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Lo que le faltaba al PP: censurar al Papa

Rafael González. 3 de mayo.
De Celia Villalobos podía esperarlo. Es una aventada sin grandes principios, que va por la vida presumiendo de progre y de graciosa. Es, sí, una de esas andaluzas que se han creído que todos los andaluces son graciosos. Y que ejercen como tales. Craso error, no todos los andaluces son graciosos; algunos somos muy sosos. Y los hay muy malajes. Y más aún: hasta los hay muy siesos.
 
Claro, en el Partido Popular no van a hacer distingos. En él cabe todo el mundo, suelen decir. Hasta Celia Villalobos, que incluso llegó a ser ministra de Sanidad, y ya me dirán qué tiene que ver lo que va diciendo y hace doña Celia Villalobos con los principios que creíamos inspiraban al Partido Popular. Así que si esta señora le planta cara al Papa, a mí no me extraña; como si blasfemara como un carretero en pleno Congreso de los Diputados. Tampoco me extrañaría.
 
Pero, la verdad, no me lo esperaba de doña Ana Pastor. Tenía yo mucha simpatía por doña Ana. Es médico, discreta, sencilla en el hablar y en el vestir, muy trabajadora, no pretende ser graciosa, sino decir las cosas de manera que se le entienda. Sus ademanes son suaves, ni pizca de ordinariez. En fin, lo más opuesto a una corralera, como se dice en mi pueblo.
 
Pues ya me dirán que tendrían en común estas dos mujeres para que, en distintas legislaturas, el PP las nombrara ministras de Sanidad. Sus perfiles no pueden ser más diferentes. Sin embargo, miren por donde, y para desgracia del PP, ambas dos han hecho causa común en un despropósito incalificable, tratándose de un partido como el Partido Popular, cuyos electores, en su mayoría, descontando un reducido grupo que pudiera sintonizar con la Villalobos, son católicos; incluso católicos practicantes en un alto porcentaje de esa mayoría.
 
El caso es que Ana Pastor y Celia Villalobos han apoyado, en la Mesa del Congreso, una iniciativa del grupo radical de izquierdas, IU-ICV, para reprobar unas declaraciones del Papa Benedicto XVI en su viaje a Camerún hace varias semanas. La proposición no de ley (PNL), que las izquierdas proponen, y la Mesa del Congreso ha aceptado a trámite, dice: “El Congreso de los Diputados expresa su consternación y rechazo ante las declaraciones del Papa Benedicto XVI en las que señalaba que "no se puede superar (el SIDA) con la distribución de preservativos, al contrario aumentan el problema" y afirma solemnemente que, tal como está acreditado científicamente, que el preservativo masculino de látex es la tecnología individual disponible más eficaz para reducir la transmisión sexual del VIH y otras infecciones de transmisión sexual”.  
 
Pero resulta que el Papa no dijo eso ni de esa manera. Lo que dijo el Papa estaba más matizado. Dijo: «No se puede superar el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos: al contrario, aumenta el problema». La solución: «Una humanización de la sexualidad» y «una verdadera amistad» y «disponibilidad» con «los que sufren». Es decir, que sin una responsabilidad sexual, los otros medios de prevención del sida son deficitarios.
 
Nada nuevo en la Viña del Señor. La tergiversación y manipulación que hace la PNL no puede ser más insidiosa.
 
Pues bien, en la reunión de la Mesa del Congreso se debatió si esta PNL debía entrar en la Cámara y debatirse en el Pleno. Los cuatro miembros del PP se dividieron. Por un lado, Ana Pastor y Celia Villalobos, defendieron que la Mesa no tiene por qué entrar en los contenidos de las iniciativas, sino si cumple los requisitos exigidos, y votaron a favor de la admisión a trámite, junto a los representes del PSOE, CiU y PNV. Por otro lado, los también diputados del PP, Jorge Fernández Díaz, e Ignacio Gil Lázaro, se opusieron desde el primer momento a calificar una iniciativa que contenía ataques directos contra un jefe de Estado, como lo es Benedicto XVI del Estado Vaticano, algo que la Mesa siempre suele rechazar de plano cuando se produce.
 
Es natural que haya escandalizado que dos diputadas del PP, con lo que está cayendo, con el grave paro que sufrimos, y con tantos problemas serios que padece nuestra sociedad, vayan tras una iniciativa de ese par de gurruminos, Melchor Llamazares y Joan Herrera, sin más interés que el de agrandar la ola de cristofobia que padece Occidente y de unirse al coro de laicismo masónico que arrecia contra la Iglesia. Y que se preste a ello la esposa del asesor áulico de Mariano Rajoy, que ya lo fuera de José María Aznar, el bien pagado Pedro Arriola, y la sensata Ana Pastor, una de las pocas personas que, hasta ahora, inspiraban confianza en el PP, es algo verdaderamente patético, por utilizar un adjetivo que gusta usar Mariano Rajoy para calificar algunas de las cosas que hace el PSOE. 

 

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