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Diario YA


 

ante La irrupción mediática del ex-presidente José María Aznar, el pasado 21 de mayo

Ni Rajoy, Ni Aznar: de aquellos polvos, estos lodos

Fernando José Vaquero Oroquieta. La irrupción mediática del ex-presidente  José María Aznar, el pasado 21 de mayo, de la mano y voz de Gloria Lomana en Antena 3, ha generado ríos de tinta y horas –y más horas- de comentarios de tertulianos y políticos, reiterados hasta el aburrimiento y la náusea en su unanimidad.
 
 Se venía constatando, ciertamente, una creciente desafección dentro del Partido Popular por las prácticas de gobierno de Mariano Rajoy. Pero, salvo alguna voz crítica, como la de Alejo Vidal-Quadras y su prudente Asociación Reconversión, el partido permanecía inasequible al desaliento y a las críticas que le llovían desde todos los frentes; con la excepción del propio. Otro asunto, muy distinto, es la percepción de la situación desde las bases de su electorado: en retirada, desconcertado, descontento...
  
La desavenencias internas, por otra parte, se venían generando más por la incertidumbre derivada del “Bárcenas Gate” –sería más correcto denominarlo definitivamente “PP Gate”, como hacen por Europa- y la correspondiente apatía de D. Mariano, que por el incumplimiento del programa lectoral. Ya se sabe: los programas electorales se elaboran para ganar unas elecciones; no para cumplirlos. Con todo, algunas voces aisladas apelaban, incluso, a una supuesta deriva ideológica: el Partido Popular se habría convertido en una socialdemocracia meramente gestora de los desastres económicos heredados de sus predecesores socialistas, renunciando a sus ideas constituyentes.
  
Los reproches al Partido Popular, pero ya desde una perspectiva global, sumarían, por lo demás, gravísimos aspectos: fracaso económico; sumisión a los imperativos de Europa; aplicación de medidas económicas propia de la izquierda; falta de previsión ante el drama de los desahucios; discutibles ayudas gigantescas a una banca que “premia” a sus directivos; acoso tributario a las clases medias; sospechas de corrupción en el partido; parálisis ante las arremetidas secesionistas; mantenimiento en líneas generales de las mega-administraciones… Y todo ello en el contexto de una crisis económica, institucional, pero ante todo moral, que está poniendo en peligro el bienestar de los españoles y la unidad de España. Incertidumbre y desaliento.
 
 En suma: crisis económica; crisis del modelo territorial; crisis de las principales instituciones del país (también de la corona); crisis terminal del modelo de la Transición. Deriva colectiva…, pero ¿en qué dirección?
  
Para colmo de males, Aznar habló; y lo hizo con toda claridad y con unos argumentos, no obstante, ya conocidos. Logró, además, la casi unanimidad mediática, de su propio partido y del resto de políticos, siendo descalificado sin paliativos: inoportuno por el momento; resentido ante el creciente aislamiento de Ana Botella; alcanzado por las sombras de un “PP Gate” ante el que algunos dirigentes del partido trataban de situar la “era Aznar” como cortafuegos que evitara los consumiera…
  
Recordó, en su famosa entrevista en antena 3, las grandes cuestiones que, conforme su criterio, debería priorizar la acción política popular: un modelo económico liberal, firmeza ante los nacionalismos, fortalecimiento del Estado, proyecto de futuro, ilusión colectiva.
  
Pero, ¿no era Aznar presidente cuando España entró en la guerra de Irak frente al criterio de sus bases católicas y de buena parte de la restante opinión pública? ¿No era Aznar presidente cuando las Cajas de Ahorro se politizaban más y más? ¿No era Aznar presidente cuando cedía ante el nacionalismo catalán, por ejemplo, defenestrando a Alejo Vidal-Quadras? ¿No fue Aznar quien calificó a ETA, en una circunstancia táctica, como “movimiento de liberación nacional vasco”? ¿No era Aznar presidente cuando el crecimiento económico se desató a lomos del “ladrillo” y, de este modo, sobre unas endebles bases cortoplacistas? ¿No fue Aznar presidente cuando se legalizaron sucesivas oleadas de emigrantes sin papeles sin filtros de ningún tipo?
  
También hizo cosas positivas; no podía ser de otra manera. Fue el caso de la primera y más efectiva respuesta estratégica y táctica global, frente al terrorismo de ETA y su entorno, elaborada en democracia.
 
