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Diario YA


 

Los errores de Toni Cantó y la prepotencia del régimen

Fernando José Vaquero Oroquieta.  El parlamentario de UPyD Toni Cantó ha protagonizado en los últimos días de febrero, seguramente sin proponérselo, un suceso tan tormentoso como escandaloso. Recordémoslo.

Afirmó el lunes 25 en Twitter que “la mayoría de las denuncias de violencia de género son falsas”. Ante la avalancha de críticas desatada, casi inmediatamente pidió perdón por el mismo medio. El martes volvió a hacerlo en los pasillos del Congreso. Y el miércoles, en la propia Comisión de Igualdad, donde ofreció sus “disculpas” admitiendo un “grave error” al difundir “datos no contrastados”. Pues no, no estamos hablando de un episodio de la Revolución cultural china; esa que tanto admiraron en su juventud no pocos políticos hoy día en el PSOE -incluso en el PP- en la que confesión de culpas, “autocrítica”, y denuncia multitudinaria de los enemigos internos y externos, escenificaban tan peculiar gimnasia revolucionaria. Este reciente evento, de resonancias totalitarias, se ha sufrido… ¡en la democrática España de hoy día! ¿O acaso no lo será tanto?

En cualquier caso, antes que nada, Toni Cantó, con todos los respetos, cometió varios errores.
En primer lugar: plantear tan compleja como estigmatizada cuestión vía Twitter; un medio que limita, por no decir que impide enormemente, la profundidad de cualquier debate. El medio condiciona el mensaje, McLuhan dixit. En éste, dada su mecánica, apenas se facilita la transmisión de mínimas ideas reducidas a pobres anuncios publicitarios: tópicos comunes, imágenes sencillitas, enunciados efectistas, procacidades y provocaciones varias, juicios superficiales… Manifestaciones, en todo caso, distantes de cualquier debate que se pretenda riguroso, con sus elementales exigencias de sosiego, espacio… y respeto.
 
Esta red social le venía generando, a nuestro protagonista, algo de notoriedad y cierto aire trasgresor en el viciado contexto de la opaca oligarquía política española. Así sucedió, por ejemplo, cuando publicó, también en Twitter, su nómina de parlamentario; allá, a mediados de noviembre pasado. ¡Aires nuevos! ¡Un político original! Pensaban muchos... ¿Seguro?
 
Erró, en segundo lugar, al entender que saldría indemne tras un paseo por semejante terreno minado: o muy audaz, o un poquito ingenuo. Desatados los demonios, por mucho Twitter con el que intentara recular, ya no era posible ponerse de lado: un simple tuiteo no podía ser medicina suficiente. ¡Debía ser castigado! Focalizado en el punto de mira de las feministas radicales, a Toni Cantó, como a cualquier otro imprudente, sólo le restaba tratar de sobrevivir; pues pelear limpiamente no es posible en desigualdad de condiciones. No en vano, discriminación positiva para las mujeres implica discriminación negativa para los hombres. Y discriminación es sinónimo de desigualdad; salvo en la vulgata del neolenguaje radical-progresista heredero de la dialéctica marxista.
 
En tercer lugar erró, Toni Cantó, al pedir perdón, rindiéndose casi sin pelear, acaso por consideraciones tácticas; no juzgaremos su intención. Pero hemos visto sus consecuencias. Con tal proceder se desacreditó personal y políticamente. Sumisamente, reconoció su culpas, falta de rigor, desconocimiento de las estadísticas “reales”; dando por buena la propaganda de sus detractores. Y con ello, lo que es más grave: desacreditó la causa alegada, plegándose a lo políticamente correcto.
Este episodio permite, además, extraer algunas conclusiones más generales.
 
De entrada, no es ninguna temeridad afirmar que se ha escenificado un verdadero linchamiento, hasta el punto de que un líder comunista, el concejal Jorge García Castaño, reclamó ¡el empalamiento del actor! Tampoco es de extrañar: el que tuvo, retuvo. Y ya se sabe lo proclives que han sido siempre los comunistas al exterminio del disidente. En cualquier caso, y dejando a un lado la anécdota comunista, de los tópicos se pasó a los eslóganes propagandísticos. Y a la agresión personal… al menos verbal, de momento.
 
Segunda constatación. Pese a todo lo dicho, si despejamos el horizonte de tópicos y propaganda ideológica, observamos que ¡no ha habido ningún debate! Se ha desarrollado, por contra, un juicio político en el que el acusado apenas se ha manifestado: eso sí, muy moderno y virtual; al uso de los tiempos. Tal ha sido la secuencia de hechos: unas ideas torpemente desarrolladas en un medio inadecuado han desatado un alud de pseudoargumentos, escenificándose un verdadero juicio mediático y –cómo no- en sede parlamentaria.
 
Veamos un ejemplo de esas ideas torpemente enunciadas por Toni Cantó. Pese a su inicial afirmación, de que la mayoría de las denuncias por malos tratos serían falsas, con su retirada ha dado por buena la afirmación de que únicamente un 0’01 % de las mismas lo serían. Así, según la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2012, en base a los datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, el número de denuncias falsas por violencia de género apenas habría ascendido a 19 en 2011; un 0’0141% de un total de 134.002. Sigamos con más estadísticas “oficiales”. En todos los órganos competentes en España en el ámbito de la violencia de género (Juzgados de Violencia sobre la Mujer, Juzgados de lo Penal y Audiencias Provinciales) se dictaron 52.294 sentencias penales. De ellas, el 60% fueron condenatorias (31.403) y el 40% absolutorias (20.891). Ello quiere decir que 81.708 denuncias no llegaron a juicio. Sumadas a las anteriores esas 20.891 que resultaron absolutorias, un total de 102.599 denuncias o bien eran falsas, o no pudo acreditarse la culpabilidad del supuesto agresor. Pero, dada la totalitaria inversión de la carga de la prueba contemplada legalmente en este tipo de procesos, o bien fiscales y policía son una pandilla de inútiles en sus labores de esclarecimiento del delito… o habrá que considerar que al menos en un porcentaje significativo, difícilmente cuantificable, concurre falsedad; sea cual sea su motivación (patología mental de la mujer, táctica procesal, ánimo de venganza, etc.).
 
