
En el seno virginal y materno de María se gestó, desde los inicios de la encarnación, todo el misterio de la Iglesia. Nadie como Ella supo prodigar al Cuerpo místico de Cristo, nacido del costado abierto en la Cruz y del don del Espíritu Santo en Pentecostés, el mismo cuidado materno con que rodeó y amamantó aquella carne virginal de Cristo nacida de sus entrañas.
El profeta Elías, cansado de las persecuciones de la reina Jezabel y de huir por los duros caminos del desierto, cayó al pie de una retama derrotado y vencido por el cansancio y el desánimo. Ni siquiera el pan cocido y el jarro de agua que tomó le devolvieron las fuerzas necesarias para continuar entregado con fidelidad a su oficio de profeta.
Piensa que cuanto más se parezca tu vida a la de Cristo más gustarás, como El, la incomprensión y la maledicencia. La virtud siempre incomoda y, a veces, es mejor comprendida y recibida por aquellos que se dicen no creyentes que por aquellos que dicen ser de los tuyos
El bien nace de Dios y lleva a Dios. Deberíamos alegrarnos de todo bien: del bien que Dios hace a otros a través nuestro, del bien que nos llega a través de los demás, del bien con que Dios mismo nos rodea constantemente
Si no amas el mundo apasionadamente no amas la obra de Dios y todas sus mediaciones. Pero, que no te engañe el corazón, porque, con ser frágil, voluble y quebradizo, está hecho para albergar en sí el amor infinito de Dios y no saciarse con nada que no sea Él
En aquel momento de la encarnación sólo Dios y los ángeles pudieron estremecerse de emoción. ¡Con qué unción entraría el Espíritu Santo en el seno materno de María! ¡Qué escandaloso anonadamiento el del Verbo, desapareciendo en la carne virginal de su Madre! ¡Cuánta complacencia en el Padre, que entregaba su Hijo a la humana naturaleza caída!
Mater Dei.Para amar a Dios es indispensable conocerse a sí mismo. Por eso, si quieres tomarte en serio tu entrega a Dios, desde tu estado de vida propio, es imprescindible acostumbrarte a la práctica diaria del examen de conciencia
Hay una indiferencia que es expresión y síntoma de nuestro egoísmo. Es esa actitud individualista que me hace vivir al margen de los problemas y necesidades de los demás y que suelo disfrazar de buena educación, diciendo que es mejor no meterse en donde no me llaman.
Vivimos, sin darnos cuenta, con una enorme necesidad de Dios y, sin embargo, preferimos llenar nuestra hambre con golosinas de falsos espejismos que dejan el corazón seco y desabrido. Oramos poco y mal, y pretendemos saciar con nuestra anemia espiritual el hambre de Dios que padece el mundo. "Conviene orar siempre y no desfallecer" (Lc 18,1).
Aparentemente, y al menos en lo externo, puede que tu vida no se distinga mucho de la de los demás. Y, sin embargo, aunque hagas lo mismo que ellos, no debes hacerlo de la misma forma. En cada acción, en cada palabra, en cada acontecimiento, en cada minuto de tu jornada, hay algo capaz de dar valor de infinito a todo y de transformar lo más ínfimo y despreciable a los ojos humanos en gloria a Dios.