
José Luis Orella. La revolución asturiana de octubre y la crisis política ocasionada por la corrupción detectada en varios miembros Radicales del gobierno acentuaron las posibilidades de derechas autoritarias. Estas reforzaron considerablemente las tres líneas de acción que tenían abiertas. La preparación doctrinal de una alternativa monárquica antiliberal, la formación de una federación política que mediante los votos intentase el cambio de régimen y en su defecto la vía conspiratoria a través de las acciones clandestinas de los miembros de la UME (Unión Militar Española).
La Unión Militar Española era una asociación clandestina de oficiales activos y retirados, apolítica en un principio, pero que fue adoptando posiciones autoritarias con el tiempo. Este grupo nació para defender los intereses profesionales de los militares ante la reforma efectuada por Manuel Azaña. La revolución asturiana de 1934 ayudó al reforzamiento de la UME con nuevos miembros. La mayoría de los oficiales comprometidos eran de la escala media del ejército, sus líderes eran el comandante Bartolomé Barba y el capitán Barrera.1 La UME entraría en contacto con los generales monárquicos retirados que llevaban desde 1931 conspirando, como Orgaz y Muslera, y con derechistas republicanos favorables a tomar medidas de fuerza, como el general de brigada Emilio Mola.
En el aspecto ideológico, "Acción Española" había conseguido cosechar un gran triunfo en su aspecto divulgativo. La transmisión de ideas monárquicas, católicas y corporativas no procedía exclusivamente de los intelectuales españoles. "Acción Española" en su afán de respaldar con firmas de peso sus opiniones recurrió a los escritores de Action Française, a los integralistas portugueses, a los monárquicos integrados en el fascismo italiano y a los ingleses conversos al catolicismo2.
En concreto, obras como "La encuesta sobre la Monarquía" de Charles Maurras y "Monarquía" de Sir Charles Petrie fueron traducidas por primera vez al español gracias a "Acción Española", en su búsqueda de las obras más cualificadas que demostrasen la superioridad del sistema monárquico. Del mismo modo, Víctor Pradera, entre los autores autóctonos, con su obra "El Estado Nuevo" pretendió demostrar que la monarquía era una forma de gobierno superior a la republicana, por la armonía y unidad que daba a sus diferentes poderes. La monarquía era la única adaptable a la tradición histórica, a la constitución interna, a la foralidad de sus regiones y a la unidad católica de España.3
Para llevar a cabo este programa había primero que eliminar la república y se podía hacer por las buenas o por las malas. Por el primer método consistía en obtener una mayoría parlamentaría suficiente para apoyar un gobierno antirrepublicano en la figura de algún militar, quien introduciría los cambios necesarios para una solución monárquica. El ejemplo a seguir sería la restauración realista protagonizada por Grecia en 1935.
El movimiento político encargado de reunir esa mayoría parlamentaria fue el Bloque Nacional liderado por José Calvo Sotelo. Este proyecto político había sido una idea de Pedro Saínz Rodríguez que tuvo la esperanza de unir a las derechas monárquicas bajo el liderazgo del gallego, sin menoscabar el de Fal Conde y Goicoechea en sus partidos. Sin embargo, a pesar de las amplias expectativas fundadas en él, la organización no tuvo el éxito esperado. Manuel Fal Conde y Antonio Goicoechea celosos del protagonismo de Calvo Sotelo mantuvieron la pervivencia de sus organizaciones condenando al Bloque Nacional a ser una mera alianza electoral sin casi organización propia. Únicamente, el reducido grupúsculo extremista de Albiñana aceptó con gusto la jefatura de Calvo Sotelo.
José María Albiñana era un neurólogo valenciano que había fundado en 1930 el Partido Nacionalista Español. Este grupo político era nacionalista y decía regirse por los valores del tradicionalismo, aunque su fidelidad monárquica siempre fue para la persona de Alfonso XIII. A pesar de que, en su momento, su milicia, los legionarios de España, intentaron hacerse dueños de la calle fueron desplazados por los más numerosos activistas republicanos. Su líder fue deportado a las Hurdes y su movimiento se disolvió hasta reconstituirse después de la victoria derechista de 1933. Pese a que contó con el apoyo de los carlistas y los alfonsinos, fueron adhesiones a su persona y no a su partido.
