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José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Añadamos a la lista a los que no se han preocupado de la tarea de prevención

EXPERTOS A LA VIOLETA: quienes han colocado en un altar laico cosas como la Agenda 2030

Manuel Parra Celaya. Es difícil opinar desde la lejanía y la carencia de conocimientos técnicos, pero eso no nos evita a quienes habitamos en las ciudades -más o menos cómodamente- angustiarnos , en lugar de adoptar una actitud de indiferencia, ante las catástrofes de todo tipo que afectan a los lugares de la España rural.
    En primer lugar, por un mínimo sentido de la solidaridad y de amor al prójimo (pues, a veces, nuestros prójimos no coinciden en demasía con algunos próximos…y ustedes me entienden); en segundo lugar, por patriotismo, pues son, en definitiva territorios hermanos los que sufren las arremetidas de las danas o la vorágine de las llamas, sean cuales sean los culpables y sus motivos.
    Este verano, en concreto, se nos hace casi imposible abrir un periódico o seguir las noticias del televisor con impasibilidad; a veces, no puedo evitar que salgan imprecaciones de calibre de mi boca ante el dantesco espectáculo de los incendios; y que conste que no me centro en los presuntos pirómanos (que haberlos, haylos, según dicen), sino en los demagogos e inútiles, a los que, de momento sin acritud, prefiero calificar con el moratiniano apelativo de expertos a la violeta.
    Me refiero, en primer lugar a quienes han colocado en un altar laico cosas como la Agenda 2030; los que exigen al mundo del campo normativas exhaustivas de obligado cumplimiento, tengan o no su origen Bruselas; a los que atesoran informes sin destino práctico, expedientes oficinescos; a los que imponen prohibiciones absurdas que cualquier campesino se pasaría con gusto por el arco de triunfo; a quienes dilatan los plazos ante recursos y peticiones de ayuda; a los que ponen por delante de las necesidades perentorias el estúpido mundo de la burocracia y de las normas (con minúscula e interrogantes) para conceder si se puede o no talar un árbol, despejar de maleza o de piñas un monte, dar caza a los lobos que diezman el ganado o plantar en determinados lugares sin permisos por escrito…
    Pertenecen a idéntica calaña los que se han dedicado a derrumbar presas y a secar pantanos, los que han eliminado azudes para proteger a supuestas especies protegidas, los que deciden por dónde debe correr un afluente… Y, elevando el tiro, a todos aquellos que, en lugar de proteger sabiamente la obra de la Creación, se han dedicado a divinizar a la Naturaleza, dándole categoría de Pachamama, y se llenan la boca de elevadas expresiones que llaman ecologistas; todo ello, claro, desde un cómodo despacho en las capitales y cobrando pingües emolumentos en su calidad de asesores y expertos, cuando, habitualmente, no han visto una oveja en su vida, ni saben distinguir un olmo de un peral, y su única vida laboral ha transcurrido escalando puestos en los partidos políticos.
    Añadamos a la lista a los que no se han preocupado de la tarea de prevención, con las tareas adecuadas de limpieza de montes, de apertura de cortafuegos y -ay- de destinar los presupuestos y los medios necesarios para ello, destinando, a veces, los dineros públicos para actividades que les parecen más urgentes, que proporcionan más votos, que no son tan llamativas en realidad pero que son exigidas por las cúspides de sus chiringuitos para contentar a los estúpidos que tanto proliferan.
    Por lo que voy leyendo, entre enfado y enfado, ahora se van a echar las culpas a los Ayuntamientos rurales, y no nos extrañaría que sufrieran la “pena del telediario”, por lo menos, alcaldes de pedanías y de aldeas parecidos al personaje que inmortalizó el gran Pepe Isbert en “Bienvenido Mr. Marshall”. 
    Omito -o dejo para otra ocasión- mi opinión particular sobre la eficacia de la división administrativa en Autonomías cuasi soberanas, pues creo haber leído el otro día que se entablaba un debate sobre las atribuciones y responsabilidades en este campo; otra vez, la puerca política, mientras España ardía… Menos mal que, en la práctica, las prerrogativas autonómicas han cedido ante las urgencias y se han dado, como es lógico, excelentes casos de solidaridad y de -con perdón- patriotismo; incluso se ha probado que la Europa de todos no la están haciendo los otros burócratas y expertos de la U.E., sino los bomberos italianos y franceses que han acudido a sofocar llamas de España, de Portugal o de Grecia.
    No puedo dejar de hacer una comparación con un tema que conozco profesionalmente mucho mejor; me refiero al campo de la Enseñanza, donde imperan otros expertos y asesores a la violeta, que no han pisado un aula en su vida y nunca han visto a un alumno de carne y hueso. Son los que pontifican sobre metodologías, los que definen un currículum, los que se llenan la boca de teorías psicopedagógicas, los que llenan al profesorado de estúpida burocracia, los que diseñan un léxico abracadabrante convertido en jerga, los que abominan de la transmisión de conocimientos, de la autoridad del profesor en el aula y cosas así…
    Un primer objetivo regenerador -¡y hay tantos!- sería limpiar España de expertos y asesores a la violeta. Y se podrían destinar los caudales ahorrados en tareas esenciales, por ejemplo, las de prevención de incendios y las de proporcionar a los futuros ciudadanos una enseñanza que valga la pena. 
 

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