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Diario YA


 

Tierra de Campos

Santiago González-Varas Ibáñez Catedrático de Derecho administrativo de la Universidad de Alicante El libro de Trueba titulado "tierra de Campos" consiste en que el personaje va en el coche de una funeraria trasportando el cadáver de su padre (enterrado en Madrid un año antes) a su pueblo en tierra de Campos.

El mensaje de fondo que nos trasmite el libro es que el padre del personaje tenía un lugar en el mundo, mientras que el personaje ya no sabría donde enterrarse porque ha dejado de tener arraigo.

Éste me parece el pasaje más interesante de la obra porque representa el sentir de muchos españoles, una situación muy característica durante los últimos 60 años por lo menos, provocada por el éxodo de la gente de los pueblos a las grandes ciudades. Hasta ahí perfecto.

Sin embargo, se podría haber dado una visión distinta de tierra de Campos o del lugar de donde son los padres o abuelos de uno. A mí tierra de campos incluso me pilla algo más lejos que al personaje porque en mi caso he de remontarme a mis ocho bisabuelos nada menos, que eran eso sí todos de localidades de Palencia, algunos de esa Tierra de Campos (ya mis abuelos y padres y yo mismo somos de Palencia capital) y sin embargo conservo el espíritu del lugar, lo cual no significa ser como los vulgares personajes que Trueba nos pinta de esa tierra. Es un lugar que llevo en el corazón y no solo está dentro de mí, sino que además creo que conforma mi personalidad y esencia de castellano viejo (título que llevo con orgullo por donde voy) y tierra a la que debo mucho. Por poner un ejemplo, si no hubiera sido por ese espíritu de sacrificio que he tenido la suerte de heredar posiblemente no habría escrito un Tratado de Derecho de 6 mil hojas.

Es decir se puede tener desarraigo pero amando tu tierra que es parte de ti mismo. Con Trueba, Tierra de Campos nos aparece instrumentalizada. Es un lugar del que se sirve el personaje y al que subordina su ego, hecho que explica que esa tierra se describa con rasgos subdesarrollados y con personajes con rasgos animalescos. Sin embargo, si uno se ve obligado a elegir, yo prefiero, (si uno puede y el ambiente acompaña, a cualquier restaurante de Madrid, ese lechazo comido con las manos que cuenta Trueba de tal forma.

Por eso al final este libro, lejos de ser una referencia para aquellos que ya no viven allí pero que son de allí de algún modo, pasa a ser una referencia para esos otros (que por desgracia son más en la España progre de hoy) que se marcharon a Barcelona o Bilbao o Madrid y hablan de esa Tierra con desarraigo y distanciamiento. Una pena.

El libro acaba siendo el relato de un personaje, cantante de pop de esos que en nuestra época de jóvenes abundaban en los institutos, que va contando su vida apareciendo Tierra de Campos solo de esa otra forma instrumental (por cierto, nuevamente, si hubiera que elegir, yo me quedo nuevamente con el espíritu de las gentes de pueblo de Castilla la Vieja que con esos otros).

Al final estamos ante un libro característico de nuestro tiempo, cuyo interés termina siendo sociológico, por dos razones. La primera porque el personaje aparentemente un perdedor (porque es muy sensible y los demás carecen de sensibilidad) es un prototipo del presente, muy tolerante pero que al final todos tenemos que pensar como él. El yo al final es lo único que cuenta, bajo una aparente molestia.

Y la segunda cuestión también nos informa de la España de hoy: si yo hubiera querido publicar en Anagrama un libro sobre Tierra de Campos no habría podido acceder a esa editorial porque habrían tirado el manuscrito directamente a la papelera sin leerlo pese a ser hombre de letras y escritura e incluso aunque el libro hubiera sido mejor que El Quijote. Sin embargo Trueba lo consigue. Lo curioso es que pese a esoTrueba se queja de España (en el libro se la define como Villatontos).

No importa. Seguiremos siendo fieles a Villatontos mientras que otros la tratan con desdén y sin embargo consiguen de ella todo lo que quieren.

Un libro en todo caso muy interesante como reflejo sociológico de nuestro tiempo.

Y hasta aquí la crónica de la obra. Acto seguido quiero contarles otra cosa, es decir, cómo acaba la historia: el texto que acaban de ver, o acaso leer, lo mandé al periódico Norte de Castilla de Valladolid. Llamé al Norte una vez, y otra, y otra, y todos los días, y mandé un correo y otro y otro… Y así estuve días y días dejando recados y escribiendo. No obtuve respuesta, hasta que finalmente mi insistencia rozó lo impertinente. Pero ni en ese momento, ni en los anteriores, jamás observé el menor interés en mi trabajo; y desde luego me quedó claro que me daban largas y de que no querían publicar este trabajo, hecho con la intención de apoyar esa tierra. Llegué entonces a pensar que Trueba tenía razón y que se quedó corto incluso en la descripción de las gentes de esas tierras castellanas. Con esa sensación quedé un tiempo. Pero, tras tan solo unas pocas horas, me venció de nuevo el amor abstracto a Castilla. Y por eso, me di cuenta de que, si en el Norte de Castilla no había ni cortesía ni el mínimo interés en lo que yo podía contar allá, no tenían ellos la culpa en el fondo. Llegué así a la reflexión final de toda esta historia… Me apena ver en qué se ha convertido todo aquello, y que todos los que tienen algo de valía tienen que marcharse. Me apena la explotación humana que ha sufrido tierra de campos. Me apena que, mientras está en la miseria, Cataluña se va a llevar más dinero o que incluso se independice después de habernos tomado el pelo desde hace décadas. Me apena que los valores estén cambiados, también la prepotencia de los periodistas. Me da lástima que ya la mitad de los españoles han caído en el progresismo zafio. No me apena Castilla. Me causa dolor España. Y más que pena me da rabia todo esto. Y que no atisbo solución alguna. Una vez más, ¡qué les voy a contar a ustedes (la otra mitad) que no sepan!