
Javier Paredes. El protagonista del día es Stalin, que nació el 18 de diciembre de 1878. Al morir Lenin ya se habían sentado las bases fundamentales del Estado totalitario, que su sucesor Stalin desarrolló y consolidó. Lenin parió a Stalin, por eso en los antiguos países dominados por el comunismo derriban las estatuas de Lenin, que es el origen de la tiranía. Como es sabido, Stalin se mantuvo en el poder hasta su muerte, que se produjo en 1953. Por lo tanto su mandato se extiende en tres períodos históricos bien distintos como son la época de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. Son muchas las cosas que se podían decir, pero nos limitaremos a escribir de la represión tiránica ejercida durante estos años, de cuya magnitud Nikita Jruschov dio una versión oficial en el XX Congreso del partido comunista, el primero celebrado tres años después de la muerte de Stalin.
Se deben situar en el verano de 1936 los procesos más violentos. Desde esta fecha hasta 1938 se pueden considerar cuatro procesos, cuyos resultados se resumen en la siguientes cifras: 5 de los 7 presidentes del Comité ejecutivo central fueron eliminados, lo mismo se puede decir de 9 de los 11 ministros centrales de la URSS, y otro tanto de 43 secretarios de las organizaciones centrales del partido de un total de 53, además de la desaparición de la mitad de los generales del ejército y de casi todos los altos cargos de la GPU. Y todo lo anterior referido naturalmente a personalidades de relieve. Lo que nunca se podrá saber con exactitud es el elevado precio en sangre cobrado por el comunismo en millones de personas desconocidas, que se estima en unos cien millones de personas.
El período de entreguerras se caracteriza por el abatimiento moral y el abandono de la sociedad europea en manos de los totalitarismos. Muy pocas voces se alzaron contra la tiranía; sin duda, de entre esas pocas condenas, la más enérgica y relevante fue la del Romano Pontífice. Pío XI, en su encíclica Divini Redemptoris (19-III-1937), condenó el ateísmo comunista, ideología a la que se calificaba como intrínsecamente perversa por socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana y proponer una falsa redención basada en un seudoideal de la justicia, la igualdad y la fraternidad. En esta misma encíclica el Papa hacía referencia también a la persecución comunista que padecía la Iglesia en Méjico y en España. Durante la guerra civil española (1936-1939) fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y 283 monjas, lo que equivalía a uno de cada siete sacerdotes y a uno de cada cinco frailes. Los datos son lo suficientemente elocuentes, como para afirmar que al margen de las tensiones políticas, durante la guerra civil española se produjo una auténtica persecución religiosa. En efecto, a los datos anteriores, habría que añadir el elevado número -imposible de establecer con exactitud- de tantos católicos españoles que murieron víctimas del odio contra la religión, en una persecución que hasta para asemejarse a la de los primeros cristianos dio cabida a acontecimientos como los de la "Casa de Fieras", el zoo situado entonces en el parque madrileño del Retiro, donde se arrojaron personas vivas para que fuesen devoradas por los osos y los leones.
Pío XI, en la vini Redemptoris, salía al paso de los errores antropológicos propuestos por el materialismo histórico, cuya doctrina se había convertido en el molde con el que los comunistas pretendían construir una nueva humanidad. En línea con las condenas lanzadas sobre el comunismo, ya incluso desde el pontificado del beato Pío IX (1846-1878) cuando todavía no se había publicado el Manifiesto Comunista (1848), la encíclica advertía sobre las consecuencias deshumanizadores que podrían sobrevenir a la humanidad con el triunfo de la ideología comunista. Lo cierto es que en esta ocasión tampoco se le prestó mucha atención a las advertencias del sucesor de San Pedro. Es más, en algunos ambientes intelectuales de Occidente deslumbrados por el marxismo, las condenas del comunismo y muy particularmente la Divini Redemptoris fueron descalificadas sistemáticamente y tachadas de retrógradas hasta hace bien poco tiempo. Y en honor a la verdad se debe dejar constancia de que no han faltado católicos y hasta clérigos, que afectados por un complejo de inferioridad, también se mostraron partidarios del comunismo. Sin embargo, tras la caída de los regímenes comunistas en Europa, la historia ha venido a dar la razón al magisterio de los romanos pontífices sobre el comunismo. Por otra parte, el tiempo ha demostrado que esas denuncias además de evangélicas y pastorales -es decir, no políticas- eran plenamente proféticas.