Fidel Garcia Martínez
La gran escritora ascético-mística María de Jesús de Ágreda, en su célebre y nunca bien ponderada la Mística Ciudad de Dios, una biografía espiritual de Nuestra Señora, algo insólito; nos refiere el misterio absoluto de la Ascensión, con una estilo singular y nunca visto, pues junta los datos históricos de los Evangelios y los de Los Hechos de los Apóstoles, con categorías, que nunca se han visto en los escritos literarios y míticos realmente sorprendentes, incluidos los distancias entre los lugares donde transcurrieron los hechos milagrosos, así como una concepción del espacio y del tiempo muy personales.
Escribe así: “ Llegó la hora felicísima que el Unigénito del Eterno Padre, que por la Encarnación humana bajó del cielo, había de subir a él con admirable y propia ascensión para sentarse a la diestra del Padre que le tocaba, como heredero de sus eternidades, engendrado de su sustancia en igualdad y unidad de naturaleza y gloria infinita, dejando llenas todas la cosas que de su venida al mundo, de su vida, muerte y redención humana están dichas y escritas, habiendo penetrado como Señor de todos hasta el centro de la tierra, y echado el sello a todos sus misterios con este de su Ascensión, en que dejó prometido el Espíritu Santo que no viniera si primero no subiera al Cielo el mismo Señor, que con el Padre la había de enviar a la Iglesia.
Para celebrar día tan festivo y misteriosamente eligió Cristo nuestro bien por especiales testigos las ciento veinte personas, testigos. Con esta pequeña grey salió del cenáculo nuestro Divino Pastor, llevándolos a todos a delante por las calles de Jerusalén y a su lado la Beatísima Madre. Y luego los apóstoles y todos los demás por su orden caminaron hacia Betania, que dista menos de media legua (5.356 Km.) a la falda del monte de los Olivos. Despedida su Divina Majestad de aquella santa y feliz congregación de fieles, con semblante apacible y majestuoso, junto las manos y en su propia virtud se comenzó a elevar, dejando las señales o vestigios de sus sagradas plantas. Y con un suavísimo movimiento se fue encaminando por la región del aire, llevando tras sí los ojos y el corazón de aquellos hijos primogénitos, que entre suspiros y lágrimas lo seguían con el afecto.
Y Como al movimiento del primer móvil se mueven también los cielos inferiores que comprende su dilata esfera, así Nuestro Salvador Jesús llevó tras de sí mismo los coros celestiales de Ángeles, Santos Padres y los demás que los acompañaban glorificados, unos en cuerpo y alma otros en solas las almas y todos juntos y ordenados se levantaron de la tierra acompañando y siguiendo a su Rey, Capitán y Cabeza. El nuevo y oculto sacramento que la diestra del Altísimo obró en esta ocasión fue llevar consigo su Madre santísima para darle en el Cielo, la posesión de la gloria y del lugar que como a Madre verdadera le tenía señalado y ella con sus méritos adquirido y para adelante prevenido.