 Se nos ocurren, no obstante, más interrogantes. ¿Hizo algo especial Aznar para evitar que el aborto legal fuera coladero de un genocidio masivo que está diezmando el futuro generacional de España? ¿Desarrolló políticas efectivas y de calado en apoyo a la familia? ¿Democratizó su partido o lo usó como un cortijo? ¿Despolitizó los más altos órganos del Poder Judicial o mercadeó con ellos? ¿Facilitó el pluralismo mediático o, por el contrario, privilegió a unos “gigantes” que no quisieron agradecérselo? ¿Trató de impedir el derroche económico de las administraciones? ¿Reformó el sistema bancario? ¿Se libró del “síndrome de La Moncloa”? ¿Se rodeó de los mejores profesionales o con los más serviles? ¿Profesionalizó al funcionariado o promocionó, incluso, la preexistencia de grupos de poder socialistas en su seno? ¿Combatió la endogamia y sectarismo de la Universidad española? ¿Presentó batalla cultural al progresismo imperante? ¿Se enfrentó al lobby feminista de la ideología de género? ¿Fortaleció la identidad española desde los medios a su alcance? ¿Facilitó el fortalecimiento de la sociedad civil o se apoyó en los grupos de presión? ¿Fue la boda de su hija, en El Escorial, una sana aproximación al pueblo o, por el contrario, un megalómano ejercicio elitista en el que desfilaron prepotentes y horteras, corruptos y arribistas?
 
 En suma: de aquellos polvos, estos lodos.
 
 Me dirán, ¿Y Rodríguez Zapatero? Efectivamente, ahí estuvo. Aznar fue arrastrado y casi enterrado por el tsunami del 11-M. Y Rodríguez Zapatero se lanzó sin desmayo a una consciente labor de “deconstrucción” nacional, social y familiar; transformando España en un gigantesco laboratorio en el que aplicó las vanguardistas iniciativas de la ideología de género. Nada mejor podemos decir respecto a su política económica, su sumisión a los grandes lobbys, su debilidad ante el nacionalismo… Pero, el terreno para todo ello, ya estaba abonado. Así, los aciertos de Aznar, caso de su firme respuesta al terrorismo de ETA, fueron revertidos en nombre del “buenismo” y todo lo que de esta “vulgata” del radical-progresismo derivó.
 
 La alternativa al Partido Popular de Rajoy no puede venir, en definitiva, de Aznar.
 
 A estas alturas, el centro-derecha apenas se identifica con este partido; no es de extrañar, pues, cierta nostalgia de una “era Aznar” que, guste o no, forma parte del pasado. Y la derecha social, que viene apoyándolo electoralmente y en la calle, sin fisuras y sin apenas contraprestaciones, se siente huérfana desde hace ya mucho tiempo, sin saber –desconcertada- hacia dónde mirar.
 
 ¿Todavía puede formarse un eje regenerador en ese partido? Pues no olvidemos la expresa prohibición de tendencias internas y su transformación en un aparato electoral, oligárquico, acrítico, ajeno a toda práctica democrática; mera oficina gestora de intereses personales y de clan y de reparto de cargos públicos. ¿Cómo entenderse la FAES de Aznar y Reconversión de Vidal-Quadras? ¿Se lo permitirían? Acaso la alternativa al Partido Popular de Mariano Rajoy ya no pueda proceder del propio partido…
  
Crisis de la nación. Crisis del régimen. Crisis de los partidos. Pero, sobre todo, carencia de una moral colectiva e inexistencia de una ética ciudadana de la responsabilidad. Ausencia de un proyecto sugestivo de vida en común, en palabras de Ortega.
  
Es la hora de articular más sociedad civil. Es la hora de nuevos movimientos sociales. Es la horade nuevos líderes. Acaso, ¿es la hora de un nuevo partido que alumbre y encauce a los descontentos que todavía creen en España, el trabajo, la familia, la libertad, los valores, la identidad cristiana occidental?
 
 Regeneración democrática, nueva vertebración territorial, fortalecimiento del Estado, revitalización moral, rearme patriótico. Conceptos de bellas resonancias; de magníficas intenciones. Pero, sin hombres, mujeres ni sociedad que los encarnen, palabras vacías.
 
 Una nueva ciudadanía. Una nueva sociedad. Un enorme reto colectivo: ¿hay alguien ahí?