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Diario YA


 

Verdi inunda los festivales españoles de verano

Roberto Benito. El maestro de Busseto ha sido con tres de sus principales obras el protagonista indiscutible de varios de los más importantes festivales de este verano.
Comenzó con el Don Carlo que sirvió de debut operístico de Albert Boadella dentro del Festival de El Escorial (25-27-29 de julio) con resultados sorprendentes tanto en lo positivo como en lo mejorable.
Ha seguido con el Falstaff que el gran maestro Muti (31 de julio y 1 de agosto) y sus efectivos del Festival de Ravena ha visitado el teatro Campoamor de Oviedo para acabar con el Otello presentado en el Festival de Peralada (1 de agosto) que bajo el triunvirato Kunde-Wesbroek-Álvarez ha llenado de perfume shakespereano el aire de estos dos últimos escenarios.

Mucho se ha criticado sobre los emolumentos que ha costado la visita de Riccardo Muti a la capital del Principado y no es para menos visto el resultado.
Este Falstaff había creado mucha expectativa, no tanto por los cantantes ni la propuesta escénica de la esposa del director musical, sino por la batuta y su orquesta fetiche en estos últimos tiempos, Giovanile Luigi Cherubini.
Con un teatro prácticamente lleno comenzó la representación del último título del catálogo verdiano que transcurrió en una atonía verdaderamente incomprensible.
¿Cómo se puede hacer de una comedia tan perfecta y redonda, de un culmén de la unión de texto-musica-teatro, de la síntesis del humor inglés con el sonido mediterraneo algo tan gris, tan poco interesante que no provocaba más que unos aplausos de cortesía al final de cada acto?
Evidentemente la escenografía y dirección escénica de la señora Muti, Cristina Mazzavillani, no ayudó en absoluto. Proyecciones cuya única virtud era posibilitar rápidos cambios entre los diferentes cuadros pero que impedían ver claramente a los cantantes en medio del multicolor de dichas proyecciones-escenográficas con un movimiento escénico de lo más predecible y de un nivel casi de representación de fin de curso de escuela que cayó en el ridículo en la escena del Parque de Windsor del último cuadro de la obra. Verdaderamente esperamos que esta regista haya hecho aportaciones más interesantes como destaca su curriculum en el programa de mano, pero por lo visto en esta producción no podemos sino pensar que ha sido más un “salir del paso” que un planteamiento teatral serio y trabajado.
Tampoco ayudó la calidad del extenso reparto de cantantes elegidos por Muti para estas representaciones. Dentro de una corrección general destacaron más las voces femeninas que las masculinas. El Falstaff del búlgaro Manolov fue pobre de inspiración y con ciertos tropiezos vocales, no mostró prácticamente nada del fascinante personaje shakespeariano, más preocupado por mirar a Muti que de interactuar con sus partenaires. El barítono Federico Longhi  consiguió mantener la atención en su aria a pesar de un instrumento destemplado y no de muy agradable timbre. El Fenton de Mattias Stier pecó más de blando que de enamorado y su voz blanquecina no ayudó a dar en ningún momento la emoción requerida. El resto de los partiquinos estuvieron en la mima línea, sobreactuados y poco interesantes vocalmente.
Eleonora Buratto fue una Alice graciosa y de bella voz que junto con su hija Nannetta interpretada por Damiana Mizzi fueron las intérpretes más interesantes de la producción. Anna Malavasi fue una correcta Meg mientras que la mezzo Isabel De Paoli supo sacar buen partido de su ácido personaje de Mrs.Quickly si bien sus múltiples registros tímbricos no ayudaron a redondear su interpretación.
La participación del coro en esta obra no es muy importante pero evidentemente traer al coro del  Teatro Municipal de Piacenza para un resultado que cualquier coro del Principado podía haber superado tampoco fue algo a sumar en positivo.
A pesar de alguna entrada en falso de la cuerda y un sonido en absoluto brillante lo mejor de la velada fue la orquesta Luigi Cherubini que sonó en unos parámetros más de corrección que de virtuosismo bajo una versión más bien standard y un poco gris del director napolitano que pareció despertarse y ofrecernos lo mejor de toda la velada en la gran fuga final. Con una disposición absolutamente estática y de concierto solistas en proscenio y coro detrás en dos filas por voces se produjo por fin el milagro verdiano en este testamento musical “Tutto nel mondo è burla” donde a modo de filigranas vocales Muti tejió esta página con verdadera inspiración, control y contrastes dinámicos.
Algunos pensamos que verdaderamente la burla fue el excesivo coste de esta producción de resultado mediocre donde lo único español fue el teatro donde se representó y el dinero doble que se pago por presenciarlo, el del erario público y el de las entradas de taquilla.
Un oportunidad perdida.

