Home

Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Reflexiones sobre los movimientos sociales

Pedro Sáez Martínez De Ubago. Dos medidas que el Gobierno de España ha acordado recientemente invitan a reflexionar sobre la importancia que van adquiriendo progresivamente los movimientos sociales. La última ha sido la de ampliar la ayuda para parados de larga duración de 399 a 450 euros para aquellos que tengan mayores cargas familiares; y la otra, el Real Decreto Ley de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud aprobado en el Congreso y ante la propuesta de la última medida que exigirá a los inmigrantes en situación irregular pagar por ser atendidos en la sanidad pública. Éste último ha alarmado a la Iglesia que, por medio de Cáritas, ha advertido al gobierno y a los políticos de que estas decisiones "están siendo tomadas sin la debida reflexión que permita la evaluación del impacto sobre el sistema de garantías de derechos en el que se sustenta la sociedad, ni de su repercusión sobre los ciudadanos más débiles" a los que, según recuerda, "también el Estado debe garantizar sus derechos fundamentales".

Basta encender la televisión, comprar un periódico o, simplemente salir a la calle, para darnos cuenta de que vivimos en una sociedad a la vez convulsa, la espontánea concentración de este jueves en la calle Génova es una buena prueba- y estremecida por toda una serie de factores: la crisis económica, la crisis de valores, las amenazas del terrorismo, las cada vez mayores diferencias entre ricos y pobres o entre norte y sur, una progresiva y constante globalización que nos abruma y desorienta, continuas cacerías o persecuciones del hombre por el hombre y toda una serie de factores que parece que apuntan al fin de la presunta sociedad del bienestar, lograda tras dos siglos de lucha. En un momento así conviene pensar en la historia, de la cual la realidad presente es una consecuencia y, con una actitud de aprendizaje constructivo, deducir las convenientes conclusiones.
 
Son muchas las tendencias, los valores o los proyectos sociales que no tienen su origen en los parlamentos, si no que, con frecuencia, lo tienen al margen o a pesar de éstos. Máxime en una sociedad dinámica,  como la actual, que demanda cada vez con mayor intensidad, frecuencia y premura entidades que sirvan de intermediarias entre los estados y los individuos, a fin de agrupar a éstos y resolver sus necesidades en un marco de relación interpersonal. Sería difícil o imposible entender el sistema económico contemporáneo sin tener en cuenta la acción de los movimientos obreros desde su origen revolucionario hasta su cristalización política en numerosos logros sociales hoy comúnmente admitidos.
 
Posteriormente, surgieron los movimientos feministas, en un principio reivindicando el voto para las mujeres y, posteriormente, otras materias de cara a su equiparación con el hombre. Y, si en la sociedad Occidental, estos feminismos pueden dar lugar a determinadas posturas excesiva demagógicamente igualitaristas, en otros ámbitos como el tercer mundo o los países islámicos, donde la esclavitud, prostitución, ablación, analfabetismo… son prácticas frecuentes, aún tienen verdadero motivo de ser y luchar. Igualmente ocurre en nuestra sociedad, moderna, civilizada y democrática, donde la trata o la violencia doméstica están, desgraciadamente a la orden del día.
 
Pero la sociedad evoluciona más rápidamente cada día y se torna más dinámica y globalizada debido, en buena medida al avance de los medios de comunicación -desde el 6 de enero 1838, Morse primero probó con éxito el dispositivo en las industria siderúrgica Speedwell Ironwooks en Morristown, pasando por el primer circuito integrado desarrollado en 1959 por el ingeniero Jack Kilby,  hasta el 22 de abril de 1977, cuando General Telephone and Electronics envió la primera transmisión telefónica a través de fibra óptica- es lógico que, paralelamente a este desarrollo, vayan surgiendo otros movimientos sociales.
 
Tal es el caso del movimiento pacifista para advertir del peligro de la carrera armamentística de los bloques en la guerra fría y las apocalípticas consecuencias del armamento nuclear. Si hoy, en teoría, esto no se da en Europa, sigue vivo en países del continente asiático, como China, Corea, Israel o Irán…
 
Igualmente, cada día nos familiarizamos y sensibilizamos más con un movimiento ecologista, cuyo fin es poner de relieve y buscar soluciones para los riesgos que nuestra sociedad de consumo supone para un planeta con recursos naturales limitados.
 
Junto a ello, y con particular vehemencia desde mayo de 1968, han irrumpido los movimientos estudiantiles, que, desde planteamientos ideológicos muy diferentes, intentan –o deberían hacerlo- mostrar las inquietudes y problemáticas de la juventud. Cuestiones que hoy, con las tasas de fracaso escolar o de paro juvenil, por ejemplo, merecerían una mayor atención.
 
Como se puede apreciar, es norma general que los movimientos sociales se articulen en torno a una serie de valores ausentes o en peligro en la sociedad; y que justifiquen sus objetivos en un fundamento ideológico concreto que legitima, a su vez, los medios de acción práctica de dichos movimientos. Medios que nunca deben llegar a la violencia ni aberraciones como las que el feminismo ejerce al considerar el aborto un derecho; movimientos como el 15-M al impedir la libertad de tránsito de los ciudadanos; la contradicción de quienes diciendo defender la libertad de culto atacan a la Iglesia católica; los estudiantes al recurrir a la violencia.
 
En este sentido, por ser objeto de controversia en una sociedad más paganizada cada día, los he dejado para el final, nos encontramos los movimientos religiosos, con gran importancia en los diversos campos que otros de los movimientos citados podrían considerar como parcelas suyas: así el ecologismo o el pacifismo como el asistencial de atención a la mujer, la infancia y, en la actual crisis, otras labores como la asistencia social. Esto hace que los movimientos religiosos, que, al contrario que otros, no pueden considerarse ni obra del Estado ni acciones individuales, dado el calado, la magnitud de su ámbito y la trascendencia social de los mismos, sean difícilmente sustituibles y merezcan la reivindicación y el reconocimiento de una sociedad y unos estados que, si frecuentemente tienden a rechazarlos, prácticamente no podrían entenderse ni desarrollarse sin su aportación.
 
Quizá convenga reflexionar contraponiendo la obra social de estos movimientos religiosos, con frecuencia criticada o silenciada y no pocas veces perseguida por lo estados, frente  a un fenómeno cada vez más frecuente en nuestra sociedad, como es la cuestionable labor social de unos sindicatos o unas ONGs desvinculados de sus objetivos fundacionales, dado que nacieron bajo el signo de la contestación contra la acción del Estado y hoy, el caso español es palmariamente paradigmático del despropósito, son financiados por el estado contra el que deberían movilizarse, de manera que llegan a convertirse en parte de la maquinaria ideológica del estado o de sus partidos. Y ello supone, tanto para el Estado que los mediatiza como para los sindicatos y ONGs que se prestan a la maniobra, no sólo la pérdida de la propia identidad sino también el empobrecimiento de la red social que debe exigir toda verdadera democracia.