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Diario YA


 

una obra de gran trascendencia por su influencia general en la historia de la lírica

“Fidelio”, el simbolismo en la ópera

Fotografía: Javier del Real

Luis de Haro Serrano

Esta única ópera de Beethoven, de gran importancia en este campo por sus grandes valores musicales, vuelve de nuevo al Real tras cerca de cien años de ausencia de su escenario. La última vez que se pudo ver en Madrid se remonta a las antiguas temporadas de Ópera que por la década de los ochenta/noventa se organizaban en el Teatro Nacional de la Zarzuela.

Pocas obras como “Fidelio” habrán tenido un periodo tan difícil y largo de elaboración como esta del compositor de Bonn, que al no verse nunca satisfecho con lo que realizaba, preocupado por su mensaje, preparó tres versiones hasta llegar a esta última que es la que el Real ofrece dirigida musicalmente por el maestro alemán Harmut Haenchen. Solo la tenacidad de un genio tan especial como Beethoven ha podido elaborar una obra tan cargada de simbolismos y mensajes para la humanidad, a la vez que tan densa de valores musicales. Que son los que han atraído a Haechen para retomarla, en contra de su primitiva idea de no volver a afrontar de nuevo una obra tan compleja como esta, a la que se le unen las dificultades que la partitura encierra, difíciles de superar debido a las pocas indicaciones del compositor y las continuas sorpresas y cambios tonales con que está preparada. Son las típicas señas de identidad de un compositor especializado en preparar, fundamentalmente, obras puramente instrumentales, que le han obligado al director alemán a corregir y suplir los variados errores de imprenta que se habían filtrado al editarla. Un duro trabajo, reconoce Haechen, que ha servido para que, finalmente, adquiera esa unidad y sentido con el que el autor habría deseado finalizarla para transmitir con mayor claridad al espectador las particulares ideas que le tocó vivir con motivo del triunfo de la revolución francesa, que le llevaron a concebir su “Fidelio” como un auténtico canto a la libertad, al amor conyugal e –igual que los de la revolución francesa- a la cordialidad y a la libertad humanas.

Como indica el director de escena y responsable de la escenografía, el florentino Pîer’Alli, “Fidelio” es un largo y tortuoso viaje de ida y vuelta al nada concreto mundo de los simbolismos que pasan de la oscuridad y la tortura, al de la luz, el calor, la belleza, el aire puro y la libertad que, suele generar la fraternidad y la libertad, resaltando a la vez la fuerza y la belleza del amor conyugal protagonizado por Leonore, el travestido Fidelio.

Como ópera es una obra de gran trascendencia por su influencia general en la historia de la lírica, sin la cual habría resultado difícil entender más tarde el sentido y el estilo de las composiciones de ese otro gran autor llamado R. Wagner.

Para algunos analistas, Beethoven quiso reflejar en ella la cruda realidad de la sordera que padeció en la última etapa de su existencia, vivida en esa profundidad agónica y fría soledad con la que se describe al prisionero Florestán antes de ser liberado de las cadenas por su esposa –matiz de alto significado- y cómo el corto y repetido sonido de la trompeta lejana que incluyó en la obertura “Leonore- 3” puede anunciar la idea de la llegada del momento de la libertad definitiva para el hombre. Todo una cadena de símbolos que el aficionado puede interpretar como desee, sin que nadie le de o quite la razón.

Un compositor especializado en realizar sus obras de forma habitual dentro del variado marco de la música sinfónica, no iba a ponerle fácil su trabajo a los intérpretes vocales, instrumentales y al propio director musical, a los que a lo largo de toda la partitura les obliga a pasar por unos momentos especialmente duros y cambiantes, que solo pueden ser superados si están dotados de una gran técnica pues su recorrido lo realizan a través de constantes altibajos y formas de expresión muy variadas; líricos, románticos, apasionados, casi declamativos, etc., y de manera especial a las trompas, al fagot y al propio director musical. Sus ricos matices obligan a todos a mantener una concentración poco habitual.

Puesta en escena
La libertad que el director musical y de escena se han tomado en esta producción de 2006 procedente del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, ha servido en líneas generales para que la presentación de este “Fidelio”, muy apoyada en los numerosos travellings y fundidos de la parte audiovisual que suplen con acierto la esquemática sencillez de los elementos escénicos de Pier’ Alli, así como la idea del primero- muy discutible- de no romper el ritmo de la acción de la obra para la preparación escénica del cuadro final, sustituyendo la conocida obertura “Leonore 3” por los dos últimos movimientos de su quinta sinfonía, casi contemporánea a la creación de “Fidelio”, preparados en la misma tonalidad armónica del do mayor inicial y final –la misma con la que musicalmente se describe al protagonista-, perfectamente compaginado con el despliegue audiovisual, dieron pie a una presentación final, brillante y colorista, que sirvió, además, para resaltar la gran labor de todos los intérpretes; solistas, coro y orquesta, que siguieron con minuciosidad y acierto las precisas órdenes de Haachen, destacando las intervenciones de la soprano canadiense Adrianne Pieczonka (Leonore), el tenor germano-canadiense Michael König (Florestán), dotado de un timbre dulce y armonioso, Aland Held (Pizarro) y la iluminación de Simona Chiesa.