
Roque de Aragonia. Miles Christi. En Europa la violencia se ha vuelto tabú. El culto al anti-héroe se ha convertido en norma. Los europeos, y especialmente los españoles, debemos abandonar nuestros complejos que han sido creados de forma artificial y oponer al ineludible deber de memoria de nuestros errores el deber de enorgullecernos de nuestras glorias.
Para sentirse orgulloso es fundamental fomentar el conocimiento de los hechos históricos más relevantes de la historia de España.
El pasado año 2008, concretamente el 14 de julio, se cumplieron 200 años del comienzo de la Guerra de la Independencia. La primera batalla de esta guerra fue la llamada del Moclin, en Medina de Rioseco (Valladolid).
Es posible que con estas primeras líneas estemos iniciando, si no la polémica, el desacuerdo. Nada más lejos de nuestra intención.
Para algunos el inició de la Guerra de la Independencia tuvo lugar el 2 de mayo de 1808 en Madrid. Eso si se ha celebrado y, además tiene su lógica. Es difícil olvidar los fusilamientos y el famoso cuadro de Goya que ha mantenido el hecho presente hasta nuestros días, la romántica idea de un pueblo unido, y en armas, que es capaz de oponerse con éxito a un poderoso ocupante.
Ahora, no es el momento de debatir sobre esto. Se trata de exponer las razones para que durante todos estos años, desde 2008 hasta 2014, se conmemore adecuadamente el 200 aniversario de la Guerra de la Independencia.
Para entender el por qué de la conmemoración de una guerra, quizá sea adecuado recordar las palabras de Karl Jasper, que son perfectamente aplicables a la Guerra de la Independencia, allá por 1808, y a la mayoría de los conflictos actuales: “si se quiere evitar la guerra a toda costa se está expuesto a quedar a merced de los otros, con lo que aún sin guerra se será destruido o esclavizado”.
En el caso de la Guerra de la Independencia podemos afirmar sin reparos que tiene todas las características de lo que hoy llamaríamos una “Guerra Justa” amparada en el Derecho de Autodefensa que contempla la Carta de las Naciones Unidas.
En cualquier caso, en todas estas innumerables guerras que han jalonado la historia de las naciones actuales, hombres y mujeres, civiles y militares, con independencia del bando en el que participaron en el conflicto y de los motivos que causaron el enfrentamiento, dieron lo mejor de si mismos en aras de la misión que asumieron como propia o tenían encomendada.
No han sido, no son, nunca serán ni los combatientes ni la población civil los causantes de las guerras. Las causas siempre han sido y serán los errores políticos, las ambiciones desmedidas de tipo económico y/o territorial y la falta de respeto a la dignidad de las personas y los derechos más básicos.
El hecho de conmemorar estos acontecimientos supone, tiempo después, no celebrar el hecho de la guerra, ni siquiera la victoria, sino rendir un merecido homenaje a todos que murieron porque “no supieron andar otro camino, no quisieron morir de otra manera”.
Desde 1808 hasta 1814, el pueblo y los militares españoles, España entera, se levantó en armas contra el entonces ejército más poderoso del mundo, en una contienda que enfrentó en suelo español al Imperio Francés y sus aliados, contra la coalición formada por España, Gran Bretaña y Portugal.
Durante estos seis años, los españoles y sus aliados se opusieron a los planes que Napoleón, por medio de su hermano José, quería imponer a España y los españoles en el marco de un más ambicioso plan de sojuzgar, bajo la indiscutible potencia de la Grande Armée, a toda Europa.
En 1808, y como parte de un más extenso Teatro de Operaciones Europeo, todas las potencias de la época estaban implicadas en conflicto que, por estar ausentes tan sólo los aún jóvenes Estados Unidos de América (Declaración de Independencia en 1776), podríamos denominar primera Guerra Mundial de los tiempos modernos.
Los españoles se sublevaron contra las imposiciones de un megalómano, llevando a cabo, como un solo cuerpo, una lucha por su dignidad e integración nacional que frustró la desmedida ambición de un hombre que pretendía dominar Europa desde la península ibérica hasta los Urales.
Si la derrota de la Escuadra Combinada (Francia-España) a manos de la Flota inglesa, el 21 de octubre de1805, en Trafalgar inclinó definitivamente el dominio de los mares que ostentaba España a favor de Gran Bretaña, marcó una época. Los seis años Guerra de la Independencia, que el propio Napoleón denominó como la “úlcera española” determinó la caída del último emperador de occidente.
España, con esta conmemoración, debería ofrecer un recuerdo a los hombres mujeres que, con independencia de su nacionalidad, perdieron la vida en la Guerra de la Independencia, y esto lo deberíamos hacer junto a nuestros amigos, socios y aliados británicos, franceses, italianos, polacos y portugueses. Al recordarlos de esta manera, cumplimos una deuda histórica.
