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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

es indispensable averiguar primero qué compone realmente la Sustancia o el Ser de España

PROFUNDIZANDO SOBRE ESPAÑA

Manuel Parra Celaya. ¡Qué le voy a hacer si me pasan desapercibidas noticias que encandilan a una inmensa mayoría de compatriotas! Esto representa un inconveniente y, a la vez, una ventaja a la hora de tomar la pluma: con respecto a lo primero, puede ocurrir que me quede ayuno de temas de actualidad, en perjuicio de los lectores; en relación a lo segundo, me evito caer en el tópico o en la repetición insulsa de lo que ya han escrito o van a escribir otros, posiblemente mejor dotados para la tarea que este articulista aficionado.
    Por esos motivos, no caí en la cuenta de que se celebraba el Festival de Eurovisión hasta que algunos titulares o los cansinos telediarios me informaron al respecto, no tanto de la calidad de las canciones o de la actuación de los participantes, como del numerito que protagonizó la televisión oficial del pedrosanchismo y de las reacciones ya sabidas. Tampoco estoy al tanto del fútbol, y eso es casi consubstancial en mi persona, dado que lo sitúo en el ámbito de las finanzas y no del deporte. A veces me asalta la duda de si me estaré convirtiendo en una especie de islote, rodeado de mareas y oleajes que festejan de forma tumultuosa el resultado de un encuentro o que se apasionan por una celebrity del momento.
    Se me dirá que, por ello, me queda el recurso de la política, pero me resisto con todas mis fuerzas a servir de amplificador humilde de ese Patio de Monipodio al que, de forma vergonzosa, nos han introducido los partidos políticos y sus cúspides dirigentes; hacer una crónica política de actualidad equivale a abrir una página de sucesos donde se detallan sucios tejemanejes, ya judicializados o pendientes de judicialización.
    De forma que tiro por elevación y me intereso más por aspectos que bordan o están integrados en el ámbito de los conceptos, las ideas y los valores. Así, me centro muchas veces en el tema de España, que reúne las tres condiciones: ser un Concepto, una Idea y un Valor. No hace falta que explique que, por ello, me muevo más en el terreno de lo metapolítico que de lo político, o, si se quiere, que apunto más a la España metafísica con más apasionamiento que a la España física (y al decir física que quede claro que no me refiero a su bella variedad paisajística, que me encanta recorrer).
    De esa España metafísica me interesa su pasado, sin ser un erudito; dolorosamente, su presente, y, con esperanza, su porvenir, en el bien entendido de que no se trata de un simple ejercicio de recreación y exaltación de las glorias de la historia -recurso fácil-, ni de un subterfugio intelectual para encubrir los problemas existentes; más bien, de penetrar en la médula del Problema de España, con mayúscula; a ello se dedicaron mentes tan preclaras como Costa, Giner, Menéndez Pelayo, Unamuno, Ortega, Ors, José Antonio Primo de Rivera, Julián Marías, y un largo etcétera de pensadores que bien poco tienen que ver con la mediocridad imperante en nuestros días.
    Como escribí hace cierto tiempo en un libro (de cuya cita exacta hago gracia al lector), es indispensable averiguar primero qué compone realmente la Sustancia o el Ser de España, que afirmo que está constituida, aristotélicamente, de materia y forma. La materia está representada por usted y por mí, por todos los españoles -los que fueron, los que son y los que serán- , que forman una sociedad histórica, dilatada extensamente en el tiempo.
    La forma la dan aquellos que, por su inteligencia y su capacidad de servicio, han conformado esa materia (y perdón por la redundancia), es decir, aquellos españoles que pueden ser considerados como referentes obligados en esa trayectoria a lo largo del tiempo.
    Tengo para mí que, precisamente, el núcleo de que exista ese Problema de España reside en la disociación entre una y otra, entre la materia y la forma; la primera, por no dejarse conformar, y la segunda, por haber desertado de su tarea o por no haber sido capaz de llegar a una sociedad huérfana de mentores.
    Y no se trata de ideologías o de partidos -Dios nos libre-, sino de una constante histórica que es común a todos los pueblos del mundo que se han constituido en patrias, es decir, en tareas comunes o en empresas importantes.
    Decía en aquellas páginas, casi sepultadas en el recuerdo, que, si aceptamos esa interpretación, pueden darse algunos casos fácilmente demostrables: si la materia rechaza a la forma, tenemos casos de esterilidad por desbordamiento de apetencias de la mayoría (muchos casos se han dado en nuestra historia…) o por recaídas en la vulgaridad y el casticismo; y, si la forma desdeña a la materia, es cuando aquella adopta formas de aristocratismo, de frialdad y de yermo esteticismo.
    Que elija el lector cuál de estas posibilidades nos aflige en la España de hoy. Por mi parte, el diagnóstico es una ausencia casi total de la forma y una indiferencia igualmente generalizada de la materia; faltan referentes obligados y sobra pasotismo en las calles. Quizás la solución estribe en proseguir las ideas incoadas por algunos de los mencionados referentes de la historia y darles continuidad y cuerpo para la circunstancia actual.
 

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