El descubrimiento del arca con lo restos del apostol Santiago fue un hecho trascendental para Occidente
Pedro Sáez Martínez de Ubago. En esta segunda quincena de julio y muy cerca de agosto, en la canícula del estío y en el centro del periodo de vacaciones estivales, cuando, a pesar de las circunstancias, tantos millones de españoles se disponen a salir de viaje cabría pararse a reflexionar un momento sobre los destinos en el extranjero y la conveniencia de gastar y consumir en nuestro suelo, más aún en medio de esta catastrófica crisis, porque cuando España es una nación cuyas costas reciben en estas fechas a millones de extranjeros por algo será y, además, según la UNESCO, es, después de Italia, el país con mayor patrimonio histórico y artístico… ¿Por qué los españoles no sabemos apreciar lo que tenemos?
Pensemos en la fantástica ruta que, en 1134, dio origen al felizmente recuperado Liber Sancti Jacobi, tenido como el primer libro de viajes de la literatura occidental –anterior incluso al famoso de Marco Polo- popularmente conocido como Códice Calixtino. Me estoy refiriendo al Camino de Santiago, con una historia remontada al siglo IX, en torno a la cual Goethe insinúa que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando y que en 1987 el Consejo de Europa le confirió la calificación de Itinerario Cultural Europeo.
La historia del Camino de Santiago se remonta a los albores del siglo IX con el descubrimiento del sepulcro de Santiago el Mayor, evangelizador de España. El hallazgo rodeado de una rica imaginería popular que en vez de distorsionar ha preservado y llenado de colorido la narración histórica.
La tradición sitúa el suceso en la primitiva diócesis de Iria Flavia, cuando un ermitaño llamado Pelayo tuvo una "revelación divina" y en la espesura del bosque vio unas luminarias y escuchó el canto de ángeles. El monje comunicó su observación a su superior, el obispo Teodomiro de Iria-Flavia, descubriéndose en el lugar indicado una cueva en cuyo interior apareció un arca de mármol donde se hallaron los restos del apóstol Santiago. Este hallazgo fue un hecho trascendental que deslumbró y conmovió profundamente a los pueblos del Occidente Medieval.
De hecho, existían indicios de la antigua adoración apostólica en la misma Compostela, dentro del sepulcro y estudios arqueológicos de finales del siglo XX, como las excavaciones realizadas en el subsuelo de la Catedral de Santiago de Compostela que han permitido situar el mausoleo de Atia Moeta dentro de una necrópolis cristiana, romana y germánica entre los siglos I y VII, que cada día siguen arrojando más luz sobre la tumba y el culto sepulcral a Santiago el Mayor durante los nueve primeros siglos de la era cristiana.
La tradición jacobea refiere que después de haber sido el Apóstol Santiago decapitado en Jerusalén (año 44) dos de sus discípulos: Atanasio y Teodoro trajeron su cuerpo hasta el Puerto de Padrón (Iria Flavia). Desde allí, por tierra lo condujeron al montículo del Libredón (Compostela) donde recibió su definitiva sepultura. Pasado el tiempo y debido a diversas guerras el sepulcro quedó en el olvido, hasta su milagrosa invención por el monje Pelayo, el 25 de julio del año 814, durante el reinado de Alfonso II el Casto.
Menéndez Pidal opinaba que en cierto sentido se puede considerar al caudillo musulmán Almanzor como el gran revitalizador del Camino y quien provocó su fama internacional, con sus repetidos ataques que llegaron a inquietar tanto a los monjes de la abadía benedictina de Cluny, en aquel momento el más importante centro del cristianismo europeo, cuyos religiosos y deudos elaborarían el Códice Calixtino y la Historia compostelana, como a los monarcas cristianos, quienes favorecerían en todo lo posible la constitución y proyección de una red de monasterios cluniacenses en el norte de España y singularmente alrededor del Camino.
Esa política está íntimamente relacionada con el deseo de los monarcas españoles de romper con su aislamiento respecto de la Cristiandad mediante lazos dinásticos, culturales y religiosos… y, conscientes de la importancia que suponía tener una reliquia como los restos de Santiago el Mayor para su lucha contra los moros, las monarquías españolas colaboraron activamente en el éxito del Camino santo. Así los soberanos de Aragón, Navarra y Castilla se esforzaron por atraer a sus dominios a gentes ricas y poderosas de otros países, por lo que utilizaron todos los medios a su alcance como Intercambios de presentes, política de matrimonios o proclamación de los favores que otorgaba el Apóstol si uno iba a visitar su sepulcro.
Así, el papel desempeñado por el Camino sería fundamental para los reinos españoles y para Europa ya que se producirá un fluido intercambio cultural, espiritual, económico, artístico, político o institucional entre las diferentes zonas por las que transita el camino. El arte románico en primer lugar y el gótico después penetrarán gracias al Camino. Y en éste podemos gozar de espléndidas muestras de aquéllos.
No en vano llegaban de Francia, Italia, Centroeuropa, los Países Nórdicos y las Naciones Eslavas, cristianos de toda condición social, desde los reyes a los más humildes habitantes de las aldeas; cristianos de todos los niveles estamentales, económicos o espirituales, desde santos, a los pecadores públicos en busca de penitencia: El Cid, Raimundo Lulio, Francisco de Asís, Brígida de Suecia, Domingo de Guzmán, Fernán González, el rey Jaime el Conquistador, Vicente Ferrer, los Reyes Católicos, Juan de Austria, Felipe II, Giuseppe Angelo Roncalli… forman parte del elenco de ilustres y hasta santos peregrinos... Y es que, como ya escribiera Dante en el final del Medievo, "peregrinos sólo los de Santiago".
Todo el Camino, que aquí proponemos como opción turística vacacional, es en sí, a lo largo de sus en torno a mil kilómetros del trayecto principal, más los incontables de sus muchas ramas o rutas menores, un milagro de religión y de cultura. Y el espíritu de ello, se refleja como en estos fragmentos del poema de Adriano del Valle “Canto al apóstol Santiago, Patrón de España”:
Francos, normandos, medos, irlandeses,
Flamencos, provenzales y romanos,
Godos, armenios, grecos, calabreses,
Dacios, corintios, libios y aquitanos,
Húngaros, chipriotas y antioqueos,
Sirios y sardos, persas y efesinos,
Etíopes, egipcios, galileos,
Registraban los censos calixtinos…
Inflando iba su fol la cornamusa;
La gaita el caramillo, silbadores;
Saudades quejumbrosas en lengua lusa;
Felibres, provenzales, trovadores…
Himnarios y zampoñas y añafiles,
El pífano, la flauta y la vihuela,
Las cítaras, la flor de los atriles…
El aire era orquestal en Compostela.
El aire era un camino jacobeo,
Innúmera calzada a Compostela…
Deudo de dios, Hijo del Zebedeo.
Hijo del Trueno, a la batalla vuela…
Resplandeciente de pluviales oros,
Entre el cristal galaico del orvallo,
Contra el infiel cargaba Matamoros,
Blanco el pendón y blanco su caballo.
¡Señor Santiago! ¡Señor santiago! ¡Hijo
del Zebedeo y Salomé, en Judea,
y alférez del Señor, cuando en Clavijo
fuiste el Hijo del Trueno en la pelea!
¡Santiago Patrón! ¡Apóstol de los cielos!
¡Tromba de Dios! ¡Repítenos tu hazaña!
¡Alas para el Pegaso de tus vuelos!
¡Y el grito augur: <Santiago y cierra España>!
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO