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Diario YA


 

Pero al final de su carrera se topó con la clase política

Honor, disciplina y lealtad en Vicente Navarro

 Blas Piñar Gutiérrez. General de Brigada de Infantería en la Reserva. Conocí a Vicente Carlos Navarro Ruiz hace más de treinta años. A partir de entonces se fue desarrollando una gran amistad, que ha perdurado hasta su prematuro fallecimiento, hace pocas semanas, y que continúa con su esposa Marta y sus hijos Vicente y Carlos.

     Vicente Navarro ha sido, ante todo, una gran persona, inteligente, noble, generoso, jovial, extrovertido, campechano, tremendamente activo y entregado de lleno a sus dos vocaciones; la medicina y la milicia.

     Como médico ha sido una auténtica eminencia, cimentada en la intuición natural, de la que estaba dotado, y en un estudio intenso y permanente que, junto a una dedicación plena, le permitió estar siempre a la vanguardia de la investigación y aplicación terapéutica. La fe ilimitada de cuantos le rodeaban -compañeros y pacientes- en sus criterios y decisiones, incluso fuera del campo específico de su especialidad, constituye la demostración evidente de sus enormes cualidades y de su desinteresada entrega.
     
     Y al mismo tiempo ha sido un gran soldado, transmitiendo y contagiando, en todo momento, su amor a España y al Ejército del Aire. Fue sable de oro (número 1) en su promoción de Infantería de la Milicia Universitaria, para ingresar más tarde como Oficial Médico en el Ejército del Aire, alcanzando con los años el máximo puesto en el escalafón, como General del Cuerpo Militar de Sanidad. El Servicio de Cardiología del desaparecido Hospital del Aire, su brillante tesis doctoral, la creación de los servicios de aéreo-evacuación (cruciales para nuestras misiones en el exterior), el impulso a la Sanidad en la Armada, son algunos de los numerosos hitos en su trayectoria médico-militar, vocaciones inseparables para Vicente.

     Pero al final de su carrera se topó con la clase política. A pesar de ello, supo mantenerse fiel a los principios de Honor, Lealtad y Disciplina, en la confianza absoluta de que servía a España y al Estado, cuando -desgraciadamente -  el sectarismo político y las ambiciones personales quisieron utilizarle para defender intereses espurios.

     Su firmeza y hombría de bien le costaron -inicialmente- la destitución y el retiro, y el sacrificio de sus dos grandes vocaciones. Más tarde, perseguido con saña inexplicable por un sector político y medios afines, sufrió un juicio -sometido a innegable presión externa- que culminó en una doble condena penal y civil. Finalmente ha pagado con su salud y su vida la persistencia en la honradez, reo de la saña partidista, de la cobardía de las altas instancias del Estado y de la -en parte- injusta, provocada y económicamente interesada actuación de ciertos familiares de algunas de las víctimas del accidente del Yak. Muy pronto han olvidado algunos (políticos, militares y familias de ambos) las continuas “excepciones” para atender -generosamente y fuera de normas- a varios de los que se han movilizado contra él para engordar su turbio bagaje político o sus bolsillos.

     Pero somos, muchísimos más, los que estamos con Vicente Navarro, médico y militar, y quienes certificamos que ha dejado incólume su caballerosidad, honor y sentido de la lealtad, siempre por encima de la corrección política imperante en nuestra clase dirigente e incluso en buena parte de las Fuerzas Armadas. Si esto no fuera así, Vicente no hubiera sufrido las consecuencias negativas de la lealtad a su vocación, al  mando y a sus subordinados, en definitiva a España, al Ejército y al Estado. La triste realidad ha sido que, quienes debían apoyarlo y defenderlo, no solo le han abandonado, sino que además han lanzado las primeras piedras y han proporcionado el resto de armas arrojadizas a cuantos vislumbraron algún beneficio egoísta.

     En contraste con todo lo anterior, notable por su excepcionalidad, resalta la actitud de la Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas, que con su Presidente a la cabeza, ha dado un ejemplo de dignidad, nobleza y compañerismo. Me emociona su comportamiento, tanto como me avergüenza el correveidelismo de algunos uniformados.

     Insisto, somos muchos los que por haber estado en su cercanía, recibido sus atenciones médicas,  conocido sus virtudes y valores militares, y por habernos sentido contagiados de su espíritu de servicio y amor a España, podemos enorgullecernos de su amistad, reconociendo la entereza con  que ha sabido afrontar las consecuencias del DEBER CUMPLIDO.
 
     Por todo ello, a cuantos siguen creyendo en Dios y España, y reiteran diariamente con su conducta la fidelidad  al juramento prestado, pedimos un grito unánime de: ¡VICENTE  NAVARRO  RUIZ! ¡PRESENTE!, para perpetuarlo en nuestro recuerdo como referencia y ejemplo y -desde luego- con total agradecimiento.