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Diario YA


 

El enfrentamiento entre monarquía y república nunca es baladí, y mucho menos en España

Rey eres

Luis Ignacio Rodríguez. Desde que Recaredo abrazó el catolicismo en el III Concilio de Toledo el rey dejó de ser una simple jefatura de estado, meramente una monarquía hereditaria, para convertirse en un líder político y religioso. No sólo aquellos monarcas absolutos tan poco cristianos, sino todos los reyes desde entonces han reinado “por la gracia de Dios” y por delegación de Nuestro Señor Jesucristo, rey, precisamente, de reyes.

A partir de aquí es como hay que leer el debate entre monarquía y república. No es una simple elección utilitarista o de conveniencia, es una declaración de intenciones cristalina. ¿Por qué los socialistas, comunistas y demás marxistas no pueden ver al rey ni en pintura? Podrían perdonarle que fuese aristócrata o incluso un burgués capitalista, pero lo que no le podrían perdonar es que sea rey, es que recuerde con su simple presencia el reinado de Cristo en el mundo y en España. Es por eso por lo que un ateo encontrará francamente difícil creer en una monarquía como la nuestra.
 
Incluso el modelo actual de rey que tenemos, despojado casi por completo de su sentido y función, es una afrenta flagrante a quienes aspiran a construir una España sin Cristo. Un primer paso imprescindible sin el cual su trabajo nunca estará completado.
 
El reinado universal de Cristo se refleja política y socialmente en el estado, de forma natural cuanto más cerca está un pueblo de Dios y de su Iglesia, como ha pasado en España desde hace más de mil cuatrocientos años —ojo, mucho más que cualquier edad histórica—. Por eso, desde la llegada del liberalismo, la monarquía ha sufrido un ataque constante parejo al que ha golpeado a la Iglesia española, porque son elementos de un pasado lejano que no encajan en una nación liberal, salvo remodeladas y despojadas de toda significación trascendente.
 
El rey de España es uno de los últimos reductos en disputa que quedan en esta desolada patria nuestra, donde tres cosmovisiones diferentes pugnan a sangre y fuego por su espíritu: la católica, que la creó hace más de un milenio y llora en las catacumbas lo que no supo defender en el foro; la liberal, impostora que nos ofrece una convivencia falsa siempre y cuando adoremos a sus dioses del capitolio; y la marxista, que aspira a arrasar todo por completo y construir un nuevo mundo sin naciones, sin pueblos, familias ni personas.
 
No sólo es cuestión de unidad política o social, sino espiritual, que es lo que realmente mueve el mundo. Tenemos que defender lo que por derecho nos ha sido legado, lo que es nuestra responsabilidad por encima de casi todo. No sólo una España unida o fuerte, sino una España católica, valga la redundancia. Una España en la que merezca la pena vivir. Y para ello tenemos que luchar por una monarquía digna de tal nombre y defenderla como si en eso nos fuese la vida, porque realmente nos va.
 
En Cristo Rey