
Luis Montero. Hispanoamérica y España viven dándose la espalda, ajenas una a la otra en un divorcio que no tiene justificación y que ya dura demasiados años. Tal vez por ese mutuo desinterés son pocos los españoles que conocen los sucesos, muchas veces terribles, acontecidos en esa alejada parte del mundo donde campos, calles y plazas albergan vestigios gloriosos de nuestra común historia. Hechos graves como el ocurrido el pasado ocho de noviembre en un pueblecito nicaragüense, San José de Cusmapa, cuando dos días después de las elecciones que ganó el sandinista Daniel Ortega fueron abatidos a tiros el responsable local del PLI, principal partido de la oposición, y dos de sus hijos. Hasta su casa llegaron varios militantes del vencedor FSLN que, encabezados nada menos que por un jefe de policía, profirieron amenazas de muerte y no dudaron en llevar sus palabras al terreno de los hechos. Casi al mismo tiempo, en otro lugar del país llamado Siuna, el secretario del partido sandinista de aquella localidad era asesinado por un grupo armado.
Resulta tan chocante como inexplicable que este tipo de noticias no llegue a España. Los medios de comunicación de nuestro país informaron del resultado electoral, hicieron tímidas alusiones a las evidencias de fraude reveladas por la oposición y apenas mencionaban que la candidatura de Ortega era ilegal. La constitución nicaragüense prohíbe la reelección continua y sólo un muy polémico fallo de la Corte Suprema, controlada por el propio presidente, autorizó algo difícilmente defendible desde un punto de vista jurídico.
¿Pero cómo ha llegado Nicaragua a una situación tan extrema? Fundamentalmente son dos los motivos:
- En primer lugar, la personalidad más que controvertida del presidente Daniel Ortega. Este político que en los felices sesenta atracaba bancos para financiar a la Revolución Sandinista y fue por ello condenado a siete años de prisión, era el máximo valedor de la acción directa contra el régimen de los Somoza y con su trayectoria hace bueno aquello de que “los terroristas de hoy serán los gobernantes de mañana”. Como mandatario, es acusado de llevar a cabo prácticas muy parecidas a las que generaron un mayoritario rechazo contra el somocismo durante aquella dictadura: la familia Ortega controla directamente cuatro emisoras de radio a través del propio presidente y de sus hijos. Señores lectores, les animo a que sintonicen vía Internet una de ellas, la Nueva Radio Ya – cualquier parecido con el medio al que están ustedes ahora conectados es meramente nominal, a Dios gracias- y quedarán estupefactos tras escuchar las consignas más burdas que puedan imaginar. Yo lo hago de vez en cuando, en parte por masoquismo pero también porque me atrae irremediablemente el mundo hispano, y reconozco no haber asistido jamás a un espectáculo tan chusco de propaganda y limpieza a fondo de mentes y conciencias. Otro de sus medios de comunicación es “Radio Sandino”, ahora voz del poder y antes de la resistencia, que dejó muy atrás aquellos tiempos de gloria, persecución y clandestinidad – “esto es Radio Sandino, voz oficial del Frente Sandinista de Liberación Nacional, transmitiendo desde algún lugar de Nicaragua”- para convertirse en defensora de la oficialidad y guardiana del pensamiento institucionalizado.
Nicaragua está sumida en la pobreza hasta el punto de que más de la mitad de sus habitantes vive en condiciones de miseria y Daniel Ortega no ha conseguido frenar esa situación, pero hay que ser justos y aclarar que tampoco los predecesores del sandinismo llevaron a cabo importantes conquistas en este terreno. Donde sí logró el actual presidente significativos avances fue en su objetivo de alfabetizar a cientos de miles de personas gracias a lo que él mismo llamó Cruzada Nacional de Alfabetización; según cifras oficiales el analfabetismo descendió desde el sesenta hasta el doce por ciento y, aunque la manipulación estadística es evidente, no lo es menos que los logros cosechados fueron notables. Por otra parte, Ortega prohibió el aborto en todos sus supuestos y puede presumir de mantener unas magníficas relaciones con la Iglesia. De hecho, en sus medios de comunicación se proclama continuamente una suerte de solicialismo cristiano con muy visible influencia de la Teología de la Liberación.
- La segunda gran causa del estallido de violencia acaecido tras las elecciones lo encontramos en las muchísimas irregularidades, algunas verdaderamente llamativas, que se pudieron detectar durante el proceso. Entre ellas podemos destacar las siguientes:
Como ya hemos apuntado, Daniel Ortega fue elegido presidente en las anteriores elecciones y la constitución nicaragüense prohíbe expresamente la reelección continua, así que la concurrencia de su candidatura era contraria a la ley.
Los partidos de la oposición no pudieron contar con sus propios fiscales – interventores, para que nos entendamos – en al menos un veinte por ciento de las mesas, con lo cual los recuentos de papeletas fueron efectuados, en muchos casos, sólo por representantes del Frente Sandinista.
Tampoco se entregaron miles de cédulas de identidad, cuya presentación es requisito legal para poder votar en aquel país. Muchas de ellas aparecíeron al día siguiente en grandes contenedores de basura, alegando la oficialidad que fue imposible plastificarlas por falta de material.
Está constatado que determinados centros no se opusieron a que algunas personas votaran más de una vez o introdujeran varias papeletas en la urna.
Buena parte de los lugares de votación cerraron tres horas antes de lo anunciado y en ningún momento se garantizó el secreto del voto.
Cuando se hizo público el supuesto resultado de estas extrañísimas elecciones y los distintos medios cantaban el triunfo del FSLN con más del sesenta y seis por ciento de los sufragios, la violencia estalló de forma inevitable. Desde la emisora del principal líder opositor – Radio Corporación, de Fabio Gadea – se hacía un llamamiento al pueblo de Nicaragua para que saltara a la calle y recuperara lo que las trampas de Ortega - decían - le habían quitado. El que ahora escribe escuchó durante toda aquella noche un vibrante programa en el que simpatizantes del PLI intervenían incesantemente para denunciar cientos de irregularidades perpetradas en diversos puntos del país. La tensión, que creó un ambiente casi prebélico, fue debilitándose con el paso de los días y finalmente Daniel Ortega pudo realizar su toma de posesión con cierta tranquilidad y abrazando sólo a sus aliados más queridos, que nadie está obligado a expresar muestras de afecto hacia quien no siente simpatía alguna.
Al país en el que se inspirara Hergés para crear su “Tintín y los pícaros” le esperan cuatro años convulsos y difíciles, con muy previsibles choques sociales y un reto ineludible: erradicar la pobreza, acabar con el hambre. Nos mantendremos atentos para comprobar si Ortega – uno de los hombres más ricos de Centroamérica según sus detractores – es capaz de conseguirlo, aunque sea con las multimillonarias ayudas del “camarada” Chávez.