
Tomás Salas. Pocas palabras tienen un uso tan frecuente como “democracia” y sus derivados; y este uso y abuso proviene, precisamente, de su prestigio, casi sin competencia entre los términos que definen realidades políticas y sociales. “Democracia -escribe Rafael del Águila- es una de las pocas ´buenas palabras´ que existen en el vocabulario político”. En esto parece todo el mundo estar de acuerdo. Basta con calificar a alguien de “democrático” para que sea valorado positivamente; y basta adosar este calificativo a un nombre, sea el que sea, para que éste adquiera, como por arte de magia, una virtud indiscutible. Sin embargo, esta generalización, este uso ambivalente y siempre connotado positivamente, tiene la contraprestación de la inexactitud y el tópico.
Tomás Salas. La noticia del intento de quemar la capilla de la Universidad Autónoma (23/06/2017) nos conduce, al modo de la ya vieja Time Machine de Wells, a otros tiempos no diremos que remotos, pero sí alejados. La escena de una capilla ardiendo nos lleva a la convulsa España de los años 30. Se acababa de proclamar la República (15 de abril del 31) y casi un mes justo después (a partir del 10 de mayo), primero en Madrid, después en mi ciudad de Málaga, más tarde en otras ciudades y pueblos españoles, se estrena aquel nuevo régimen, llamado a traer las libertades y la igualdad a España, quemando iglesias y conventos, además de la sede de algún periódico no afín.