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José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

es triste apreciar cómo se han perdido o van perdiendo numerosas tradiciones

Adiós a las fiestas tradicionales... secularizadas

P.S.U. La época estival, particularmente entre el 24 de junio, San Juan y el 14 de
septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, es un periodo de tres meses
cuajado a lo largo y ancho de nuestra nación de pueblos y ciudades que celebran
sus fiestas patronales.

Sin embargo, en una inmensa mayoría de ocasiones, es triste apreciar cómo se
han perdido o van perdiendo numerosas tradiciones locales, que son en sí mismas
tesoros etnológicos, dando paso a unas jornadas más o menos homogéneas que,
denotan una creciente secularización y una también creciente homogenización e
influencia de lo foráneo, frente a la tradicional y sana competencia y emulación o
pique entre cada localidad y sus lugares vecinos, como la expresada por la jota “La
Virgen del Puy de Estella / le dijo a la del Pilar / si tú eres aragonesa, / yo soy
navarra y con sal”.

Salvo en las localidades que madrugan para los encierros de reses bravas, y
muchas veces este madrugar se sustituye por un trasnochar, las fiestas han ido
desplazándose del día a la noche y de la alegría a la borrachera y consiguiente
resaca, cuando no en un pretexto para desordenes peores.

Así, no es raro ver cada vez menos asistentes a los rosarios de la aurora,
procesiones patronales, misas mayores, vísperas, romerías o salves marineras.
Las comidas populares tradicionales, alubiadas, calderetes, migas, costilladas,
sardinadas, abadejadas, marmitacos… en que confraternizaban los vecinos,
quienes, al modo de Juan Palomo, se lo guisaban y comían, han dado paso a la
contratación por el ayuntamiento local de empresas de “catering” que pueden ofrecer
el mismo menú en Gandía, Mondoñedo o Belmonte.

De modo similar, las danzas y cantos populares de cada tierra, son para muchos
jóvenes algo de lo que oyen hablar a sus padres o abuelos o, si hay un especial
interés pueden conocer a través de museos y enciclopedias de etnología o en
novelas y películas como Bailando hasta la Cruz del Sur (R. García Serrano) o
Ronda Española (dirigida por Ladislao Vajda). Porque, en la realidad, lo que ahora
se baila en las plazas son versiones de los 40 principales y canciones de toda la
vida, interpretadas –con el permiso de la SGAE- por orquestas ambulantes, que
actúan como las citadas empresas de “catering” y ya no se baila al son de la gaita, el
pandero o la castañuela, sino a los acordes del Bruce Springsteen o la Lady Gaga o,
en el mejor de los casos, de Georgie Dann o el mariachi de turno.

Hasta los bailes de la era y las romerías han perdido la emocionante picardía de
verse y rozarse mozos y mozas, porque en esta sociedad eso ya está superado y no
hay tabúes y éstas últimas han perdido todo carácter religioso y devenido simples
botellones campestres.

Con esta globalización de nuestras tradiciones populares, se pierde no sólo
nuestra naturaleza, pues a decir de Cicerón, “la costumbre es como una segunda
naturaleza”, sino también nuestra idiosincrasia cultura, personalidad e identidad, si
Baroja tenía razón al afirmar que “una costumbre indica mucho más el carácter de
un pueblo que una idea”.