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Diario YA


 

Taiwán, la isla del dragón

José Luis Orella. 23 de diciembre. 

La pequeña isla de Taiwán, emporio de una gran riqueza, pero vecina de la China comunista, vive su vecindad con peligro. Los taiwaneses disponen de un ejército de 405.500 soldados y 1.657.500 en la reserva, de una población total que rebasa en muy poco los 22 millones de personas. Pero no dejan de ser un David, frente al Goliat continental. En el pasado, la isla sirvió de refugio a los bandos perdedores en los conflictos civiles chinos. El general Cheng Cheng kung, último defensor de la dinastía Ming, reconquistó la isla a los holandeses, que a su vez la habían tomado a los portugueses, y se refugió con sus partidarios en 1662. Tras un inicial renacimiento cultural chino, cayó en decadencia, y en la guerra chino-japonesa, fue traspasada al Imperio Nipón que la industrializó. Tras la Segunda Guerra Mundial fue devuelta a China por su ayuda contra el Japón.

Sin embargo, la guerra prosiguió en forma de guerra civil hasta 1949, cuando acabó con la victoria comunista de Mao Tse tung. El general Chiang Kai shek decidió refugiarse con los restos de su ejército en la pequeña isla, y dos millones de nacionalistas se exiliaron junto a los seis millones de taiwaneses. Entonces, los Estados Unidos decidieron extender su manto protector a un aliado que les venía bien en la guerra de Corea. Siguiendo los principios del Dr. Sun Yat sen, fundador del Kuomintang (Partido Nacionalista Chino): Nacionalismo o igualdad de las naciones, democracia o igualdad política de los ciudadanos y bienestar social o igualdad económica. Taiwan tuvo un crecimiento económico asombroso, equiparable únicamente al Japón, Alemania o España.

Sin embargo, su triunfo económico que le llevó a ser la duodécima potencia exportadora del mundo esta empañado por las derrotas políticas. La expulsión de la ONU, por el reconocimiento de la China comunista y el alejamiento estadounidense realizado por Nixon llevó a Taiwan a estar marginada de la comunidad internacional. En la actualidad, la presión continental, por la reunificación del país, se ha reafirmado después de la anexión de Hong kong y Macao. China comunista quiere la unidad del país, pero Taiwán avanza en la construcción de una identidad nacional propia, separada del gigante continental. El Kuomintang mantuvo su mano firme hasta 1991, cuando el poder se debilitó después de las presidencias del caudillo Chiang Kai shek, su hijo Chiang Ching  kuo y de Lee Teng  hui. Con la democratización del país, el crecimiento de una identidad taiwanesa fue en aumento hasta que en el 2000, Chen Shui bian, líder del Partido Democrático Progresista, ganó las elecciones presidenciales, volviendo a revalidar su victoria en el 2004. Su presidencia fue confirmada por un aumento de la escalada de tensión con China Popular, donde los dirigentes comunistas amenazaron con una guerra, en caso de manifestar la independencia política de la isla. Pero en el 2008, Ma Ying jeou, candidato del Kuomintang y defensor de la identidad china de la isla, recuperó la presidencia de la república para los nacionalistas. A nivel internacional, los comunistas pidieron el apoyo para sus antiguos enemigos de la Guerra Civil, todo un ejemplo.

Entretanto, China Popular es el país más poblado del mundo, con más de 1.300 millones de habitantes oficiales, y mantiene un fuerte régimen totalitario comunista. Sin embargo, las fuertes inversiones extranjeras están transformando el país, y el capitalismo salvaje invade una sociedad que cuenta con 100 millones de consumidores de alto nivel. En este panorama de paraíso inversor, nadie quiere mirar hacia el plano de la ausencia de libertades. Quienes más sienten esa ausencia de libertades, son los católicos. En este momento, doce millones de chinos viven su clandestinidad en silencio, marginados oficialmente, y dirigidos por una cincuentena de obispos desconocidos, nombrados en secreto por Roma. Contra ellos, el régimen comunista mantiene una falsa iglesia patriótica, que representa a cinco millones de fieles y ochenta obispos oficiales, y es la que se muestra al turista despistado. No obstante, los encarcelamientos por “motivos religiosos” han subido a más de setecientas personas anuales, y la expulsión de unos ochenta misioneros extranjeros. La tensión existente marca un problema candente, el reconocimiento internacional de la China comunista por el Vaticano, a cambio del respeto a los doce millones de rehenes católicos existentes en el país. Sin embargo, la China continental deberá respetar a sus ciudadanos, si quiere fidelizar a sesenta millones de chinos de  la diáspora, con alto nivel cultural y profesional, que están destinados, junto a los de Taiwán, a ser parte de la vanguardia empresarial del XXI.

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