Todo lo contrario sucedió en Peralada con la representación de Otello. Un equipo y una producción del país, un coro profesional y de calidad, cantantes-intérpretes competentes, una batuta ascendente y un trabajo de dirección escénica cuidado. En definitiva un planteamiento serio con un coste muy inferior y unos resultados mucho más satisfactorios.
El conocimiento del mundo de Shakespeare del regista Azorín le ha llevado a recuperar la idea primigenia de Verdi de titular la ópera como Yago, primera idea del tándem Boito-Verdi.  De ahí que sea el personaje del barítono magníficamente interpretado por el malagueño Carlos Álvarez, un asiduo del festival ampurdanés, el centro de la acción como Deus ex maquina que junto a cinco sicarios mueven toda la acción literalmente desde personajes a escenografía plasmando esa manipulación física y psicológica del lugarteniente de Otelo.
Con tres grandes estructuras y el mar omnipresente en magníficas proyecciones de Pedro Chamizo configuran el marco escénico de este drama que combina las escenas grandiosas y corales magníficamente interpretadas por el Coro del Gran Teatre del Liceu con la mayoría de las escenas íntimas que conducen el drama del bardo a su trágico final.
Si Carlos Álvarez es un Yago de referencia hoy día, no lo es menos el tenor americano Gregori Kunde que sorteó sin pizca de esfuerzo aparente el rol del moro. Desde la explosión del “Exultate” hasta el dúo final supo matizar cada una de sus intervenciones con un fraseo e intensidad adecuadas. Si algo se le puede reprochar a este monstruo de la cuerda de tenor que canta con la misma calidad y fidelidad musical una ópera belcantista y una verista sería su falta de brillantez durante los dos primeros actos en el registro más grave utilizando casi más la proyección “parlata” que la impostada.
La soprano holandesa  Eva-Maria Westbroek configuro una Desdémona equilibrada entre la fragilidad de su amor a Otello y la fuerza de alguien que rompe con los condicionamientos sociales al casarse con un moro y negro en medio de una sociedad cristiana y blanca.  Si bien su parte teatral fue de gran altura su prestación vocal no estuvo al mismo nivel. Es difícil combinar repertorios tan alejados como Isolda, Sieglinde, Adalgisa o Ariadne con Desdemona, a no ser que fuera un Kunde de la cuerda de las sopranos, y no es el caso. Su instrumento es generoso pero a veces indomable para las delicadezas vocales necesarias para contrastar con Otello en los dúos tanto del primer acto como del último. Ojalá que podamos gozar de esta gran soprano pero en un rol más adecuado a su vocalidad actual.
El resto de los partiquinos cumplieron con corrección destacando la Emilia de Mireia Pintó, el Montano de Damián del Castillo y sobretodo el Roderigo de Vicenç Esteve que tal vez hubiera quedado mejor en el papel de Cassio que en el del tercer tenor ya que en el caso de Francisco Vas es un gran profesional de la escena pero para el Cassio necesita una voz con más seguridad y proyección al ser el trampolín para tenores líricos de primer reparto.
La orquesta del gran Teatre del Liceu sonó con mucha corrección e intensidad sin sobrepasar en decibelios en ningún momento a los cantantes lo que dice mucho de la profesionalidad del director Riccardo Frizza que debutaba en el Festival. Tal vez lo único discutible más que las dinámicas y balances fueron los tempi en exceso rápidos en la mayor parte de la ejecución que a veces hicieron peligrar la musicalidad de la partitura.
Un nuevo triunfo de este Festival del Ampurdá que con grandes ideas y confiando en la gente del país ofrece producciones de ópera que no solo levantan el entusiasmo del público sino que captan miembros de coproducción como el reconocido Festival italiano de Macerata. Aunque quede lejos esperamos con ansia ya la próxima cita con la Turandot de la edición del 2016.

 

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