencia significó una apuesta clara por la reforma del sistema político español, a lo que el nuevo presidente puso manos a la obra en el mismo año 1976 con el  inicio del proyecto de Ley para la Reforma Política (LRP) que pretendía, ni más ni menos, que desmantelar el sistema político vigente y abrir las puertas a la democracia de partidos. Esta ley hablaba ya de soberanía popular, de la posibilidad de crear un sistema bicameral (Congreso de los Diputados y Senado), y de la posibilidad de iniciar un proceso de reforma constitucional, en la que el nuevo Jefe del Estado había manifestado tener un claro interés, y que pudo llevarse a cabo porque aquel Suárez, del “puedo prometer y prometo” no titubeó en prometer dos cosas que eran claves: no exigir responsabilidades a los implicados en la dictadura y no legalizar bajo ningún concepto al Partido Comunista. Esto se incumplió el 9 de abril, para aquello tuvieron que llegar Rodriguez Zapatero y su Memoria Histórica.
Puede que, a su manera, Suárez fuera leal. Un buen vasallo, como da a entender el Marqués de Valdeiglesias, de quien no sabe ser buen señor. Sin ánimo de hacer una hagiografía del Duque de Suárez, rememorando su final político, puede considerarse un espectáculo grotesco el cinismo con que ahora, todos, del Rey abajo, los que en su día le denostaron o segaron la hierba bajo sus pies, se aprestan ahora -quizá felices por tantas vilezas suyas como se lleva a la tumba este comedor de pecados- a rendir los máximos honores, y tributar loas, panegíricos y alabanzas a este incómodo personaje que, si en su día pudo parecer inicuo, hace más de una década era inocuo.
Descanse en Paz Adolfo Suárez, aunque los habitantes de la España arruinada, dividida y desprestigiada surgida de sus “Pactos de la Moncloa” sigamos padeciendo cada día más enconadamente sus errores y desafueros.
 

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