
Javier Navas Afán de Ribera. Nos ha tocado vivir en una época difícil para las personas. La fragilidad humana hace que seamos incapaces de resistirnos ante las tentaciones cotidianas, y me atrevo a decir cotidianas porque es el pan de cada día la crisis interior en la que nos estamos escondiendo. El látigo del materialismo azota nuestras almas y nos hace ser esclavos de una sociedad corrompida, carente de ética y moral alguna. Lo más triste es que no queremos hacer el esfuerzo de salir de esa cueva oscura. Vivimos más cómodos en la oscuridad del mal, donde la fuerza del poder prevalece, y los débiles súbditos luchan contra ella desde las tinieblas y no con la palabra de Dios, la Biblia.
A diario vemos muestras de fuerza: la soberbia de los países mostrando sus sofisticados utensilios armamentísticos y sus delicados cachivaches nucleares, o la prepotencia económica a la que nos someten. Estas son algunas de las macabras anécdotas que nos deslumbran cuando abrimos un noticiero cada mañana. Mi pregunta es, ¿no se os atraganta el “café”? Supongo que quienes lo escupimos somos los que tratamos de salir de la caverna…
La hipocresía social puede llevar a confusiones. Hay individuos que dicen que no les gusta este “café” hecho por el poderoso, y que se lo tragan obligados, pero se lo tragan. La verdadera realidad es que lo anhelan. Viven por y para conseguir su tan ansiado poder. Son iguales que ellos, y se rebajaran a cualquier bajeza para conseguirlo. Otros mienten cuando exigen el “derecho a un café digno”, y harán manifestaciones masivas. Que no os engañen, matarían por este poder y siempre actúan utilizando la fuerza. También están los que no se lo tragan, pero deciden no hacer nada para cambiar la situación por una comodidad que te va a hacer cómplice cuando llegue la catástrofe. Son los que pecan de pancismo.
El poder es una arma que seduce a todas las vagas conciencias, carentes de formación espiritual, deshidratadas por la falta de la sangre de Cristo y famélicas debido a la ausencia de la hostia consagrada.
No hay nada mas efímero que el dinero, y no hay nada más infinito que el amor de Dios. Solo una sociedad que se lapida a sí misma puede elegir el suicidio colectivo antes que la paz con el prójimo y con uno mismo. Y mientras que esperemos moribundos a que el verdugo nos atice con el garrote del pecado, permaneceré en mi lecho con una pluma y el Libro Sagrado en las manos, luchando desde las tinieblas…