
Jose Luis Orella
El Papa León XIV realizó una peregrinación al Líbano. El Papa ha rezado ante los restos de San Charbel ha pedido por la paz y el diálogo entre comunidades, entre cristianos y musulmanes, y se ha despedido del país con una Misa ante 150.000 fieles.
Líbano es un país curioso. Es uno de los más pequeños del área, con sólo diez mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, y una de las democracias más desconocidas, cuando los medios de comunicación occidentales destacan a Israel como el único país democrático de la región. Sin embargo, el pequeño país del cedro tiene un régimen parlamentario elegido por sufragio universal, a través de partidos políticos, desde su independencia política en 1943. No obstante, aquella «Suiza de Oriente», como se la denominó a mediados del siglo XX, tuvo sus momentos convulsos, y sufrió una larga guerra civil que traumatizó a la sociedad libanesa y desperdigó por el mundo entero a los descendientes de una Fenicia renacida de los tiempos obscuros.
La fragilidad del Líbano viene marcada por su historia y geografía. Desde la antigüedad, ha servido de refugio a toda comunidad minoritaria que sufriese persecución, ya que sus agrestes montañas podían prestarles cobijo y defensa. Esa es la razón por la cual se reconocen unas dieciocho comunidades religiosas distintas, siendo en su mayor parte minoritarias en sus Estados vecinos. Esa vocación de dar refugio no se ha perdido, y durante los conflictos que han asolado la región, el diminuto país ha seguido sirviendo de refugio a centenares de miles de huidos. Los armenios, que llegaron huyendo del genocidio turco de 1915, son ahora doscientos treinta mil; los refugiados palestinos, que fueron recibidos a partir de 1948, son actualmente cuatrocientos veinte mil; los iraquíes, que salieron con la última guerra del Golfo, alcanzaron a cincuenta mil en 2008, y los sirios superaron el millón de refugiados. En un país que no sobrepasa los cuatro millones de habitantes, su asimilación se hace imposible, especialmente por la ruptura del difícil equilibrio étnico religioso, del cual depende el reparto del poder.
Desde su independencia en 1943, se reconoció que se repartiría el poder entre las distintas comunidades religiosas siguiendo las cifras del censo de 1932, que daba una mayoría social a los cristianos con un cincuenta y cinco por ciento de la población. Desde entonces, por mandato constitucional, la presidencia de la república debe ser ocupada por un cristiano maronita; el cargo de primer ministro, por un suní; el de presidente del Parlamento, por un chií, y las vicepresidencias, por representantes de las comunidades cristianas orientales menores. Este reparto se hizo con el fin de que ninguna minoría quedase fuera del conjunto del poder y todas participasen teóricamente en la gobernabilidad del país. Con los Acuerdos de Taif (Arabia Saudí) de 1989, que pusieron fin a la cruenta guerra civil iniciada en 1975, se redujo el poder ejecutivo presidencial en beneficio de los otros poderes. Se amplió la representatividad ejecutiva a cristianos y musulmanes, y la legislativa a ciento veinte ocho diputados, perdiendo los cristianos su mayoría a favor de una representatividad paritaria. En la actualidad, el parlamento libanés se compone de ciento veinte ocho escaños. A su vez, dentro de cada una de las dos grandes comunidades religiosas la distribución de escaños ha sido la siguiente: del lado musulmán: veinte siete chiitas, veinte siete sunitas, ocho drusos y dos alawíes. Por el lado cristiano: treinta y cuatro maronitas, catorce greco-ortodoxos, ocho greco-católicos, cinco armenios ortodoxos, un armenio católico, un evangélico y otro representativo del resto de las comunidades cristianas (siro-católicos, siro-jacobitas, caldeos, asirios y latinos).
Según el listado de ciudadanos inscritos en el año 2000 en el ministerio del Interior libanés para obtener el derecho a votar, los ciudadanos con derecho a voto eran 2.649.121 sobre una población total de tres millones ochocientos mil. Divididos en comunidades, las cifras eran: 18.491 alawíes, 19.392 armenios católicos, 89.649 armenios ortodoxos, 2.120 asirios, 2.893 caldeos, 638.313 chiíes, 83 coptos, 151.791 drusos, 146.664 greco-católicos, 226.488 greco-ortodoxos, 5.956 judíos, 11.333 católicos romanos, 606.553 maronitas, 18.230 protestantes, 674.571 suníes, 10.076 sirio-católicos, y 14.596 sirio-ortodoxos. Entre las quejas de los cristianos estarían las nacionalizaciones concedidas bajo dominio sirio de unos 300.000 suníes sirios, egipcios y palestinos. Por tanto, la comunidad mayoritaria sería la suní, con el 25,4 %; le seguiría la chií, con el 24%. Por parte cristiana, los maronitas supondrían el 22,9 %, que junto al 8,5% de los greco-ortodoxos y comunidades menores obtendrían en conjunto una presencia del 43% de cristianos. Se trata del mayor porcentaje de población cristiana en una nación árabe, algo que convierte al Líbano en algo muy especial en el corazón del Papa.
Un país golpeado por la presencia militar de Hezbollah, la milicia armada por Irán que se desangró ayudando al gobierno sirio del Baas, y un Israel, que aprovecha su superioridad armada para golpear impunemente al Líbano, se han convertido en la principal causa del acelerado disminución del número de cristianos en el país, uno de los últimos después de la destrucción de las comunidades en Siria e Iraq por las guerras incentivadas desde el exterior por el control de sus recurso energéticos.