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Diario YA


 

Protagonista del día

Recaredo

La tentación de hacer una religión a la carta ha sido una constante a lo largo de la historia. Claro que los ventajistas no son así de directos y, para rechazar la doctrina verdadera y fabricarse una a su conveniencia, acostumbran a proponer unas teorías, con las que se pueda hacer de mangas capirotes. Si los actuales partidarios del mal menor hubieran vivido siglos atrás, seguro que se hubieran hecho arrianos. Porque al fin y al cabo, sostener que Jesucristo no es Dios, como hacen los arrianos, permite establecer una moral a gusto del consumidor, como acostumbra a hacer la derecha pagana del mal menor.

Por eso tuvo tanto importancia la conversión del arrianismo al catolicismo de nuestro protagonista del día, Recaredo, el 13 de enero del año 587, relatada por san Isidoro de Sevilla con estas palabras:

“En la era DCXXIIII, en el año tercero del imperio de Mauricio, muerto Leovigildo, fue coronado rey su hijo Recaredo [586-601]. Estaba dotado de un gran respeto a la religión y era muy distinto de su padre en costumbres, pues el padre era irreligioso y muy inclinado a la guerra; él era piadoso por la fe y preclaro por la paz; aquél dilataba el imperio de su nación con el empleo de las armas, éste iba a engrandecerlo más gloriosamente con el trofeo de la fe. Desde el comienzo mismo de su reinado, Recaredo se convirtió, en efecto, a la fe católica y llevó al culto de la verdadera fe a toda la nación gótica, borrando así la mancha de un error enraizado. Seguidamente reunió un sínodo de obispos de las diferentes provincias de España y de la Galia para condenar la herejía arriana. A este concilio asistió el propio religiosísimo príncipe, y con su presencia y su suscripción confirmó sus actas. Con todos los suyos abdicó de la perfidia que, hasta entonces, había aprendido el pueblo de los godos de las enseñanzas de Arrio, profesando que en Dios hay unidad de tres personas, que el Hijo ha sido engendrado consustancialmente por el Padre, que el Espíritu Santo procede conjuntamente del Padre y del Hijo, que ambos no tienen más que un espíritu y, por consiguiente, no son más que uno”.