
Pedro Sáez Martínez de Ubago. Decía Otto Von Bismarck que “la libertad es un lujo que no todos pueden permitirse”. Quizá convenga reflexionar sobre estas palabras del Canciller de hierro ahora que estamos en pleno mes de Ramadán, noveno mes lunar y empieza el ayuno con la aparición de la luna a finales de Sha'ban (octavo mes en el calendario lunar islámico). El Ramadán dura 29 días aproximadamente –en 2011 del 1 al 30 de agosto- y se regula en función del ciclo lunar, según dice el Profeta: "Ayunad a su visión [de la luna] y romped a su visión y si se os es oculta [por causa atmosférica] concluid el mes de Ramadán contando treinta días. Igualmente al comienzo del mes de Ramadán se contarán treinta días de Sha'bán sino es visible el nacimiento de la luna”.
Y, como es habitual, los imanes de todo el mundo aprovechan las oraciones de los viernes para lanzar prédicas más o menos inflamadas o subversivas, promoviendo algaradas, disturbios o, cuando menos, animadversión contra muchos valores asumidos por la llamada “civilización occidental”. Esto puede tener relevancia en España, donde aproximadamente un 6,3% de la población (2.500.000 personas) es musulmán.
Conviene recordar que Islam viene a significar “sometimiento”, particularmente a la idea “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta” de forma que, aunque el Estado no sea confesional, el islamista está llamado a buscar el gobierno de Dios en la tierra, fin en virtud del cual, son numerosos los musulmanes –muslim significa “sometido a Dios”- que justifican el uso de la violencia, hasta el punto de la Yihad o guerra santa y atentados como los de las Torres Gemelas o la estación de Atocha.
Partiendo de esta consideración del islam como un sistema abarcador de todos los ámbitos de la existencia humana (individual, familiar, social, intelectual, político…) se derivarían conclusiones como la condena del laicismo, la ineluctable islamización del conocimiento, la postura frente a la mujer o la necesidad de crear un Estado islámico, si no teocrático sí teocéntrico, garante de dicha globalidad y, por consiguiente, defensor de toda una serie de prejuicios contra el Occidente y su concepción antropocéntrica de la sociedad.
Frente a una Iglesia cada vez más tolerante y a un gobierno español que permite el hiyab (velo islámico) pero retira los crucifijos y cierra las basílicas al culto, los islamistas practican la intolerancia cuando se duda de su religión y las actitudes heterodoxas se pagan con la vida porque, una vez se profesan las suras del Corán, la apostasía, la herejía o la blasfemia o actos como la embriaguez, el adulterio o la homosexualidad se condenan con la muerte.
Sin embargo hay quienes se han fijado como próximo objetivo boicotear la visita oficial del Papa a España y se han integrado en una plataforma de un centenar de colectivos de carácter laicista y ateo, grupos de gays, lesbianas y transexuales, sindicatos y partidos de izquierda, librepensadores de esos que nos ponen como paradigma de libertad la segunda república española que, si algo de bueno tuvo, fue fecundar nuestra patria con la sangre de miles de católicos, muchos ya en los altares, martirizados por profesar la fe de nuestros mayores... y ahora, bajo el lema "De mis impuestos, el Papa cero", han convocado una manifestación el miércoles 17 de agosto, víspera de la llegada de Benedicto XVI a Madrid, con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud. Con ello pretenden denunciar la actitud intransigente de la Iglesia y exigir al Gobierno que no destine fondos públicos a esta visita pastoral.
Esto a todas luces constituye una fragrante violación por parte de estos defensores de la libertad del Artículo 16.3 de la Constitución española que establece: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.
Uno se pregunta si se atreverían estos colectivos a convocar en una manifestación similar para demandar libertad religiosa de, por ejemplo, la República Popular China, que persigue sistemáticamente tanto a católicos como a budistas o bien de la monarquía de Arabia Saudí, donde la religión islámica es la única que se puede practicar y recibe gran apoyo del gobierno. Puede que conviniera recordar a estos indignados y cobardes las palabras de Vincenzo Gioberti “los mayores enemigos de la libertad no son aquellos que la oprimen sino los que la ensucian”