El nacimiento de organizaciones como Falange y las JONS condenaron al PNE a una mayor marginación. Los simpatizantes de un fascismo hispano o de un nacionalismo revolucionario fueron atraídos por el mayor atractivo de estos grupos. Si bien Albiñana se había declarado fascista, era un nacionalista de extrema derecha similar a movimientos europeos del periodo anterior a la Primera Guerra Mundial. La adhesión al Bloque Nacional del PNE, después del rechazo de Falange a la unión con los monárquicos, abrió a este la posibilidad de recibir ayuda económica y escapar a una pronta disolución.4
Entre tanto, el camino legal para obtener el poder fue un fracaso, los desencantados con la CEDA fugados a la organización calvosotelista no dejaron de ser escasos, los diputados Francisco Roa de la Vega y Víctor Lis Quiben únicamente, porque el jefe nacional de las JAP (juventudes de Acción Popular), José María Valiente ingresó directamente en el carlismo.5El Bloque Nacional no tuvo más remedio que coaligarse con los accidentalistas católicos para obtener una buena representación parlamentaria. Sin embargo, la derrota de 1936 ante el Frente Popular, alianza electoral que unió a la izquierda burguesa republicana con la obrera marxista, y el posterior asesinato en julio de Calvo Sotelo acabaron de hundir la formación política. El carlismo se había retirado el 16 de abril del Bloque Nacional y reuniendo a tránsfugas de otras formaciones se fue preparando para un alzamiento armado6.
La actuación parlamentaria carlismo fue secundaria, y aunque el conde de Rodezno ejerció oficialmente de portavoz, Calvo Sotelo monopolizó, hasta su asesinato, el liderato parlamentario de los dos grupos monárquicos, favorecido en el caso alfonsino por la anulación del acta de Goicoechea en Cuenca. Los alfonsinos se quedaron sin posibilidades políticas al ver desaparecer el Bloque Nacional, su órgano de prensa "La Nación" fue quemado por activistas del Frente Popular en marzo,7 y Renovación Española se fue marchitando ante las faltas de perspectivas políticas pacíficas, su militancia fue abandonando el movimiento y las deudas obligaron al partido a reunirse por última vez el 22 de abril.8
La vía conspiratoria fue cobrando cada vez más fuerza y cuando las expectativas de victoria del Frente Popular se hicieron inminentes los diferentes grupos fueron coordinando sus fuerzas para tener una tentativa exitosa. Si la CEDA y el Bloque Nacional habían agrupado los intereses del sector social derechista, a partir de finales de 1935, será la Falange y la Comunión Tradicionalista los nuevos ejes de la juventud derechista, debido a un proceso de rápida radicalización.
Los grupos conspiradores fueron monárquicos en su génesis inicial empezando por reagrupar a los elementos dispersos de la Sanjurjada. Después, en 1934 se logró un pacto entre la delegación monárquica (tanto carlista, como alfonsina) y Mussolini, que les prometió ayuda material. Más tarde, estos grupos entraron en relación con la Unión Militar Española y con militares republicanos derechistas. Con la dirección del movimiento conspiratorio en manos del general Mola se fue vertebrando una acción puramente militar en la que los elementos civiles serían auxiliares del ejército.
En esta labor, los alfonsinos buscaron ayudas económicas y apoyos en el extranjero. En este papel, Antonio Goicoechea recuperó parte del liderato perdido ante Calvo Sotelo, porque el madrileño fue el interlocutor preferido de Mussolini, tenía contactos con los alfonsinos adinerados y contaba con la representación de Falange, cedida por Jose Antonio ante la detención de la Junta Política de este partido por las autoridades frentepopulistas.
