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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Tolerancia, autoridad y debilidad

Ya el Padre Mariana, S. J. advirtió que ”las diversas opiniones oscurecen la verdad”

La Lupa del YA. Posiblemente, uno de los mayores problemas que hoy aqueja a la humanidad y, por consiguiente, a ese trocito tan querido para mí de ella al que algunos aún llamamos España, sea la incontrolada y desmadrada diferencia de criterios que surgen ante todo motivo y por todas partes. Ya el Padre Mariana, S. J. advirtió que ”las diversas opiniones oscurecen la verdad” y hoy esa entenebrecedora diversidad es de tal calibre y, debido a las nuevas tecnologías, se proyecta hasta el último rincón del planeta en cuestión de minutos que la confusión está a la orden del día.
De igual manera, muy posiblemente pueda afirmarse también que en la historia del mundo jamás ha habido dos opiniones que fueran enteramente conformes, pese a las muchas concomitancias que pudiere haber entre algunas, y que eso evidencia ineluctablemente que la cualidad más universal de la persona “sustancia individual de naturaleza racional", hablando sólo de persona con respecto a una naturaleza racional individual, y de la substancia con respecto a los individuos, la mayor parte de los cuales subsiste en la pluralidad.
Sin embargo no debe olvidarse que la pluralidad o diversidad pueden prostituirse por un ejercicio radicalmente perverso y equivocado de la tolerancia, virtud laica que ayuda a convivir, a entender, a sobrellevar e incluso a valorar las diferencias y que, además, abona el terreno para ejercitar la paciencia, amar al prójimo y profundizar en el conocimiento interno de uno mismo.
Esto no debe implicar, no obstante, que para ejercer la tolerancia –algo que hoy en día se exige implacable y desmesuradamente hasta términos rayanos en lo absurdo o lo aberrante- haya que renunciar a considerar y defender que todas las ideas y actitudes no son iguales ni tienen el mismo valor. Dado que, si se cayere en ello, el tolerante se vería irremisiblemente abocado a tener que incorporar en sus ideas, valores y conducta  presupuestos y postulados que no le son propios e incluso repugnan o destruyen sus propios valores.
Es decir, incorporar la tolerancia en una sociedad no implica sucumbir ofuscadamente al “todo vale” admitiendo situación alguna de igualdad lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, lo auténtico y lo espúreo, o, lo que es lo mismo, entre la moral objetiva y el positivismo sociológico. Si la tolerancia reclama el diálogo es porque, precisamente, tal diálogo debe ser el medio para el fin de buscar la verdad respetando las convicciones de unos y otros.
En el mundo, en la sociedad occidental y en la España de hoy impera la confusión porque no se practica la tolerancia si no la debilidad, propiciándose ese abuso de la libertad que implica el panorama de opiniones y pautas de conducta incontroladas y desorientadas denominado libertinaje con que se oscurece, desvirtúa y hasta se oculta la verdad. Y lo peor es que la sociedad y las instituciones parecen haber perdido la conciencia de que la debilidad puede terminar por arrasarlo todo a golpes de permisividad, anarquía, desorden e incumplimiento de normas en que se sustenta la convivencia por dejación de los criterios con que ha de regirse la más elemental autoridad.
Con ello se toma por tolerancia lo que en realidad no es sino una mera inhibición, agrandándose los espacios que conducen al desarme moral, de forma que antes o después se pierde la certeza moral y se precipita la sociedad en el caos. Sólo se puede ser tolerante desde la fortaleza y la convicción en las propias ideas, puesto que el creer en ellas como necesarias evita la debilidad de caer en la tentación de imponerlas a nadie.
En efecto, desde una autoridad personal y social arraigada en la moral objetiva y el bien común, la necesidad de esparcimiento no devendrá en botellones; ni la afición deportiva en desórdenes públicos; ni el hedonismo en el drama de la drogadicción ni en el abominable crimen del aborto; ni el pacifismo en el no discernimiento entre víctimas y verdugos; ni el amor a la tierra en la equiparación de bandas delictivas y naciones soberanas; ni el derecho a la propiedad privada en el capitalismo salvaje; ni el servicio a los demás desde puestos de preeminencia en un desmesurado afán de lucro y corrupción; ni la natural proclividad a lo afín en un racismo criminal; ni el rigor científico en ateísmo; ni la fe en fanatismo religioso; ni la justicia en un igualitarismo que ignore que, con palabras del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica: "La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna”.