Del mismo modo, se debería exponer el papel decisivo que supuso la actuación de nuestro ejército regular, el gran olvidado, en la guerra. Los ejércitos españoles, a pesar de sufrir varias derrotas, combinadas con algunas victorias, continuaron la lucha hasta, en 1814, finalizar victoriosos combatiendo en suelo francés.
Como expresan las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas (Ley 85/1978, de 28 de diciembre) en sus artículo 16 y 17 “Los Ejércitos de España son herederos y depositarios de una gloriosa tradición militar. El homenaje a los héroes que lo forjaron es un deber de gratitud y un motivo de estímulo para la continuación de su obra” y “El espíritu que anima a la Institución Militar se refuerza con los símbolos transmitidos por la Historia. Los símbolos fortalecen la voluntad, exaltan los sentimientos e impulsan al sacrificio”.
Pero no sólo las Fuerzas Armadas, los pueblos tienen la obligación moral de mirar atrás a sus héroes, a sus hechos, para que el orgullo de nuestras glorias nos impulsen a enfrentarnos con la cabeza alta a los desafíos presentes y futuros.
Este homenaje que demandamos, no sería más que un acto de justicia histórica hacia aquellos que, de forma valiente y generosa, dieron la vida por su patria.
El recuerdo de los muertos y sus hechos, debe perdurar para nuestra reflexión y para ejemplo de las futuras generaciones. Nuestra convicción es, que manteniendo su recuerdo vivo en la memoria, ahondamos en los vínculos de amistad que, desde hace ya años, presiden las relaciones entre nuestras naciones.
La Historia no es una mera meditación sino un estímulo y no adquiere todo su significado mientras no se transforma en Tradición.
Al oír hablar de Tradición, habrá quien no vea en ello más que un ejercicio que no va más allá del culto estéril a algo irremediablemente caduco. Pero Tradición no consiste en clavar el tiempo y rechazar su curso; no es hacer arqueología. Tradición no es repetir en tono monocorde una actitud pretérita.
La Tradición rebasa el tiempo. Consiste en marcar la vida con el sello de lo esencial, de lo que nos une y nos perpetúa a través del tiempo. La mente es porosa para el olvido. Por eso la Tradición es transmisión y sólo se transmite lo perdurable, lo que supera el instante, lo que nos marca con identidad propia.
En ese sentido, es necesario:
Afirmar nuestra Tradición en la creencia en nuestras naciones, España, Francia Italia, Portugal, Polonia y el Reino Unido. Seis naciones. Seis realidades muy antiguas, entonces –desde 1808 a 1814- enfrentadas y hoy amigas. Y por ello tenemos fe en nuestras Naciones.
Afirmar nuestra Tradición en la creencia de que la guerra transluce el reconocimiento de un fracaso de la razón. Y por ello creemos en la Paz.
Afirmar nuestra Tradición al reconocer que la sinrazón de la guerra ha dado paso al entendimiento de nuestras Naciones, de nuestros Ciudadanos y de nuestras Fuerzas Armadas, que hoy, y desde hace ya tiempo, defienden unos principios comunes en la Alianza Atlántica y persiguen un mismo código de valores en la Unión Europea. Y por ello creemos en nuestra Fortaleza.
Porque la Tradición no es una nostalgia sino una esperanza. Una firme esperanza en la afirmación de lo esencial, que los héroes de la Guerra de la Independencia, sepultados en esa tumba común de la Historia de nuestras naciones, nos reclaman.
Por ello, al evocar hoy a aquellos fugaces guerreros a los que desmochó la muerte pronto, meditamos sobre su sacrificio, que siempre está amparado en nuestro recuerdo agradecido. Porque la Tradición es también emoción y las emociones no envejecen.
Vivimos mirando hacia delante, pero comprendemos la vida cuando miramos hacia atrás.
El ser humano es el único en la Creación que ha recibido el privilegio de tener un destino, y de prolongarse a través y más allá del tiempo. Por eso a él le está reservado el honor de ser el protagonista de la Historia, recogiendo el pasado, porque tiene por delante una misión para los vivos y el respaldo de los muertos.
Si hay un acontecimiento que reúna, entre los españoles, la doble característica de ser popularmente conocido y no suscitar polémica, ese es la Guerra de la Independencia (1808-1814). Por otra parte la Guerra de la Independencia no fue un acontecimiento de exclusivo alcance nacional, por lo que su conmemoración tampoco debería serlo.
Al mismo tiempo, una conmemoración adecuada constituiría un acto de gratitud a la providencia, ya que 200 años después, los que se mataban en suelo español hoy son amigos, socios y aliados y, unidos, trabajan llevando la paz más allá de las fronteras de nuestra vieja y querida Europa.