
Manuel Parra Celaya. La política -eso que llaman política y que en este momento no es más que miseria e inmundicia- nos envuelve por doquier y llega a suplantar cualquier otra referencia de nuestro entorno. Por ello, hoy me cierro en banda a que estas líneas prevacacionales incidan en las mezquindades que envuelven nuestra vida nacional; acudo, por elevación, a lo que el pensador Alberto Buela denomina metapolítica, que resumo con sus palabras: “Mera actividad cultural que precede a la acción política”, y que explica como postura de “desmitificación de la cultura dominante cuya consecuencia natural es quitarle sustento al poder político”.
Por otra parte, se ha vuelto a poner de moda entre nosotros el verbo regenerar, con el que muchos estamos de acuerdo en el fondo; pero así, a palo seco, da la impresión de que se trata de rebuscar en los textos de Lucas Mallada, Macías Picavea, Maeztu, Isern, etc. para entresacar frases de otros contextos que cuadren con la actualidad.
Regenerar es algo más profundo; para encontrar su sentido podemos descomponer la palabra y saber, de antemano, que generar viene definido por la R.A.E. como “procrear”, incluso antes de una segunda acepción que es “producir, causar alguna cosa”; con el prefijo re nos enteramos, según la misma fuente, que se trata de “dar nuevo ser una cosa que degeneró, restablecerla o mejorarla”; lo de procrear nos hace pensar en la acertada frase de Unamuno dirigida a los jóvenes: “España, más nuestra hija que nuestra madre”…
Hoy en día, los regeneracionistas españoles de nuevo cuño son legión, y me alegro de que sea así, pero considero, desde el más puro realismo, que es imposible entresacar a nuestra patria de su circunstancia, es decir de Europa y del marco cultural en que se mueve, y que son ilusorios los planteamientos para convertirla en una especie de isla incontaminada de esa cultura dominante que algunos pretendemos desmitificar.
Hace pocos días, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia del profesor francés Arnaud Imatz, que explicó ante un nutrido auditorio la situación actual de Francia; punto por punto, los dislates, las triquiñuelas, la corrupción, las censuras y la falta de libertades reales eran parejas a las de España (¿mal de muchos, consuelo de tontos?); y, de este modo, a poco que profundicemos, igual es la situación de toda la Europa regida por Bruselas.
Saco en conclusión de que es imposible regenerar España sin una regeneración previa de Europa; es más, esta es la premisa para que los españoles acometamos las tareas regeneracionistas tan necesarias; y no es que vayamos nosotros a remolque de la historia, sino que es de sentido común que ha de ser una tarea conjunta de todos los ciudadanos europeos en sus respectivas naciones.
Y esta Europa vive, en lo esencial, de las rentas del final de la 2ª GM, anclada en la situación que quedó establecida desde entonces, a pesar de las profundas transformaciones en lo accidental, como el hundimiento del “socialismo real” (sustituido con ventaja por el marxismo cultural, que sigue aliado con sus teóricos adversarios del conservadurismo liberal.
Pero la criada ha salido respondona, y los movimientos de oposición al statu quo fijado, bendecido por los supremos poderes y al parecer intocable hasta ahora, crecen y ponen en riesgo lo que parecía inamovible; lógicamente, el Sistema se defiende y echa mano de su fondo de armario -repleto de innumerables esqueletos- para revitalizar la odiosa palabra de “fascismo”.
No obstante, estos movimientos siguen creciendo: obtienen los votos de las clases trabajadoras desengañadas de la izquierda oficial entregada a lo woke, y logran la adhesión de muchísimos jóvenes, para escándalo de las generaciones anteriores, acomodadas a la corrupción, a la mentira y al tópico. No sé si estos movimientos serán capaces de regenerar Europa, pero lo van a intentar, y logran avances entre el crujir de dientes y el escándalo de los defensores ultranza del Sistema.
Uno asiste como espectador a este panorama cambiante y no deja de aplaudir ciertos valores redescubiertos. No obstante, echa en falta dos resortes imprescindibles para que esa regeneración de Europa -y, por ende, de España- no diluya sus expectativas.
El primero es la fundamentación religiosa y espiritual -recordemos a Jaime Balmes, a Prohudon, a Karl Schmidt, a José Antonio- cuando, desde distintas ópticas contrapuestas dejaron constancia de que todo problema político tiene un trasfondo religioso; en el caso de Europa, no hace falta decir que un denominador común en que basarse es el Cristianismo.
El segundo resorte es la búsqueda de profundas innovaciones en lo social y en lo económico, pues tienen frente a ellos al capitalismo globalista, al que habrá que combatir, no solo en el ámbito de las estadísticas macroeconómicas y los números, sino teniendo en cuenta que esta lucha constituye una alta tarea moral.
Si Europa logra regenerarse, lo conseguirán quienes forman parte de ella, España y todas las restantes naciones; repetimos que la clave está en el trasfondo real del problema y en la búsqueda racional y apasionada de un nuevo Sistema, más libre y más justo.