
Manuel Parra Celaya. Los escándalos de corrupción se suceden sin tregua unos tras otros, al modo de las cerezas que se encadenan en su cesta, sin que sea posible detectar hasta dónde llegarán las pesquisas ni cuándo terminará lo que tiene visos de novela negra, o pornográfica, según se mire. La prensa y las cadenas de televisión aún no intervenidas tienen abundante material para llenar sus portadas día tras día.
Los partidos de la oposición claman por un adelanto electoral o por una cadena de dimisiones, empezando por la cabeza; varias voces internacionales se asombran y echan las manos en la cabeza, en comprobación de aquello tan antiguo de España es diferente, pues, de darse ese cúmulo de despropósitos en sus respectivas naciones, los lógicos deseos de los adversarios del sanchismo se habrían hecho realidad hace mucho tiempo. Incluso, muchas voces del propio partido socialista se unen a estas peticiones, y, últimamente, una tímida rebeldía ha empezado a asomar en esos colectivos de artistas e intelectuales que siempre llevaban sus firmas a los manifiestos entusiastas.
Por nuestra parte, no podemos menos que formularnos -con toda humildad, ya que no entendemos de política- algunas preguntas simultáneas. La primera de ellas es cómo sobrevive la coalición gubernamental y la mayoría parlamentaria, pues a estos socios y compañeros de viaje no se les caían de la boca términos como honradez, transparencia, ejemplaridad, honestidad o rectitud; a esta pregunta se puede responder fácilmente con el título que encabeza este artículo, algo burdamente prestado de la obra de D. Jacinto Benavente. Pero vayamos por partes…
Empecemos por la propia militancia socialista que, con las honrosas excepciones a que hemos aludido, finca callada, en obediencia casi perruna al “puto amo”, como exclamó cierto entusiasta; nos preguntamos qué tipo de elixir mágico o de soma (Huxley dixit) han ingerido para esta sumisión. Lo entenderíamos en aquellos cuyo porvenir personal depende enteramente de su acatamiento o su silencio (cargos políticos o de confianza, destinos a través de puertas giratorias, asesorías, etc.), pero cabe suponer que aún no ha tenido tiempo Pedro Sánchez para dignificar con sinecuras a toda su fiel militancia o a sus fidelísimos votantes sin carnet, máxime cuando un análisis imparcial de la situación lleva a sospechar una amenaza para las propias siglas de sus amores.
Si nos referimos a los socios de gobierno en concreto, deberíamos fijarnos en primer lugar es el feminismo oficial, que ya tragó con los escándalos de Errejón y Monedero y ahora lo hace con el desfile de las amigas del trío hasta ahora legalmente inculpado; sus valoraciones y comentarios al respecto de estas señoritas o señoras forman parte de lo que antiguamente se denominaba lenguaje sicalíptico, y no vamos a insistir en la diferencia lingüística tradicional al calificar de públicos/as a hombres y mujeres, respectivamente…
Porque, en efecto, el silencio del feminismo militante en estos casos es equiparable al que viene demostrando ante el papel del sexo femenino (perdón, género) en los países que disfrutan bajo la ley islámica.
Parece mucho más claro el perseverante apoyo de los representantes de los nacionalismos separatistas; ahora, en esta situación, los chantajes a un gobierno acorralado pueden alcanzar cotas inimaginables; tenemos suficientes antecedentes, y el más suave de ellos son aquellos comentarios tan oídos y repetidos ante casos como el del Palau, el de Prenafeta o el mismísimo Pujol: “són lladres, però…dels nostres” ( “son ladrones, pero de los nuestros”), que tanto se escuchó entre los desfiles con esteladas; y no digamos del pío PNV, dispuesto a arañar mercedes mientras las circunstancias lo permitan, sea bajo el PSOE o bajo el PP del Sr. Rajoy, que tan dadivoso fue con ellos; pero ya sabemos por historia que las conciencias de los peneuvistas siempre han tenido dificultades a la hora de situar sus creencias religiosas y éticas por encima de los ídolos de sus razas preservadas, de su lengua ancestral o de su estrecha querencia al verde de sus praderías natales.
Pero la pregunta más difícil de contestar se refiere a esa parte de la sociedad española que seguro que va a seguir aportando sus previsibles votos -si le dan oportunidad de ello, claro- al gobierno de la corrupción, de la triquiñuela, de la constante mentira, del wokismo en lugar de la inquietud social, de los consejos de Soros en lugar de medidas transformadoras en lo económico, de la defensa del okupa en lugar de la construcción de viviendas oficiales para los más necesitados de techo.
¿Por qué esa parte de la sociedad -alguien dice que alcanza los siete millones de españoles- va a seguir apoyando indefectiblemente a este Gobierno? Sencillamente, porque ha calado en ella el falaz toque de a rebato de una constante propaganda: o Yo (con mayúscula de Pedro) o el diluvio, y ese diluvio de resonancias casi bíblicas lleva el nombre de “fascismo” o de “ultraderechismo”, la “fachosfera” en definitiva; es decir, en el adversario del sanchismo. El mensaje fue resultón aunque anacrónico, quién lo duda…
Quizás por ello, ahora que las noticias sobre corrupción se suceden, apenas se escucha hablar de política en los bares, en el autobús, en el metro, en la calle. ¿Desconcierto? Posiblemente. O quizás presagia el galope de la conciencia en el españolito confiado, galope que quizás vendrá a poner, algún día, las cosas en su lugar.
Por lo menos, uno, que es bastante escéptico en lo que concierne al prójimo, así lo supone y lo espera.