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Diario YA


 

El Príncipe Heredero Alois anunció que vetaría cualquier despenalización del aborto

Liechtenstein is different

Bruno Moreno.   Una buena noticia para los católicos ha pasado, aparentemente, desapercibida en España. Quizá sea porque ha tenido lugar en un país minúsculo, con un territorio equivalente al término municipal de El Real de la Jara. Aun así, la noticia de este país pequeño me causa una alegría grande. A menudo, servir fielmente a Dios ocasiona sufrimientos y dificultades. Y así debe ser, porque el que no toma su cruz y sigue a Cristo, no es digno de él. En algunas ocasiones, sin embargo, los hombres reconocen y admiran la valentía y dignidad del que sigue a Dios, incluso aunque no estén de acuerdo con él. Así sucedió el domingo en Liechtenstein (Fuente: Infocatólica).

Los ciudadanos del Principado de Liechtenstein votaron hace dos días un referéndum para recortar los poderes del Jefe de Estado del Principado, que actualmente es el Príncipe Hans-Adam (si bien es el Príncipe Heredero Alois quien gestiona los asuntos de Estado por enfermedad de su padre). En Liechtenstein, el monarca tiene derecho de veto sobre las decisiones del Parlamento e incluso sobre las decisiones tomadas en referéndum. También puede disolver el gobierno o el parlamento, para convocar nuevas elecciones. Finalmente, en consonancia con el papel tradicional de la monarquía, ligado a la justicia, el Príncipe tiene que dar su aprobación al nombramiento de los jueces. 
 
Aparentemente, la organización política de un minúsculo principado europeo es una cuestión poco relevante para los católicos de otros lugares. Sin embargo, el asunto es más profundo de lo que parece a primera vista. La verdadera razón del referéndum no era de organización política, sino parte de un combate moral en que está teniendo el mundo entero y en el que se decide la integridad moral de nuestra época.
 
En septiembre del año pasado se convocó un referéndum en el Principado para despenalizar el aborto, que es ilegal en el pequeño país centroeuropeo. Unos días antes del referéndum, sin embargo, el Príncipe Heredero Alois anunció que vetaría cualquier despenalización del aborto. La familia reinante en Liechtenstein, como la mayoría de su pueblo, es católica y el Príncipe Alois consideró que su conciencia no le permitiría aceptar una ley que sancionase el homicidio intencionado de niños inocentes. Es decir, actuó como debe hacerlo un verdadero príncipe, defendiendo a los más débiles de entre sus súbditos.
 
El referéndum finalmente rechazó despenalizar el aborto (por una ajustada mayoría del 52%), pero el Príncipe Heredero ya había manifestado públicamente su posición, sin miedo a las consecuencias (recordemos que, hace tan solo cuatro años, los poderes del Gran Duque de Luxemburgo fueron reducidos radicalmente por negarse a firmar una ley que legalizaba la eutanasia en su país). Desde ese momento, los partidarios del aborto tuvieron claro que, para conseguir sus fines, primero debían acabar con los poderes del Príncipe y convertirlo en una figura esencialmente representativa. Para ello, reunieron firmas para convocar un referéndum sobre la eliminación del derecho de veto del Príncipe.
 
Como es lógico, la propuesta se envolvió en abundante ropaje democrático, moderno, europeo, etc., pero la realidad es que detrás está el espectro del aborto. Los partidarios del aborto no pueden soportar que pequeños países, como Liechtenstein, tengan la osadía de resistir a la presión de la ONU y de las grandes naciones, que después de haber cedido ante el mal quieren que todos cedan también, para no verse obligados a reconocer su propia bajeza.
Felizmente, la decisión de los ciudadanos de Liechtenstein el pasado domingo no ha dejado lugar a dudas sobre sus deseos: Una mayoría del 75% rechazó eliminar el derecho de veto del Príncipe. Una victoria aplastante de los partidarios de mantener los poderes de este valiente príncipe. Es decir, una victoria aplastante del reconocimiento del papel del Príncipe como defensor de su pueblo, especialmente de los más débiles e inocentes.