José María Caparrós

La última película de la saga sobre Harry Potter ha sido el gran éxito de público de este verano. A finales de la semana pasada, la habían visto en nuestros cines 349.740 espectadores -la mayoría jóvenes adolescentes-, y llevaba recaudados 2.443.231 euros. Estamos, pues, ante un fenómeno mediático-cultural: más de 60 países han estrenado en julio la octava entrega de una serie que supera los 4.500 millones de euros en la taquilla mundial.

Las siete novelas que J. K. Rowling comenzó a escribir en un tren, durante un viaje de Manchester a Londres, ha hecho a la escritora británica una de las fortunas más grandes del mundo. Esta autora escocesa vendió los derechos para la pantalla grande por el importe de 780.000 euros. Una obra que habían rechazado ocho editores antes que la publicase Bloomsbury.

Durante la serie -que ha sido una de la más leída del presente siglo- hemos visto crecer a los simpáticos protagonistas: Daniel Radcliffe, como el mago Harry Potter; Emily Watson, como Hermione Granger; y el pelirrojo Rupert Grint, como Ron Weasley. Unos chicos con los que han soñado millones de niños y adolescentes, mientras sufrían con sus apasionantes desventuras.

Harry Potter y las reliquias de la muerte (2ª parte) cierra con brillantez la última novela de Rowling -quien asegura no seguirá la saga-, con las secuencias de la gran batalla y lucha final en Hogwarts, que poseen ciertas reminiscencias de la trilogía de El Señor de los Anillos. Menos filosófica que ésta, el postrer filme de David Yates promoverá más interés por la literatura fantástica, logrando que millones de lectores vuelvan a degustar cine con imaginación y valores humanos, ahora en 3D.