Entre tanto, el carlismo organizaba su milicia, el Requeté. Desde la rebelión asturiana, la llegada de nuevos contingentes juveniles a las juventudes carlistas permitió a Fal Conde seleccionar a los elementos más aptos para el Requeté. Después de estructurarse la milicia de forma independiente con su delegado nacional, Zamanillo y con el general Varela de inspector nacional. El Requeté empezó adoptar la forma de un ejército de base popular. El encuadramiento jerárquico de los jóvenes bajo el mando de militares retirados por la ley de Azaña y de activistas entrenados en Italia, como estaba convenido en el Pacto de Roma con Mussolini, llevó a diferenciar la milicia carlista de las otras políticas que no pasaban de ser grupos de seguridad callejera, sin espíritu militar. 1935 fue el año de su organización y su fruto lo demostraría al año siguiente.
Por tanto, cuando el 18 de julio estalló la guerra civil, los dirigentes alfonsinos se habían desplazado a las ciudades castellanas, como fue el caso de Eugenio Vegas Latapié, Pedro Saínz Rodríguez, Jorge Vigón, José Ignacio Escobar y el marqués de la Eliseda,9aunque su contribución militar se redujo a una unidad de 44 voluntarios de boinas verdes (Renovación Española) comandado por los hermanos Miralles, en el vital paso de Somosierra y a 200 albiñanistas del núcleo burgalés. Por el contrario, los carlistas tuvieron menos peso en la formación del futuro Estado nacional, pero contribuyeron con 15.000 requetés de primera línea y otros 7.000 de la reserva desde el primer día de hostilidades siendo elementos determinantes en el triunfo del alzamiento en el norte de España.10
En cuanto a la Falange, aunque ilegalizada, reunía de manera clandestina a 30.000 jóvenes que fueron determinantes fuera de Navarra y Álava. Sin embargo, el apoyo social mayoritario que alimento al bando nacional provino del catolicismo social. Especialmente sus organizaciones agrarias, que defendían como lema: la Religión, la familia, la propiedad y el orden. La CNCA, que reunió a 500.000 afiliados, tenía su mayor peso en Castilla-León, Aragón, La Rioja y Navarra. Sus sindicatos, cooperativas, cajas rurales y cámaras agrarias eran un poder fáctico que se había reflejado de manera mayoritaria en la CEDA y los carlistas, con quienes, veinte de sus dirigentes, fueron diputados. La CEDA tenía 736.000 afiliados, los carlistas 300.000 y los monárquicos 2.500. Pero detrás de las siglas políticas, el mundo católico estaba unido y vertebrado desde hace un par de décadas. La Confederación de Estudiantes Católicos, tenía 14.000 miembros; la Confederación Católica de Padres de Familia, 52.000; las Juventudes Católicas, 50.000; la Confederación Española de Sindicatos Obreros, que en 1935 reunió a los sindicatos católicos, tenía 276.000 afiliados. Además, las congregaciones marianas dirigidas por jesuitas (en clandestinidad), carmelitas, agustinos, franciscanos, dominicos etc… reunían a varias decenas de miles de antiguos alumnos de sus colegios. En el caso concreto de Valladolid, de los primeros 1.800 primeros voluntarios falangistas, 1.500 de ellos eran miembros de alguna congregación piadosa. La movilización del catolicismo social a favor del bando nacional fue capital para ganar la guerra, por el concurso voluntario de centenares de miles de hombres y la implicación de las instituciones. Sin el anticatolicismo y la persecución que se fue incubando durante el periodo republicano, no se hubiese tenido un apoyo masivo de esas características.
Otro apoyo importante, y que se olvida, fue el de los miembros de la Lliga Catalana de Francesc Cambó. Más de 16.000 catalanes tuvieron que exiliarse y 400 miembros del partido fueron sacrificados por los piquetes republicanos. Su contribución en conseguir apoyos económicos internacionales, fundar el SIFNE (servicios de inteligencia) o mantener un paso clandestino de fugados, fue de vital importancia. El servicio de fugas catalán consiguió llevar a zona nacional a Juan Antonio Suanzes, Alfonso Peña Boeuf, Ramón Serrano Suñer, Luis Carrero Blanco, Manuel Arburúa y José Larraz, entre otros.