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Diario YA


 

Vivencias desde Medjugorje

¿Paternidad responsable o paternidad confortable?

Javier Paredes

Fecundidad… Esta es la palabra maldita de la cultura de nuestro tiempo. Maldecida, por supuesto, por la izquierda laicista, pero igualmente maldita para la derecha pagana, porque ambas son la cara y la cruz del  sistema de la cultura de la muerte que por temer  tanto a la vida se niega a transmitirla a sus descendientes y la aniquila en el seno materno. Pero la izquierda laicista y la derecha pagana tienen sus días contados porque maldecir la fecundidad es tanto como suicidarse biológicamente. Y en contraste con esta actitud, la Virgen en Medjugorje en su último mensaje quiere que nuestro “testimonio sea fecundo”.

¿Que qué tiene que ver la esterilidad espiritual con la biológica? Mucho más de lo que yo creía antes de  meditar este último mensaje, cuyo texto completo puede leerse en www.centromedjugorje.org . Y como una imagen vale más que mil palabras, si el que esto leyere conecta con la página antes indicada y abre la ventana “vea Medjugorje en directo” durante el horario de culto, comprobará lo que es la fecundidad espiritual de Medjugorje, que cada día atrae a una multitud de fieles, sólo para rezar el rosario, asistir a la Santa Misa y adorar al Santísimo Sacramento, nada que ver desgraciadamente con lo que sucede habitualmente en la mayoría de nuestros templos, que permanecen cerrados casi todo el día.

No es ninguna casualidad que la grave crisis modernista que atraviesa la Iglesia en la actualidad estallara en 1968. Dicha crisis modernista se había incubado a finales del siglo XIX y, no es una casualidad, que estallara con toda su violencia cuando Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae el 25 de julio de 1968. La soledad del Papa tras la publicación de esta encíclica es uno de los dramas más graves de la Historia de la Iglesia de todos los siglos. Y a su vez, la desobediencia -evidente y prolongada al día de hoy- de los católicos a este documento, además de la infecundidad biológica, ha provocado la esterilidad religiosa de muchos ambientes e instituciones religiosas. Cierto que ha habido –y los sigue habiendo- fieles que viven a rajatabla las directrices morales de la Humanae vitae, pero son lo excepción y así se lo hacen saber el resto de los hermanos “moderados”, tildándoles de fanáticos, integristas y a sus mujeres de conejas, porque el buen gusto  no está al alcance de todos. Pero veamos cómo sucedieron los acontecimientos. 

Como algún autor ha afirmado, la defensa del depósito de la fe  fue la cruz y la gloria de Pablo VI, cuyo magisterio se nos presenta con una gran riqueza y profundidad. Sus enseñanzas fueron transmitidas por medio de numerosos documentos y discursos, que llegaron incluso a ser rechazados formalmente en algunos ambientes católicos. Por esta razón, para que al menos las encíclicas -documentos solemnes del magisterio pontificio- no pudieran ser utilizadas como mecanismos de provocación y de escándalo, por considerar algunos clérigos que sus contenidos eran materia opinable y discutible, después de publicar la Humanae vitae (25-VII-1968), no volvió a publicar ninguna encíclica más. Por prudencia, decidió a partir de entonces exponer la doctrina en otro tipo de documentos menos solemnes, aunque por la importancia de sus contenidos han contribuido a enriquecer el patrimonio doctrinal de la Iglesia.

El documento del magisterio de Pablo VI sobre la familia más importante es la encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de natalidad. Juan XXIII había creado en 1963 una comisión consultiva de expertos en moral, biología, medicina y sociología para que estudiasen esta cuestión. Por su parte, Pablo VI amplió dicha comisión que prosiguió sus debates de un modo errático y acabó presentado una serie de conclusiones en 1966 que sembraron una auténtica confusión doctrinal, lo que condujo a pensar en algunos ambientes que la Iglesia podía cambiar las normas de moralidad en esta materia. En estas circunstancias, por tanto, faltaba que el Papa pronunciase la última palabra. Del estado de ánimo del romano pontífice pueden dar una idea las siguientes palabras que pronunció en una audiencia, pocos días antes de publicar la Humanae vitae: Nunca como en este momento -manifestó Pablo VI-  habíamos sentido el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído y discutido todo lo posible; y también hemos rezado mucho... ¡Cuántas veces hemos tenido la impresión de quedar desbordados por tal cúmulo de argumentaciones! ¡Cuántas veces hemos temblado ante el dilema existente entre una fácil condescendencia con la opiniones corrientes y una sentencia que pudiera parecer intolerable a la sociedad actual, o que pudiera ser arbitrariamente gravosa para la vida conyugal! (Del séptimo tomo de Insegnamenti di Paolo VI).

