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Diario YA


 

Menos mal que estos días navideños traerán a muchos españoles una posible tregua en el empacho de la política, aunque sea a costa de otros desajustes estomacales

Un brindnis al sol

Manuel Parra Celaya. Este año, los premios del sorteo de Navidad han estado mucho menos repartidos que los votos de los ciudadanos un par de días antes, y, además, el gordo –la mayoría absoluta- no ha tocado absolutamente a nadie. Y, claro, nos esperan largas jornadas de amagos, rumores, pactos de tapadillo, desacuerdos y globos-sonda, hasta que los candidatos electos lleguen a alguna conclusión, aunque sea la de volver a repetir las votaciones, que la casa es fuerte y no repara en gastos…

Menos mal que estos días navideños traerán a muchos españoles una posible tregua en el empacho de la política, aunque sea a costa de otros desajustes estomacales más propios de las celebraciones; ambos tipos de empachos, en verdad, están bastante lejos del verdadero espíritu de la Navidad, si bien los segundos son más tradicionales. Uno es poco aficionado a jugar a la lotería, lo imprescindible para cumplir un trámite de cortesía entre amigos y familiares oferentes de la suerte; casi tan poco aficionado a las papeletas de la suerte como a depositar esas otras papeletas o cheques en blanco que llaman votos, lo indispensable para que no se me acuse de pasota o de mal ciudadano. Vivo ambos azares con su punto de curiosidad, pero no de entusiasmo, que va por otros caminos: por ejemplo, que exista trabajo al alcance de todos los españoles y persistir en la vivencia de pertenecer a una patria común.

Con estas últimas líneas ya habrán adivinado que me coloco en los lindes de la utopía, pero sin asomo de carga demagógica al modo de Podemos, pongamos por caso. Sean ustedes benévolos y rebajen el concepto de utopía al de ilusión, más propio de estas fechas; en este sentido, no tengo problema en continuar por el camino iniciado, aplicando, eso sí, cierta carga de lógica. Así, me pregunto a mí mismo cuáles con los grandes problemas de España en este momento; mi encuesta unipersonal da como resultado que, sobre todo, tres: primero, conseguir una buena base para alcanzar la identidad de España; segundo, superar, en consecuencia, los desafíos separatistas, y, tercero, proporcionar a todos las condiciones para una existencia digna; no se me oculta que, en la trastienda de estos tres problemas acuciantes, se encuentra el tema de la Educación como factor decisivo.

Pues bien, si estas son las tres graves cuestiones que deberían afrontar los políticos y –se supone- para ello se han presentado candidatos, ¿por qué no es posible acuerdos de urgencia mediante el diálogo responsable, base de la alegre y civil compañía, que sostenía el olvidado maestro Eugenio d´Ors? Porque esa compañía social y risueña es a lo que aspira la mayoría de españoles, como a lo que aspiraba quien dejó escrito que quería una España alegre y faldicorta.

Parece que el diálogo y el acuerdo responsables es lo que está pidiendo la Europa inteligente y lo que ha propuesto el Sr. Albert Rivera, con el que puedo discrepar en varios asuntos pero que también me parece bastante inteligente. Se precisarían para ello unas dosis suficientes de patriotismo y de sagacidad; y también de honestidad, mucha más de la que inspiró aquel turno pacífico, trufado de caciquismo, entre Cánovas y Sagasta, en la Primera Restauración. Sin pecar de catastrofista, puedo augurar que, si no se llega a estos planteamientos, esta Segunda Restauración también tiene sus días contados, no sé si con parecidos sobresaltos a los de su precedente.

No, no hace falta que me pidan una camisa de fuerza: soy consciente de que propongo un auténtico brindis al sol, precisamente por la propia esencia del sistema partitocrático, en el que prevalece el interés de parte, cuando no se secta, sobre el de todos, el común, el nacional. Por todo ello –puede concluir el lector- te podrías haber ahorrado todo el razonamiento anterior. Y le doy la razón. Lo que ocurre es que me ha invadido ese espíritu navideño, que me trae resonancias de buena voluntad en el mensaje angélico en un humilde pesebre de la lejana Belén. Y, en mi inquietud humana y española, no puedo obviarlo.

Me voy a resistir, con todo, a incluir este brindis al sol en mi carta a los Reyes de este año, y no es tanto por mis dudas sobre su realeza ni por mi seguridad en su calidad de magos, sino por desconfiar de la naturaleza de nuestros políticos.

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