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Diario YA


 

El 7 de octubre celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario

La Virgen del Rosario y la Batalla de Lepanto

Pedro Sáez Martínez de Ubago.  El 7 de octubre celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario. Como reza el himno de laudes de este día “Rezar el santo Rosario no sólo es hacer memoria del gozo, el dolor y la gloria, de Nazaret al Calvario. Es el fiel itinerario de una realidad vívida, y quedará entretejida, siguiendo al Cristo gozoso, crucificado y glorioso: en el rosario, la vida”. 

Una costumbre de los antiguos romanos asimilada por los nobles en la Edad Media era usar coronas de flores que se ofrecían a personas de distinción a título de reconocimiento. Y, como soberana del cielo y de la tierra, la Virgen santísima tiene derecho a recibir todo homenaje. De ahí que la Iglesia nos exhorte a ofrecerle esa triple corona de rosas a la que llamamos rosario y cuyo origen es tan antiguo como el propio cristianismo, pues Cristo vivió los misterios de su vida para que nosotros, los católicos, los reproduzcamos con nuestra vida y oración diarias.
 
Mucho es lo que España ha aportado a la Iglesia y la fe católicas como proclamó Pío XII al referirse a nuestra patria como “La Nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo, y como inexpugnable baluarte de la Fe Católica”.
 
Y una de esas aportaciones, doblemente vinculada a nuestra gloriosa historia es el Santo Rosario, del cual la tradición considera inventor en su actual forma al noble español Santo Domingo de Guzmán y Garcés (Caleruega,1170 – Bolonia, 6 de agosto de 1221) fundador de la Orden de Predicadores, también conocida como “Dominicos”.
 
Por otra parte, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario –antes llamada la Virgen de las Victorias- fue instituida para conmemorar el insigne beneficio de la victoria de Lepanto, en que la escuadra de la Liga Santa, integrada por el Papado, Venecia, España, algunos pequeños estados italianos (Génova, Saboya…) y los Caballeros de Malta y comandada por don Juan de Austria, derrotó a la escuadra del otomana un 7 de octubre de 1571, en una batalla que el entonces sumo pontífice hoy venerado como San Pío V encomendó a la intercesión de la Virgen del Rosario, a cuya ayuda se atribuye la victoria. Algunos escritores, como el P. Luis Coloma, S. J. cuentan cómo el Pontífice, mientras oraba recibió la iluminación de un versículo del evangelio del día –fuit homo missus a Deo cui nomem erat Ioannes [Jn. I, 6] Hubo un hombre enviado de Dios que se llamaba Juan- que le hizo designar a don Juan De Austria, pese a su juventud, para comandar la flota.
 
En un esbozo del contexto histórico, conviene recordar que, entre principios del siglo XVI hasta bien mediado el XVII, hubo un continuo estado de guerra entre la Monarquía Católica y la Sublime Puerta remontado a la aparición del turco en las costas europeas mediado el siglo XIV apoderándose de los restos del imperio bizantino –conquista de Constantinopla en 1453- y de los pequeños estados balcánicos, llegando a asediar Viena en 1529, que tuvo que ser defendida por el emperador Carlos V, así como la isla de Malta en 1565. Esta expansión era vista por Felipe II como una grave amenaza a España donde entre  1566 y 1570 se acababa de librar la segunda guerra de los moriscos de Granada, que hubieran podido abrir un frente en la península para el desembarco otomano.
 
El Golfo de Lepanto, en el Peloponeso, fue el marco del encuentro de las escuadras de ambos imperios. La Liga Santa, cuyo principal miembro era la armada española estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado por Álvaro de Bazán, Requesens y Andrea Doria, mientras que a veneciana iba capitaneada por Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares. La escuadra turca, al mando de Euldj Alí, gobernador de Argel, contaba con 260 galeras y 120.000 hombres.
 
Este domingo hace 441de la victoria de la cristiandad y de España, atribuida al auspicio mariano, fueron 80.000 los combatientes cristianos, y uno de ellos, Miguel de Cervantes, el manco de Lepanto, herido en el combate, la denominó “la más grande ocasión que vieron los siglos”.