Como no podía ser de otro modo, el Papa reafirmó la doctrina de siempre en la encíclica, y tras exponer los principios doctrinales de la ley natural y evangélica establecidos por Dios, que la Iglesia no puede variar por cuanto sólo es su depositaria e intérprete, declaró como inmoral el uso de los contraceptivos. Era sabido, que en ésta como en otras materias, quienes desde hacía tiempo se habían enfrentado al magisterio pontificio no iban a acatar las enseñanzas pontificias de la Humanae vitae. Sin embargo en este caso, para atacar los principios morales de la Humanae vitae se utilizó más que la táctica del rechazo frontal, la táctica de sembrar una enorme confusión. Fue así como algunos se erigieron en difusores de una interpretación manipulada de la Humanae vitae, haciéndole decir por su boca a Pablo VI, justo lo contrario de lo que dice la encíclica. En este sentido, es muy significativa la opinión extendida en ciertos ámbitos de que es lícito el uso de los contraceptivos como derivación de la  "paternidad responsable", de la que, en efecto, habla Pablo VI pero en un sentido bien diferente. Bien es cierto, que a poco que se preste atención a los argumentos de los voceros de la manipulación, se percibe que sus propuestas van dirigidas realmente a la promoción no de una paternidad responsable, sino de una paternidad "confortable", en consonancia con la sociedad hedonista que ellos promueven.

 Por lo demás, la recta interpretación de la paternidad responsable en orden a buscar la santidad en el matrimonio ha sido objeto de importantes estudios  y artículos que, desde el principio, salieron al paso de esa perversa manipulación, entre otros el del que pocos años después ocuparía la sede de pedro con el nombre de Juan Pablo II. (C. Wojtyla, La verità dell'enciclica <<Humanae vitae>> di Paolo VI en L'Osservatore Romano 5-I-1969). El entonces monseñor Wojtyla, como experto profesor de ética, fue requerido por Pablo VI para que trabajara en cuestiones relacionadas con el derecho a la vida y con el tiempo se ha sabido que el texto de la Humanae vitae se redactó en buena parte con los materiales y escritos que el cardenal Wojtyla envió desde Cracovia.

Muy pocos comprendieron entonces la gravedad de la situación. Y como siempre, sólo los grandes santos supieron estar a la altura de las circunstancias, como fue el caso del padre Pío. El 12 de septiembre de 1968, contra su estilo de pasar inadvertido, dirigió una carta pública a Pablo VI, gesto con el que salía en defensa del papado y de la Iglesia, que comenzaba a atravesar la peor crisis de su historia. Once días después de publicada la carta, moría el santo capuchino, que se había ofrecido como víctima por la Iglesia desde hacía cincuenta años, justo desde que en 1918 le aparecieran los estigmas. Y quizás Pablo VI, que le conocía muy bien, se refiera al padre Pío cuando el 25 de febrero de 1970 dijo: “También la Iglesia tiene necesidad de ser salvada por alguien que sufra, por alguien que lleve dentro de él la Pasión de Cristo”.

En conclusión, el más grave de los ataques doctrinales contra la Iglesia católica es la desnaturalización de la familia, que comenzó por admitir como moralmente aceptable el gravísimo pecado, que San Josemaría Escrivá de Balaguer describía como “cegar las fuentes de la vida”. Ese es el origen de nuestros males: la corrupción de la familia. No hombre no, ¡Qué no! Que no es un problema de subvenciones por hijo, ni de crear un ministerio de la familia… Es un problema moral de primera magnitud que impide a los esposos ser compañeros hacia la santidad, para convertirles en cómplices del pecado. Es el primer escalón por el que se desciende hacia la descomposición moral de la sociedad, amparada y fomentada por las leyes del divorcio y del aborto. Cegar las fuentes de la vida es incompatible con el normal desarrollo de una familia cristiana, de donde deben salir, como iglesia doméstica que es, los futuros esposos cristianos y las vocaciones religiosas, razón por la que se vacían los seminarios y los colegios apostólicos de los religiosos.

¿Remedios? En primer lugar ante la confusión doctrinal que reina entre los católicos, pienso que sólo saldremos de este atolladero, si quienes tienen obligación de hablar se arman de fortaleza y explican a los files la buena doctrina por muy exigente que sea. Y en segundo lugar, si cada uno nos decimos a obedecer a Dios antes que a los hombres, pues en definitiva ese es el fin de la Historia, como dije en el primero de estos artículos:  el fin de la Historia, es decir el objetivo por el que hay que entregar la vida, no es ni la grandeza de la Corona, ni la fortaleza del sindicato, ni la unidad del partido... El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo.