Un día de infamia y vergüenza
Carlos Gregorio Hernández. 27 de noviembre.
Desde temprano, con un gran despliegue policial, comenzaron los registros practicados en masa. Uno a uno todos los vehículos que accedían al Valle de los Caídos para escuchar la misa que allí iba a tener lugar fueron inspeccionados al detalle. Los ocupantes fueron cacheados. Según afirmaban los guardias civiles “cumplían órdenes” que emanaban directamente de la Delegación del Gobierno, es decir, del Gobierno de España.
¿Qué buscaban las fuerzas del Estado? Perseguían las banderas y la simbología falangista a pesar de que existen partidos legales que han hecho suyos estos emblemas. El yugo y las flechas, las camisas azules, los insignias y recuerdos, todo era incautado. Las banderas iban a parar a la cuneta, bajo los pinos de Cuelgamuros. Allí se amontonaban junto a las banderas de la Tradición, que llevan inscrita la cruz de San Andrés. Ese signo no sólo es legal, sino que es el propio de buena parte de las unidades de las Fuerzas Armadas y también el distintivo de la Casa de Borgoña, que durante siglos reinó en nuestro país hasta que ocuparon el trono los Borbones. Se requisaron igualmente distintivos de la Legión y las banderas del “pollo”. Ese es el lenguaje que emplearon los miembros del instituto armado para referirse al Águila de San Juan con el que se imprimieron los primeros ejemplares de la vigente Constitución Española, aunque este hecho raramente se recuerde.
Pero no era suficiente. Las banderas de España, sin ninguna otra simbología, fueron tratadas de la misma manera quedando tiradas a un lado en la carretera. Esa bandera, la de todos los españoles, no puede ser de ninguna manera un símbolo político, por la sencilla razón de que es la oficial del Estado e incluso está en el propio uniforme que portan las fuerzas que la retiraron. Muchos han jurado defenderla según reza el juramento “hasta la última gota de su sangre”. La otra, la republicana que subió la semana anterior un paniaguado de La Sexta, sí que es una enseña política.
La religión tampoco quedó a salvo. De los retrovisores arrancaron las medidas de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil. Una mujer ha contado y denunciado como le obligaron a entregar el Rosario porque constituía “un acto de provocación”.
La misa, como de costumbre, transcurrió con normalidad, pero al terminar continuaron las fechorías y las violencias. Al desalojarse la Iglesia varias decenas de hombres uniformados completamente de negro se aproximaron lentamente a la muchedumbre que pretendía salir del templo. Con porras largas y otras armas en la mano amenazaban con cargar si no se disolvían. Las provocaciones, parece, sólo pueden venir de un lado. La gente fue forzada a salir contra su voluntad por los laterales de la basílica. La duquesa de Franco fue la excepción. Valiente, se abrió paso a través del cordón policial, aunque tuvo que interceder por ella un funcionario de Patrimonio Nacional para que no la agredieran. Nada más hay que consignar. El Valle de los Caídos no fue —ningún año lo ha sido— el escenario de un mitin político, ni de hechos violentos. Fue tan solo el escenario de una misa. Sin más.
¿Por qué se actuó así contra españoles que no han cometido delito alguno? Pretenden justificarlo con la ley de Memoria Histórica. Algunos siguen voceando que fue hecha para la “reconciliación” y para “dignificar”. No nos equivoquemos. Aquella ley, obviamente, no tuvo esos fines. Fue elaborada con un profundo sentido negativo, para perseguir con la fuerza y el presupuesto del Estado los símbolos que recuerdan los valores trascendentes a los que estuvo vinculada nuestra nación en el pasado, pero ni siquiera esa ley ampara la agresión del sábado. Allí se pidió precisamente por los caídos de ambos bandos cosa que hasta la fecha no ha hecho ningún miembro del Gobierno.
Otros años Cuelgamuros se llena de cámaras dispuestas a filmar el hecho discordante, la salida de tono, que luego va a ser reproducida hasta la saciedad para criminalizar a Franco y a los que honran su memoria. Este año no apareció ningún medio. Otros teniendo las pruebas tampoco han informado de los atropellos. De la razón de su silencio tendrán que dar cuenta algún día.