
Manuel Parra Celaya. No es exactamente eso lo que dijo el Sr. Oriol Junqueras, pero viene ser lo mismo. El Sr. Junqueras, por si alguien no lo sabe, es el líder indiscutible de Esquerra republicana de Catalunya y, según todos los datos, el secuestrador del Muy Honorable Sr. Artur Mas, Presidente de la Generalidad, que, a su vez, tiene perfectamente asentado el síndrome de Estocolmo. Leo en la prensa diaria que, en una reunión en Bruselas, junto a otros desarraigados, quiero decir separatistas, formuló la siguiente amenaza: “Si hemos sacado a dos millones de personas a la calle, ¿quién dice que no podemos parar la economía catalana durante una semana?”. Al parecer, alguna tímida voz de los rehenes de CiU ya ha respondido y le ha venido a decir no te pases, tronco, que esto no te lo crees ni tú y, además, nos puedes hacer polvo…
ERC es un partido maximalista, radical en sus planteamientos de segregación de Cataluña respecto al resto de España, que se define, como su nombre indica, republicana e izquierdista, pero proclive a ir del brazo de la derecha neoliberal, encarnada por los convergentes y los demócrata cristianos de Unió, con el melifluo Sr. Durán a su frente, por muchos recortes que pongan en práctica. Si los catalanes protestan, ya se sabe, se envuelven todos en la cubana -remoquete con que ya se conoce a la estelada o bandera separatista, y todos callan como por ensalmo. El problema de fondo es que Esquerra responde en el fondo a dos criterios muy claros: el primero, su fundamentalismo, es decir, tener el único objetivo de la separación, sea por las buenas (de ahí su colaboración estrecha con los rehenes convergentes) o por las malas (como ya lo intentaron, por cierto, en aquel golpe de Estado contra la legitimidad de la II República el 6 de octubre de 1934); el segundo, su totalitarismo, esto es, su afán por conseguir que sus planteamientos impregnen todos los ámbitos de los catalanes (y, de paso, de los valencianos, mallorquines, menorquines, ibicencos y aragoneses de la Franja), tanto públicos como privados; su labor de penetración social no se limita a conseguir adeptos en lo político, sino que pretende incidir en usos y costumbres, vida familiar y vecinal, en lo deportivo y en lo cultural… Tampoco le hacen ascos al control de lo religioso, a pesar del triángulo masónico de su emblema, aunque, de vez en cuando, se les escapen los demonios familiares y protagonicen alharacas antirreligiosas, como la de aquella corona de espinas (¿recuerdan?) que lucía sobre su calva el Sr. Carod-Rovira, posando para la foto de su amigo Maragall.
No sabemos si el Sr. Junqueras piensa, para parar toda la economía una semana, resucitar los escamots, aquellos que desfilaban marcialmente uniformados con camisas verdes por Montjuic, al más puro estilo fascista de los años 30, transformados hábilmente en piquetes informativos por aquello de la modernización.
Con estos ingredientes, no es extraño tampoco que ERC esconda, tras su fachada feroz, una tremenda dosis de infantilismo, pero propia de un niño provisto de tirachinas y mirada aviesa, dispuesto a dejar seco al primer pajarito que se le ponga a tiro, especialmente si tiene los rasgos del Rey de España (ciudadano Juan Carlos, que dicen ellos) o del impávido Sr. Rajoy. Por esto, el niño en plena rabieta contra España, contra la Unión Europea y contra el mundo mundial, vienen a decir ¡Ahora me enfado y no respiro! O, lo que es igual, hago trizas la economía española por el procedimiento de hacer polvo la de mis paisanos catalanes, qué más da.
Claro, con estos planteamientos no es extraño que los rehenes convergentes protesten, aunque sea débilmente, máxime cuando el Sr. Mas acaba de llegar de Jerusalén donde ha estudiado la manera de proclamarse Nuevo Moisés y cruzar el desierto, aunque sea para escapar del secuestro implacable a que le tiene sometido su socio-opositor de los republicanos- izquierdistas.