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Diario YA


 

verdadera avalancha de medidas que se están implementando a diario en Occidente en pos de los llamados “derechos sexuales y reproductivos”

La clave está en el comienzo

Max Silva Abbott. Dentro de la verdadera avalancha de medidas que se están implementando a diario en Occidente en pos de los llamados “derechos sexuales y reproductivos” –de los cuales la píldora del día después es un simple peón–, una de las claves de los diversos argumentos que pretenden justificarlos es la privación del embrión de su calidad de persona. Si bien esta privación puede prolongarse por más o menos tiempo dependiendo de los intereses en juego, lo común en todos estos casos es considerar que la presencia de tal o cual característica física del no nato es vital –literalmente– para considerarlo titular del derecho a la vida: la implantación, la aparición del sistema nervioso, una forma humana, que sea viable, y varias otras exigencias que (sólo por ahora) llegan hasta su nacimiento.

Sin embargo, cuál sea esa bendita característica que casi por arte de magia hace que esa “cosa” se convierta en persona es algo secundario, porque todas resultan a la postre arbitrarias: lo importante es que una vez que se ha decidido “otorgar” o “quitar” la calidad de persona a un ser humano por sus características y no por lo que es, la frontera puede cambiarse cuantas veces se quiera. Es por eso que la clave no está en cuál meta o requisito cumpla ese ser humano en su desarrollo (que se insiste, es arbitrariamente cambiable a voluntad), sino en el comienzo de este proceso: la concepción, aquel momento primigenio en el cual se inicia un desarrollo generado desde sí mismo, que si no se estorba, llegará a cualquiera de esas metas que se imponen mañosamente.

El inicio de la vida humana y de la calidad de persona no puede ser sino este, aun cuando se demoren horas, días o semanas cualesquiera de las metas que se consideren en cada momento, porque el ser vivo, a diferencia de las máquinas, es un proceso que crece desde dentro, desde su mismo ser. Es cosa de ver lo que ocurre con todas las formas de vida pluricelulares (plantas, animales y hombres): su inicio comienza desde lo más pequeño, desde lo más fundamental, al punto que ni siquiera posee la forma corpórea que tendrá en su adultez. Mas, lentamente, paso a paso, de manera programada, su desenvolvimiento lo lleva de manera inequívoca, si no se lo estorba, hacia esa adultez que le es propia, hacia esa manifestación de lo que está oculto en su ser.

Resulta evidente que todos esos cambios que emanan de él y repercuten en él ya existen como posibilidad desde su comienzo (desde la concepción en nuestro caso y en los animales y de la germinación en los vegetales), y que además no vienen del exterior, no son producidos por agentes extraños, aunque sí requieran de un medio idóneo para darse. Y la razón es muy simple: porque de la nada, nada sale. Si no existieran todos estos cambios ya programados en el ser desde su inicio, jamás se producirían, porque cada ser vivo es un verdadero universo en sí mismo. Guardando las proporciones, es algo parecido a la teoría del Big Bang de los astrónomos: toda la materi

a existente habría estado concentrada en un superátomo que explotó hace miles de millones de años, lo que habría generado el universo actual, en un proceso continuo que proviene desde sí mismo; si la materia no hubiera estado ahí desde ese inicio, no existiría hoy como la conocemos. Por eso la concepción es nuestro propio “”big-bang”, que merece ser respetado y protegido siempre y bajo toda circunstancia.

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