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Diario YA


 

Oriente

Joaquín Jaubert. 9 de enero. No todas las noticias que proceden del oriente son buenas. Desgraciadamente, en muchas ocasiones, claramente negativas. Sin embargo, en las Sagradas Escrituras es bueno recordar y destacar que el Este era el punto cardinal preferido pues, entre otros motivos, era símbolo de alegría, prosperidad e incluso de Dios mismo (Lc. 1,78). En la Iglesia primitiva, y durante siglos hasta hace unas décadas, era la dirección sacra hacia la que se orientaba la oración y la celebración de la Santa Misa. Esta significación litúrgica nos conduce a la idea de que todos los que participamos en la Misa miramos hacia Dios. Versus orientem y ad orientem se convierten en ad dominum, versus Deum y coram Deo.

En este sentido en el que enfoco el artículo, deseo aprovechar, antes de finalizar el tiempo litúrgico de Navidad, la solemnidad de la Epifanía para releer un par de textos que, precisamente, colman de dicha a los buenos cristianos y que, como se puede apreciar, nos recuerdan que, para no desorientarnos, hemos de mirar siempre al origen de la única alegría permanente en nuestra vida, Jesús Nuestro Señor. La pregunta de los Magos “¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo” (Mt. 2,2), encuentra respuesta exacta camino a Belén pues “he aquí  que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño”. (Mt. 2,9). El rostro de felicidad de aquellos tres sabios debió de responder a la contemplación de lo que el profeta Baruc anunciaba a la ciudad santa “Jerusalén, mira al oriente y contempla la alegría que te viene de Dios” (Ba. 4,36) o a lo escrito en Ezequiel “y de repente llegó del Oriente la Gloria del Dios de Israel con un ruido semejante a los grandes torrentes; la tierra se iluminó con su Gloria” (Ez. 43,2). Todo ello nos remite a la segunda venida de Jesucristo en la cual “como el relámpago sale de Oriente y brilla hasta Occidente, así ocurrirá con la venida del Hijo del hombre” (Mt. 24, 27).

Por otra parte, la expresión Coram Deo implica vivir la presencia de Dios pues estamos ante los ojos de Dios. La postura litúrgica quiere simbolizar estar en la presencia de Dios lo que sólo puede producir una vida perfecta e irreprensible. En otras palabras, se explicita la relación de lo que se celebra con lo que se ha de vivir, además de creer. San Pablo exhortaba a los Corintios a que vivieran "mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor" (2 Cor. 3,18). La Iglesia peregrina queda bien manifestada al caminar todos en una misma dirección hacia el Dios, uno y trino.

No nos ha de extrañar que, desterrado el arqueologismo que nos condujo casi a suprimir la celebración de la Santa Misa con sacerdote y fieles mirando al tiempo hacia Dios, por parte de muchos liturgistas se quiera recuperar la dirección sacra común a todos.

Un reconocido teólogo Ratzinger, hoy Benedicto XVI, en el lejano año de1966 cuando no se había impuesto la práctica que apareció acompañando la reforma litúrgica, decía en Bamberga “No podemos negar por más tiempo que sobre este tema se han insinuado muchas exageraciones e incluso aberraciones, hasta el punto de resultar enojosas e indecorosas. Por ejemplo, ¿deberán celebrarse todas la Misas cara al pueblo? ¿Es tan absolutamente importante poder mirar a la cara al sacerdote que celebra la Eucaristía? O, ¿no será muchas veces extremadamente saludable pensar que también él es un cristiano y tiene todos los motivos parta dirigirse a Dios en compañía de sus hermanos congregados en asamblea, y recitar con ellos el Padrenuestro?” 

 

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