
Javier Paredes. Leopoldo O’Donnell llegó a lo más alto en lo militar y en lo político. Y contra los que algunos creen, hasta el “centro” se lo inventó O’Donnell -al fundar la Unión Liberal en 1858- ciento veinte años antes de que lo hiciera oficialmente Adolfo Suárez. Pero Leopoldo O’Donnell es el protagonista de hoy por su forma de morir un 5 de noviembre de 1867. Carlos Navarro, biógrafo y correligionario suyo cuenta cómo fue: “Durante su delirio, su imaginación extraviada a veces, parecía ocuparse de política, a veces de asuntos de guerra… <<Es menester utilizar todos los elementos… Hay hombres que valen… Si la revolución se desbordase no faltará quien la contenga…>> Después creía asistir a una batalla sobre el Rhin…”
Dicen que se muere como se vive y que en ese momento nada se improvisa. Lo normal en ese trance es pensar en la gloria eterna, en la misericordia divina y en pedir perdón a Dios y a quien se haya ofendido en esta vida. Sin embargo algunos, hasta en la agonía, siguen aferrados a su gloria personal, objetivo fundamental de su vida, por no percatarse que todo lo que no sea para la gloria de Dios es vanagloria.