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Diario YA


 

Sede-posición

Joaquín Jaubert. 10 de octubre.

La Santa Sede, desde que existe, siempre ha estado en el punto de mira de sus sucesivos contemporáneos y, por supuesto, de los historiadores. Éstos, según los distintos enfoques, la han tratado con mayor o menor justicia. Pero no es nuestra intención, en estas pocas letras, examinar la actitud y las perspectivas de los historiadores ni siquiera de los observadores y comentaristas de nuestro tiempo ateos, agnósticos o creyentes de otras religiones, sino de los propios bautizados en la Iglesia católica que, no por ello, ejercen como cristianos católicos. Según la relación que adoptan con la Santa Sede, nos encontramos:

Los que no lo son. Uno de los grandes problemas de la Iglesia de nuestro tiempo es el que concierne a los nuevos herejes que no se dan de baja de la Iglesia o, en términos más exactos, que no apostatan oficialmente de un credo que trocean y destruyen sin el menor atisbo de arrepentimiento. No son, pero están, y, en algunas ocasiones, han ocupado cargos de relevancia en el organigrama eclesial. A ellos les da lo mismo consagrar maíz, refrescos, arroz que pan y vino; les da igual, pues todos son salvadores Cristo que Buda que Mahoma; uniones gay que matrimonios naturales o sacramentales. Como los lectores de estas letras comprenderán, ante estas atrocidades perpetradas contra el dogma, la Santa Sede les trae al fresco. Estos son parte de un más amplio espectro de los así llamados progresistas, al igual que los seculares presentes discípulos del modernismo ven a Roma y al Papa como una institución y un líder respectivamente partes de una hipotética ONU de las religiones. No son.

Los que sí son. En este grupo, se encuentra una gran mayoría que no tienen un gran conocimiento de la doctrina de la Iglesia ni en el dogma ni en la moral. La alianza entre los contenidos de una incompleta y endeble catequesis, que parece puede empezarse a enmendar, y la osmosis de convivir con un mundo pleno de superficialidades, fomentadas por los medios de comunicación, en el que todos saben de todo y en el que toda opinión está a la altura de cualquier otra sin mayores distingos de la autoridad moral de quien la emite, va situando progresivamente a la Santa Sede como el lugar en el que vive una especie de monarca constitucional que les representa ante el mundo pero cuya doctrina no es más importante que la conclusión de un parlamento que decide por mayoría la naturaleza sobre la vida, la familia o el sexo.

Otros sí están atentos y acatan el Magisterio Papal que sigue un hilo conductor sin contradicciones desde los primeros papas. Muchos son los movimientos que nacen como una nueva guardia suiza del Vicario de Cristo en la diáspora. Aman a la Roma eterna y al Sumo Pontífice con todas sus consecuencias.

En cualquier caso, en el caos de nuestro catolicismo de las últimas cuatro décadas, que poco a poco va desapareciendo,  a un lado o al otro del espectro de tendencias en relación a su posicionamiento ante la Santa Sede militan católicos que, según sea su comportamiento, terminan por adoptar, en la teoría y/o en al práctica posturas paralelas a las descritas someramente en líneas anteriores. Podríamos encuadrarlos en cinco grupos: sederomanistas, fieles al Papado tal y como prescribe el Magisterio Tradicional; sedefabilistas, que asumen, en la práctica, la existencia del Sumo Pontífice como una representación que se equivoca en lo doctrinal y que no es superior a las posiciones de los que de verdad están más inspirados que él; sedeprivacionistas, el Vicario de Cristo sólo lo es materialmente mientras mantenga errores en su magisterio; sedevacantistas, es decir no hay Papa; y sedeocupacionistas, que afirman que el solio pontificio lo ocupa o lo ostenta él mismo. Ciertamente, esta división tiene muchos matices y sólo es orientadora. Nos encontraremos interrelacionados algunas corrientes que mantienen, al tiempo, miembros en las tres primeras opciones. No nos ha de extrañar que proliferen denominaciones de confesiones y de mal llamadas Iglesias con el apelativo de católicas al tiempo de obispos “consagrados” que ya suman más de medio millar, alguno de ellos de circo a los que nos vamos acostumbrando por su aparición en los medios de comunicación.

Santa Paciencia y mucha oración por el Papa y sus intenciones.

 
 
 
 

 

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