Frente al efectismo argumental –aparentemente contundente- de ese apenas 0’0141% acreditado como falsedad, y ante el silencio del propio Toni Cantó, hay que explicar también que las cosas no son como parecen: no es una simple cuestión estadística. Si un varón es objeto de una denuncia “de género”, ni el Juez ni la Fiscalía  actuarán de oficio contra la denunciante de verificarse la inconsistencia o falsedad de la acusación en cualquiera de las fases del proceso. El varón, por su parte, sufrirá ineludiblemente diversas vicisitudes: detención policial, expulsión del domicilio, estigmatización social, acaso la pérdida de trabajo, búsqueda de nueva residencia, una previsible ruptura –o gravísimo deterioro-de los vínculos paterno-filiales, desfile por “puntos de encuentro” y ante inquisitivos “profesionales”... Así, ante la tortura mental y física que tal calvario comporta, el denunciado se verá tentado -¡heroico sería exigir lo contrario!- a renunciar, a rendirse. El “cuerpo” reclama un espacio: rehacerse, sobrevivir. Que son dos días. Pero no sólo es la dinámica propia de la naturaleza humana la que le llevará a esa renuncia. Serán los mecanismos sociales y judiciales, a diario tensados por abogados, policías, familiares, incluso militantes de las asociaciones de padres separados, quienes le empujarán en esa dirección: cuídate, vive, disfruta lo que te queda, rehaz tu vida... Además, ¿cómo mantener esa travesía del desierto procesal sin apenas dinero ni apoyos?
En suma: dada la modalidad mediática empleada por Cantó, su inmediata rendición, y la explosión mediática reconvertida en proceso inquisitorial, ni Toni Cantó, ni nadie más en el ámbito del Parlamento y los mayoritarios medios de comunicación, nadie, repetimos, nadie ha desarrollado un mínimo intercambio de argumentos. ¡No ha habido debate! ¡No se ha permitido! Pero sí se han desbordado ríos de demagogia de tintes totalitarios; autodefensa oligárquica, excluyente y anticientífica, que en nombre de la justicia, la libertad y la igualdad, las asesinan una y otra vez con su prepotencia. Así es el régimen: fuerte con los débiles; débil con los fuertes.
 
Se ha evidenciado, con tales mañas, una sorprendente unanimidad táctica e ideológica. Ante las afirmaciones de Toni Cantó, los valedores del sistema han saltado cuales muelles sometidos a extrema presión: ¡no se puede permitir tamaña disidencia!, ¡no es admisible discrepancia alguna! De tal modo se han comportado los políticos de TODOS los partidos, periodistas, los portavoces diversos del mundo judicial y, cómo no, la punta de lanza del movimiento ultrafeminista. Nos referimos, con este último, a esas 50 asociaciones –reales o ficticias- que monopolizan la “verdad sobre las mujeres” y que han logrado imponer, con sus acomplejados compañeros de viaje, una agenda de discriminación positiva; tan antidemocrática como segregadora. Entidades, recordemos, que viven casi exclusivamente de las subvenciones públicas y el sufrimiento de decenas de miles de “usuarios” forzosos de sus “servicios”; en su mayoría, menores de edad.
 
Y, de nuevo, el Partido Popular -sumado mansamente a lo políticamente correcto y su ideología de género radical-progresista- ha traicionado promesas y electorado. La custodia compartida, la efectiva igualdad entre hombres y mujeres, la purificación de los viciados mecanismos que favorecen las denuncias falsas, la eliminación del antidemocrático tráfico de subvenciones clientelares… pueden seguir esperando.
 
El “incidente Toni Cantó” ha acreditado la mala, malísima, salud del pomposamente denominado sistema democrático. Un sistema ajeno al pueblo, oligárquico, unánime en sus intereses reales, corrupto en sus medios, hipócrita y moralista, carente de cualquier ética o atisbo moral. ¿Qué une, entonces, a tan variopintos personajes de la escena política, judicial y mediática española? Pues su ánimo de beneficio crematístico –particular y de secta-, aferrándose a cualquier precio al poder. Y una mínima ideología común: la de “género” y demás dogmas de lo políticamente correcto.
 
Una socialdemocracia de derecha (el Partido Popular) y una socialdemocracia de izquierdas (PSOE y similares), atendiendo no pocas órdenes procedentes del exterior, controlan, por medio de una corrupción generalizada, los mecanismos de poder políticos, culturales, mediáticos, judiciales y económicos de este país. En suma, el régimen permanece cohesionado y tiránico.
 
Desengañémonos. Aunque hubiera querido, aunque tuviera cualidades para ello, Toni Cantó difícilmente podría haber actuado de modo distinto: habría sido expulsado definitivamente del sistema. Pero, pese a todo y a casi todos, el todavía diputado de UPyD ha logrado aflorar una situación maldita, soterrada y prohibida. Lo que no es poca cosa.